No sois manada, es VIOLACIÓN
Tras el juicio al coronel de las SS nazis Otto Adolf Eichmann celebrado en Jerusalén en diciembre de 1961, la filósofa judío alemana Hannah Arendt acuño el término de la banalidad del mal. Uno de los objetivos de Arendt era profundizar en los motivos que llevaron a Eichmann a hacer lo que hizo. Creía Arendt que al hacerlo podría analizar las atrocidades del Holocausto. Porque la muerte de millones de personas tenía para la pensadora un sustrato social de normalización, un marco de aceptación de la violencia, de deshumanización: En el caso del teniente alemán, una persona que cumplía las normas, que obedecía las órdenes, que no se cuestionaba la naturaleza de sus actos aprehendidos. En el caso de la sociedad alemana, hasta qué punto desde la cotidianidad se construyó un maco de distancia, aceptación y normalización hasta tal punto que la atrocidad encontraba un espacio de refuerzo, justificación o disculpa de conductas que después se juzgaron como incomprensibles, como inaceptables para el género humano.
¿Era Eichmann un monstruo, un psicópata, como aseguraba la mayor parte de la prensa? ¿O era una persona aparentemente normal, una pieza más en un sistema basado en el exterminio? ¿Hasta dónde esa normalidad se convertía en la coartada de una crueldad intolerable, de una deshumanización, de una cosificación del otro para, de esta manera, no sentir nada, o aún peor, no sentir lo que ese “otro” sentía? En el caso de Eichmann, formar parte de un tipo de “manada” parecía despojarle de todo tipo de responsabilidad. ¿Hasta qué punto la reflexión de Arendt puso frente al espejo a quienes durante años normalizaron esa barbarie? Una barbarie construida desde la cotidianidad, desde los pequeños gestos, detalles, palabras, hechos tan repetidos que la víctima perdía la noción de serlo y el verdugo aceptaba la suya sin cuestionársela en absoluto.
Si Adolf Eichmann era una psicópata, una anomalía social, su caso no podría explicar nada más que su propia conducta, pero si aceptamos, aunque sea parcialmente, la hipótesis de Arendt ¿Podría un hombre “normal” cometer esas atrocidades? Un buen hijo, compañero de trabajo, de filas, de “manada”. Alguien con quien un día cualquiera podríamos coincidir sin sentirnos amenazados, cruzar unas palabras, sin más. Alguien tan integrado en la sociedad como lo puedes estar tú, como lo puedo estar yo. Alguien que vaya de fiesta a San Fermines con su grupo de amigos, que tenga un grupo de wasap, que hagan bromas y se rían de esto y de aquello. Alguien que, volviendo de fiesta, de “gaupasa” (sin dormir) se tropiece contigo, te sonría, te hable de esto y aquello y te diga que te acompaña a casa. Y con esa “normalidad”, con esa confianza, te lleve a un portal. Para a continuación acabar violándote junto con sus cinco amigos, grabarlo por su teléfono móvil, como si fuera algo tan “normal” como una escena de un video “porno”.
Y así cinco jóvenes creen “normal” someter, ridiculizar, humillar, y violar a una joven de 18 años sin pararse, quizás, a cuestionar la naturaleza de sus actos o a justificarlos porque forma parte del sistema en el que la banalización del mal viene en forma de cosificación, de deshumanización, de entender la relación con la mujer como un ejercicio de poder, de dominación, que puede ir desde creer que es normal tocarle el culo, así sin más, a violarla en un portal convencido de que nada de lo que estás haciendo está mal. Y, en el caso de que lo seas, haya un espacio de impunidad lo suficientemente amplio para que te sientas seguro, a salvo dentro de una “manada” que no es manada, es jauría. Porque una manada, cuida, protege, coopera, integra, ayuda, y no se deja a nadie fuera, no ultraja a nadie a su paso. Además si hay un juez que en su voto particular considera que lo que has hecho no es violación, sino que todo fue producto de una situación consensuada en un contexto de fiesta y jolgorio, no hay más preguntas señoría.
Es lo que se conoce como cultura de la violación, un sistema de valores organizados para una sociedad que ve en la mujer un objeto al servicio de la satisfacción, del consumo, que, como norma, la despoja de sus sentimientos, de sus deseos, de sus derechos, como menciona la abogada y especialista en violencia de género Amparo Díaz Ramos. Una cultura de la violación que capilariza de todos los estamentos de la sociedad y que tiene su última y desgarradora expresión en una sentencia judicial. En la que el peso de la justicia cae sobre la víctima ¿Desde cuándo?
¿Desde cuándo la guillotina decide cual es la medida del cuello? / ¿Desde cuando es el nazi quien dice quién es el judío bueno, el que merece ser gaseado, sonriendo…? / ¿Desde cuándo el asesino es quien pone la bala en el corazón del muerto?/ ¿Desde cuándo el verdugo es quien escoge? ¿Desde cuándo eso es ser un hombre?/ ¿desde cuando dejamos de serlo?…y ¿Por qué?….
Nota: Este Viernes 4 de mayo, a partir de las 20.30 hrs de la tarde y tras la manifestación convocada bajo el lema «No es abuso, es VIOLACIÓN, que dará comienzo en la plaza Numancia a las 19.30, finalizando ante la Delegación del Gobierno, te invitamos a sumarte a ese grito unánime que se rebela contra la normalización de la barbarie, contra esa banalización del mal en forma de sentencia judicial de la mal llamada “manada”. Contra esa normalidad que mata, que cosifica, que deshumaniza, que acosa, que viola, en un evento multidisciplinar (teatro, poesía, música) bajo el lema “No sois manada, es VIOLACIÓN” , que tendrá lugar en el Centro Cultural Eureka (c/ San Simon 8, Santander) a partir de las 21 hrs.
Mas info acerca del evento: https://www.facebook.com/events/153815078793136/?notif_t=plan_user_joined¬if_id=1525126995576760
Polibio
Si los hechos hubieran ocurrido como usted los narra, sería una violación, pero ese relato no ha sido demostrado, luego parte de una base subjetiva y voluntarista. Cuando hay una denuncia de un delito, hemos establecido un sistema de administración de justicia que se rige por unas reglas procesales aquilatadas a lo largo de siglos por avanzar en lo civilizado (presunción de inocencia, in dubio pro reo, principio acusatorio, derecho de defensa)que considera más odioso que haya un inocente en la cárcel que un culpable suelto. He leido la sentencia y la versión de la denunciante no ha sido probada. Fíjese que ninguno de los tres jueces aprecia violación. Ninguno. Lo mismo usted prefiere una sociedad en la que prescindamos de un juicio contradictorio y condenemos a las personas por ser odiosas a priori. Yo no. Y sospecho que Hannah Arendt tampoco.
Jose Elizondo
Gracias por su comentario Polibio. Disculpe, pero no coincido en nada de lo que que dices,(me cuesta entender su razonamiento y relacionarlo con el propio artículo) ni en la lectura que haces del artículo.(sin entrar en el juicio de intenciones). Un saludo