Abuelas y Ochos de Marzo

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Arrastraba su cojera desde joven, tan joven que nadie se percataba ya de ella. Una desventaja que ya nadie parecía ver. Tan normal como que se levantara de madrugada  a preparar la comida. Con los años sus bastones se convirtieron en una prolongación de sus  extremidades. Caminaba renqueante y se paraba a cada trecho recorrido. Demasiados años en la espalda, demasiada vida en el corazón, demasiado dolor, para un nudo en la garganta. Pero ella no se quejaba y siempre que la preguntaban ¿Cómo andas Blanca? Ella contestaba: Bien hija, para qué vamos a decir que mal si nos van a pagar lo mismo. Es curioso como una frase tantas veces repetida, puede resumir toda una vida. Puede explicar tantos madrugones, tanta resignación, tanto apretar los dientes, tanta madre que los parió, como decía cuando se enfadaba, aunque sus enfados no hacían daño, eran algo así como un abrazo fuerte que pide menos de lo que da.

Para qué vamos a decir que mal si nos van a pagar lo mismo, podría ser el resumen de generaciones de mujeres como ella, que sin darse cuenta  fueron incorporando leños a su cuévano, y más peso a sus espaldas. El de la familia, el de la casa, el del trabajo, el del “qué dirán” el de la mujer en la cocina, el del hombre en el bar, el de aquí se hace lo que Yo diga, sin rechistar. Si tienes suerte encuentras un hombre bueno que te respete y te trate bien, sino ya sabes, hay que apechugar. Y ese para qué nos vamos a queja si nos van a pagar igual  se convertía en la radiografía de una vida donde las brechas salariales eran abismos pues ella no cobraba nada, nada más que lo que su marido la asignaba. Y aunque la economía de la casa la llevaba y gestionaba ella los dineros, como  ella decía, no salían de sus bolsillos. En su lugar guardaba los pañuelos arrugados de tanto sudor, de alguna que otra moquitera, y de esas lágrimas que nadie ve, pero que siempre están porque se las espera.

 

Quejarse porque no te van a pagar lo mismo…

 

Cuando pagarte lo mismo significaba no pagarte nada, cuando no solo se refería al dinero, sino a un simple gracias, a un reconocimiento, a algo más que no supiera a ese normalizar la cojera como si esta cojera fuera inevitable, como si hubiera nacido con ella, como si el orden natural de las cosas la hiciera tan invisible, como sus huellas dactilares en una cuenta corriente, en un carnet de conducir, en un extracto bancario. Estás coja pero tienen que caminar el doble para que reconozcan que caminas al paso.  Y si tropiezas será solo culpa tuya, nadie verá la zancadilla porque es algo tan normal como respirar. Y si te falta el aliento la culpa es tuya por ser tan débil. Nadie se fija en lo que llevas en el cuévano, en la maleta o en la mochila. Nadie ve ni maleta, ni cuévano, ni mochilas, ni cojeras. Y, sin embargo, debes de ir siempre la primera y sin quejarte, porque, ya sabes, “te van a pagar lo mismo”. Que sentencia tan cruel.

Acabaste cobrando la no contributiva porque después de llevar toda la vida trabajando no cotizaste nada. Nada a tu nombre, solo las cargas. Entre tanta gente en la manifestación tu cojera se muestra con el paso cambiado. Caminas firme con esa certeza que te da el camino recorrido y ser conscientes de que esa frase es una losa que te ha acompañado toda la vida. ¿Qué tal, como andas Blanca? ¿Pero qué haces tú metida en estos fregaos? Le pregunta una vieja conocida dando por sentado esa respuesta tan recurrente como la propia vida y que tantas veces la había escuchado decir. Pues que quieres que te diga, jodidamente mal, muy mal, toda la vida trabajando como una mula, llevando el peso de la familia, los hijos, el cuidado de “los mayores” el trabajo doméstico que nunca cotizó, porque se suponía que era mi obligación el hacerlo, junto con el trabajo fuera de casa, en mi caso, el campo del que tampoco recibía más que una “paga“  sin más contrato que el de mi boda. Ahora me las veo y me las deseo para llegar a fin de mes. Encima, con el hijo en paro, otra boca más en casa. Y no, no quiero que me paguen “lo mismo” cuando “lo mismo” significa nada, cuando “lo mismo” significa menos que nada, cuando “lo mismo” significa no te quejes, es normal, así ha sido siempre, no protestes, encima de que estás coja, ¿Dónde te crees qué vas? Cuando “lo mismo significa migajas”. Maldito refranero popular, cuanta injusticia escondes a veces, cuanto normalizar lo que nunca tenía que ser normal, cuanta coartada desde lo cotidiano de la impunidad, del dolor, de la injusticia. Cuanta impunidad disfrazada de lo cotidiano, de lo siempre ha sido así, de es tu obligación. Cuanto “confórmate” por si acaso. Y después de Todo esto me preguntas que hago aquí, que por qué estoy aquí.

No me mires así, continúa Blanca orgullosa. Qué esté coja  no significa que pierda comba. Ya no.

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