La flota fantasma
La semana amaneció con la noticia de la llegada a Arabia Saudí de otro barco -esta vez bajo bandera liberiana- cargado de armas, cuyo destino era el “Vietnam Árabe” (Yemen y su cruenta guerra civil, con intervención directa de todas las monarquías petroleras del Golfo Pérsico).
Según comentó EL FARADIO, en su noticia “EL PANTHERA J, QUE ESTUVO HACE DOS SEMANAS EN SANTANDER CON ARMAS, LLEGA A ARABIA SAUDÍ”, la opacidad de estas operaciones marítimas -basadas en la subcontratación de navíos, como el indicado en el anterior epígrafe-, impiden que se conozca la ruta de tránsito y destino de estos buques, menos aún; que se certifique su cargamento.
Pero antes del Panthera J., la presencia del Bahri Hufuf (que provocó una espontánea respuesta ciudadana, protestando contra el anclaje de un barco cuyo interior contenía armamento pesado dispuesto para ser usado de inmediato en las últimas ofensivas en Yemen, principalmente en la ciudad de Adén, tras la caída del régimen de Mansour Hadi) y la más que presumible llegada del Bahri Jazan, hubo otros casos en todo el litoral español. Sucesos que no se hicieron públicos, bien por oportunismo político, o en aras de intereses vinculados a la imponente industria de defensa y armamento.
Casi nadie recuerda el yate “Nabila” del multimillonario saudí, fallecido hace exactamente un año, Adnan Khashoggi. Meganavío, fondeado desde 1983 -época en la cual se usó curiosamente para el rodaje de una película de la saga de James Bond / Agente 007)-, hasta 1996, cuando su poseedor, tras haberse arruinado, lo traspasó al sultán de Brunei y este, al actual presidente de EE.UU., el señor Trump.
Este buque tiene una historia de horror: en él se firmaron los documentos entre el Gobierno de EEUU y el Régimen Islámico de Irán (supuesto enemigos irreconciliables), para abastecer a Teherán de misiles TOW y armamento pesado; para ser usado en la guerra contra el Irak de Saddam Hussein y asimismo, lograr la liberación de los rehenes occidentales retenidos por el Hezbollah libanés; en la zona sur de Beirut.
Unido a ello, todo el dinero que se logró cargar en ese buque fue dirigido hacia Tegucigalpa, con vistas a repartirlo entre la Contra nicaragüense, que se encontraba oculta en el país vecino y desde allí libraba una guerra de guerrillas contra el Frente Sandinista.
En esos mismos años, los barcos del conocido como “Príncipe de Marbella”, pasaban por el puerto de la ciudad de la Costa del Sol, sin mayores problemas (es más, gozaban de múltiples privilegios). El hombre ligado a la jet-set, en Puerto Banús, no era otro que Monzer Al Kassar.
Nombre quizás desconocido para el ciudadano de a pie. Pero este hombre, con doble nacionalidad hispano-siria, fue considerado durante muchos años por la Interpol, como “El Mercader de la Muerte”.
Desde su despacho en pleno centro de Marbella, Al Kassar coordinó la puesta en marcha de contenedores cargados de todo tipo de armamento, con destino a los “puntos calientes” de la fase final de la Guerra Fría (entre los años 1984-1989): Líbano, Afganistán, Etiopía, Somalia, Irán, Irak, Nicaragua, El Salvador, sur de Tailandia y frontera entre Camboya y Laos.
También se suministró armamento químico a la Central Nacional de Informaciones Chilena (CNI), bajo supervisión del general Manuel “Momo” Contreras y hasta el arresto de Al Kassar en 1992, por orden del juez Garzón, junto a su cómplice el chileno-sirio Edgardo Yamal Bathich; los envíos también tuvieron como destino el Perú del ya presidente electo Alberto Fujimori.
Armamento que iba a ser usado contra -supuestamente- el grupo militante “Sendero Luminoso”. Hasta la detención de Al Kassar, más de 1.074 envíos de buques, partieron de Puerto Banús. El Ministerio de Defensa, cuyo cabeza visibles esos años fue el a posteriori vicepresidente del Gobierno español, Narcís Serra i Serra, nunca se pronunció acerca de esos hechos. Tampoco lo hizo el secretario-director general del CESID durante esos años, el teniente general, Emilio Alonso Manglano (ya fallecido). Ni de los numerosos buques que partían del Golfo de Vizcaya, en los años 80 del siglo pasado, con destino Basora, en Irak.
Embarcaciones que llevaban misiles creados por una de las mentes más maquiavélicas en el negocio de la guerra: el Doctor Gerald Vincent Bull, canadiense exiliado en Bruselas y principal eminencia gris del “Proyecto Babilonia” (un cañón de largo alcance), que buscaba dotar a Saddam Hussein de armas para aterrorizar a toda la Península Arábiga.
Para finalizar añadiendo, algo que muchos se preguntan a fecha de hoy: cómo el anteriormente citado Monzer Al Kassar pudo anclar su flotilla en el puerto de Valencia, desde donde huyó el terrorista Abu Abbas, que meses antes había secuestrado el transatlántico “Achille Lauro”.
En él, este terrorista asesinó a un paralítico norteamericano (Leon Klinghoffer), para posteriormente, lanzar su cadáver por la borda y asimismo, enviar tres lanchas rápidas con destino Libia, donde el “Perro Loco de Oriente” (posteriormente “amigo pro tempore” de EEUU), Muammar Gaddafi se armó hasta los dientes, para seguir su guerra interminable contra el vecino Chad. El negocio de la guerra no conoce de fronteras, ni límites. Las normativas de navegación y aguas internacionales, por desgracia, no se cumplen en estos casos.