“Escasas son las escenas, en esa representación que es la vida, en las que el actor se identifica con el personaje”, así dice un aforismo de mi libro “Disparos al aire”. ¿Ocurre lo mismo sobre el escenario de un teatro? ¿dónde hay más vida, en el escenario o fuera y lejos de él? ¿y más teatro? Estos son algunos de los interrogantes que se dilucidan en “La función por hacer”, obra que el Grupo de Teatro de la UC ha preparado durante el actual curso, y que presentó en el Salón de Actos de la Facultad de Medicina, los pasados días 25 y 26 de mayo.

La función sin hacer (Foto: Aúreo Gómez)

La obra es una versión libre de “Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, debida a Miguel del Arco y Aitor Tejada, que simplifican las circunstancias existenciales de esos personajes, sin perjuicio de su carga dramática.

La dirige, como las funciones de años precedentes, Rita Cofiño, en un escenario exento de elementos decorativos, excepto un viejo y raído sillón, donde se entabla una dialéctica sobre la ética y la estética de la obra de arte, en general, de las escénicas, en particular. Dicho de otra manera, entre unos “actores” y unos “personajes”, que no son los suyos, que no quieren actores que los representen, pues nunca llegarían a transmitir la verdad de su realidad existencial.

De eso iba la obra que estaban representando los actores, antes de que fuera interrumpida por la irrupción de unos personajes que quieren representarse a sí mismos: de la verdad del arte que el actor-artista identifica con la “integridad, armonía y luminosidad” de la belleza, indiferente el estilo con el que se exprese artísticamente la realidad.

En “La función por hacer”, los “actores” no saben que no son, ni en principio, quieren ser los “personajes”, que tampoco quieren ser representados por ello, so pena de falsear su verdad, que ni es íntegra, ni armónica, ni luminosa. Es la extrapolación al escenario de la vida de cada quien, que se debate entre la que es –la que se cree que es- y la que se representa en cada escenario vital.

Los demás solo conocen al actor; al personaje, lo suponen. En la función los espectadores conocemos a los “actores” y suponemos a qué personajes representan; y también a los “personajes” que exigen representarse a sí mismos, como, si de ser así, su verdad, transustanciada en hecho teatral, no fuera a devenir meramente verosímil.

Puede entenderse de lo dicho la complejidad real de un texto y su estructura, que se resuelve en el escenario con la aparente simplicidad de los cuerpos y las voces de los intérpretes, y con la, tan discreta como eficaz, iluminación, a cargo de Víctor Lorenzo.

Porque sobre el escenario todos son intérpretes, todos son actores y personajes. Y nunca se representan a sí mismos.  Todos interpretan un entramado existencial compartido, activa o pasivamente, en el que las pasiones, el amor, las traiciones, las decepciones, las angustias, la compasión, la cobardía…son ingredientes de la condición humana.

En su trabajo, los “personajes” convencieron, con la voz y con el gesto, del drama de cada uno dentro del drama colectivo. No solo a los espectadores, también a los “actores”, que se resistían a tomarlos en serio, entre burlas, desprecios e interpelaciones al público, en busca de complicidad, para acabar viéndose involucrados en una realidad, que puede ser la de todos. Total, que “La función por hacer” acaban por dejarla hecha, y muy bien hecha. Algo habrá tenido que ver también en ello Rita Cofiño.