Vivir trágico
“El hombre puede creer en todo lo que quiera, pero nunca podrá evitar el saber secretamente que eso en lo que cree es la nada”. Son palabras del recientemente fallecido pensador francés Clément Rosset de la filosofía trágica, que apela al gozoso fracaso del vivir, o dicho de otra manera, a un pesimismo vitalista. No se trata del apesadumbrado sentimiento trágico de la existencia unamuniano, al que la nada sume en la más absoluta tristeza. Si se emparenta, es de lejos, con el nihilismo nietzscheano, que afirma la ausencia de convicciones verdaderas. Al menos hay una, la de la nada, por más que se pretenda eludir. Está más cerca del sinsentido existencial sartriano, que condena a actuar libremente, aun sin otra esperanza, que no sea la de la nada, si bien se separa de él, en la medida en que mitiga la urgencia y la necesidad de actuar, cuando dice: “tranquilos, todo está mal”. Un vivir trágico, que no excluye la alegría, y sosegado.
Tengo para mí que este vivir trágico rossetiano es el denominador común de las “Siete crónicas secretas”, que el músico y actor argentino, Luis Caro, contó y cantó en La Teatrería de Ábrego, los pasados días 8 y 9 de junio. Siete relatos en los que resuenan las voces, entre otras de Juan Rulfo y Juan Gelman, narrador y poeta, respectivamente, de tragedias individuales, elevadas a la categoría de colectivas.
El secreto que encierran las crónicas es el que transita entre la dicha y la desgracia, entre el amor y la indiferencia, entre la trayectoria vital y la meta mortal, entre el azar de nacer y la necesidad del morir. O sea, el secreto de la condición humana, se sea despreciable y desgraciado, o ilustre y aclamado.
Luis Caro indaga el secreto en su contar y su cantar. Lo cuenta con la sencillez con la que se cuenta lo inevitable, porque todo lo que pasa es normal, si no, no pasaría. Y lo cuenta con palabras, sencillas, sí, pero cargadas de la emoción inherente al vivir trágico, que transcurre entre la perplejidad de alguna que otra sorpresa, y ls ironía, que pueda apuntar una sonrisa, por más que amarga. Y lo canta al son de su guitarra, que no hay más adecuado acompañamiento al vivir trágico que el del espíritu de la música. Y Luis Caro es un músico que actúa, y un actor que canta. Y cuenta y canta con la naturalidad con la que se canta y cuenta los secretos, cuando ya lo son a voces.
Por eso no denuncia con sus letras, pero sí se compadece con los damnificados de sus crónicas. A las músicas con letra y a las letras sin música se acompasan a la luz de unos focos atentos a quien pone la voz y dice la palabra, iluminación a modo de poética, que suaviza la hondura de los relatos, como si buscara situarlos entre la realidad y la ficción (al terminar la función pude hablar con el actor, quien en la ficción de don Quijote se manifestaba la realidad de un vivir trágico)
Luis Caro cerró la función con un recuerdo y homenaje a la poeta, nacida en Suiza, Alfonsina Storni, que hundió su vida en las aguas del Mar del Plata. Y lo hizo interpretando a la guitarra la canción “Alfonsina y el mar”. Alfonsina Storni fue depositaria de un vivir trágico, que el artista vino a contarnos y cantarnos. Cuando ya no es un secreto. ¿O sí?