Es lo que parece
No todo es siempre lo que parece. Puede parecer que un padre habla con hijo, que no ha existido nunca, y nunca va a existir; puede parecer que otro padre habla con hijo, que ya no existe; puede parecer que es un dramaturgo el que ha escrito una obra que está escribiendo otro; puede parecer que los hechos ocurren en un espacio que “está ahí”, afuera, pero que tienen su lugar en los adentros de una memoria; puede parecer que hay espectadores, pero son sus sombras en las paredes de una conciencia; puede parecer que hay vida donde solo hay muerte.
Los pasados días 20 y 21 de abril, la obra de Áureo Gómez, ‘Proyecto Dédalo. Instrucciones para un vuelo perfecto’, clausuró, en Las Teatrería de Ábrego, la IV Muestra Internacional de Teatro Unipersonal SOLO TÚ, en la que puede parecer que hay hasta tres personajes, cuando en realidad hay dos, reducibles a uno.
Y puede parecer que en la función ocurre todo lo que se dice en el primer párrafo de este comentario, hasta el momento en su desarrollo, en el que las apariencias dejan paso a una realidad explícita, cargada de un dramatismo, que se consuma en una tragedia, por tres veces anunciada, expresada, al fin, en un nombre, Ícaro, que, al tiempo, puede parecer que, desde la distancia infinita brinda una nueva oportunidad a la vida.
Porque el autor toma el mito de Dédalo y su hijo, Ícaro, que encerrados en el laberinto sin salida construido por el rey Minos, encuentran la forma de salir de él volando, para lo que Dédalo, hábil constructor de todo tipo de ingenios, articula unas alas con plumas de aves, ensambladas con cera de abejas, con las que Ícaro vuele a la libertad.
Le advierte Dédalo de los peligros de volar demasiado alto, y que el sol derrita la cera, y también de volar lo bastante bajo como para que las olas del mar inutilicen las alas, mojando las plumas. Ícaro, tan joven, vuela alto, se derrite la cera, y cae al mar, muriendo ahogado. La simbología de esta parte del mito es clara: vuelo en libertad, sí, pero atendiendo al manual de instrucciones.
Es sabido que en la trayectoria de Ábrego se han ido sumando a su repertorio obras encaminadas a concienciar y sensibilizar, en especial a los más jóvenes, respecto de comportamientos, hechos hábitos, que pueden truncar sus vuelos, incluso antes de haber abierto las alas. En “Proyecto Dédalo…” el lastre que puede acabar con el sueño de volar es el alcohol, puede ser el sol que derrita sus neuronas y se ahoguen en el mar de “sus propios vómitos”, como se dice en un momento de la representación.
Este es el tema, que un padre reproduce en su memoria, y escribe en un papel, para representarlo en un escenario, espacio que estaba destinado a un hijo que, en pleno vuelo etílico se estrelló contra el suelo de la muerte.
Un padre, que recuerda son su hijo ausente, pero de cuerpo presente, moviente y hablante, lo que parece que pudo haber sido, pero que no fue. Y afloran los conflictos que se suceden de generación en generación, tanto que permiten adelantarse para generaciones venideras, la del nieto, que parece formar parte de la obra, pues o que cambian son los estilos, al paso de los avances tecnocientíficos, pero no tanto los motivos.
Áureo Gómez ha articulado un texto no exento de cierta complejidad, que se va clarificando a medida que avanza en el proceso de una formación personal, que parece ir por buen camino, pero que acaba en la cuneta.
El dramaturgo ha imprimido al texto un dinamismo, acorde con la dialéctica entablada entre los personajes, que interpretan Fernando Madrazo y el propio Áureo Gómez, quienes con una mesa, dos sillas, dos tazas, unas deportivas, unos papales, un cuadernito y dos bolígrafos, son lo que parecen ser: dos actores que, dirigidos por Pati Domenech, encarnan a un padre y un hijo, que cuentan lo que pasó, indagando en los porqués de un fracaso, en un cuerpo a cuerpo, o duelo interpretativo, como suele decirse en estos casos, saldados a los puntos, en el que la calma convive con la vehemencia, la comprensión, y se compadece con los reproches, la ternura se aviene con la exaltación.
Todo en proporciones interpretativas ajustadas, sin culpabilizar, y siempre con un lenguaje claro y sencillo, reconocible, con alguna carga de ironía, rayando con un humor, asequible a sus destinatarios principales, los jóvenes, si bien es verdad que, como comentaba con Fernando Madrazo, tras la función, es obra no menos destinada a adultos, por cuanto su personaje, el padre, es el que sufre que su hijo errara el vuelo. Pues, a veces, las cosas son como parecen ser. En el teatro, siempre. Pero no solo en el teatro.