Este #8M #YoParo (Y estas son mis razones)
Este previo al 8 de marzo he ido, como cada miércoles, a mi clase de pilates. En ella ha surgido, sin planteárnoslo, un debate sobre el lenguaje al que estamos acostumbradas.
Ha sido curioso. Mi monitor (sí, irónicamente comienzo una columna sobre el 8M hablando de un hombre, pero la casualidad así lo ha querido) ha dicho: “Y ahora viene”… a lo que la mayoría (me incluyo, maldito subconsciente) ha continuado “cuando la matan”.
Tras esto, se ha producido un silencio en el que ha sido evidente que todas hemos analizado, quizá por primera vez, esa frase. Y sí, ha sido mi monitor quien ha puesto voz a nuestro pensamiento. “Hay muchas cosas que hay que cambiar. También en nuestro lenguaje, porque menuda frasecita”.
Y todo ello me ha tenido todo el día pensando en lo arraigada que es nuestra cultura. Muchos verán una simple frase hecha, como otras tantas que se dicen desde los tiempo de nuestras abuelas y que ahora suenan horribles. No es momento de juzgar el momento en que se crearon pero sí es la hora de desaprender y de cambiar nuestro pensamiento, nuestras acciones y hasta nuestro lenguaje.
He pensado y mucho sobre la huelga feminista. Lamento desilusionar a los que se piensan que seguimos a la corriente como pollos sin cabeza pero no es así. Lo he valorado todo: el momento histórico, las reivindicaciones, qué nos jugamos, a quién representamos, e incluso mis propias circunstancias. Y por ello, con seguridad y las ideas claras, me uno al paro.
Lo hago por mí.
Por cada vez que me han dicho que me calle.
Por cada vez que me han convencido de que mi voz no era tan fuerte y sabia como para tener derecho a alzarla –sí, también es responsabilidad mía haber comprado ese discurso, pero nunca es tarde para reflexionar-.
Por cada vez que he tenido ganas de alzar la mano y hablar y me he autocensurado.
Por cada vez que he pedido a mis amigas que me llamaran cuando estuvieran a salvo en casa o he hablado por teléfono –o fingido que lo hacía- de camino al coche, llaves en la mano, para tener menos miedo.
Por cada vez que me he encogido por la calle cuando me han gritado una grosería, o por cada vez que me han metido mano sin mi consentimiento.
Por cada vez que me han hecho sentir mal porque “esas palabras quedan fatal en la boca de una señorita”.
Por cada vez que me han preguntado antes si tenía novio que por mi trabajo o incluso por mi salud.
Lo hago por las mujeres que quiero.
También paro por mi madre. Que es mi mayor ejemplo de una cuidadora a la que todo el mundo supone su disponibilidad y nadie le agradece nada. Que dejó su vida aparcada para cuidar de su hija y de sus padres y no recibió el apoyo cuando solo quería gritar que quería su vida de vuelta.
Por mis abuelas. Que se criaron en una sociedad tan distinta a la mía que nunca se plantearon cambiarla. Porque una no supo hacer otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar. Porque la otra no trabajó menos pero además se dio la circunstancia de que, prácticamente, tuvo que dar las gracias porque su entonces novio –mi querido abuelo- volvió del norte hasta Málaga para buscarla, en vez de dejarla olvida y ‘perdida’ en el pueblo, como otras tantas.
Por mi bisabuela. Tan lejana que ni la conocí y que, gracias a mi madre, la he sentido siempre cercana. Porque era dura y fuerte y no consintió nunca bajar la cabeza, aunque tuviera que sacar adelante a siete hijos cuando encerraron a su marido injustamente.
Lo hago por esa amiga que en voz baja pide perdón porque, a pesar de que ser madre le ha hecho más feliz que nada, admite que hay aspectos de su nueva vida que no le gustan y se siente culpable por ello.
Por esa otra amiga que combina cinco trabajos precarios para lograr un sueldo medio decente a final de mes, que ni le permite independizarse.
Por esas amigas que estudiaron una carrera orgullosas, llenas de ideas y proyectos, y a las que la realidad está dejándoles pesimistas y derrotadas.
Por esa mujer tan especial que confío en que algún día descubra que tiene luz propia y no necesita a ningún hombre a su lado para completarla.
Lo hago por las demás.
También pararé por las mujeres que no conozco ni quiero directamente pero que tienen historias, vidas y circunstancias que merecen empatía y solidaridad. Porque este paro no es solo por condiciones propias sino precisamente para denunciar las injusticias de muchas que no pueden hablar y reivindicar los derechos de todas y todos.
Por cada mujer amenazada con el despido si secunda la huelga feminista.
Por aquellas a las que han planteado reducciones de sueldo muy superiores a lo que cobran un día normal de trabajo.
Por las que trabajan tan en precario que no pueden permitirse parar ellas.
Por las mujeres maltratadas que no se atreven a alzar la voz aún. Para que algún día encontréis apoyo y energía para salir del infierno.
Por aquellas mujeres con hijas pequeñas que sueñan con que ellas encuentren una sociedad mejor que la nuestra, como nosotras hemos encontrado una mejor a la de nuestras abuelas.
Incluso pararé por aquellas que consideran que a ellas no les hace falta, que piensan en individual y que prefieren no ver lo colectivo. Pararé para que les siga yendo bien en la vida y no se vean en el futuro como creen que nunca estarán. Como otras mujeres.
Existen mil motivos. Yo solo he expuesto algunos por los que yo, como mujer, periodista, joven y trabajadora, decido parar este 8 de marzo. Por ello también estaré en la manifestación que discurrirá desde Numancia al Ayuntamiento de Santander, a las 19.30 de la tarde. Con mis colegas de profesión. Porque las periodistas también paramos.