El pasado es carencia
Schopenhauer le da el título, casi, y en él se contiene la situación y la intención, que son las coordenadas de toda obra de arte, en general, y, en particular, de la poesía, según dejó dicho Ángel González, poeta. O una declaración de intenciones, que también se suele decir. Que nadie escarmienta en cabeza ajena es un hecho, de verdad contrastada por la experiencia. Y no es menos verdad que pocos, si alguno, escarmientan en cabeza propia.
Siendo así, escarmentar sería tanto como no vivir una vida propia, no importa cuál y cómo sea la vida de cada quien. De modo que vivir viene a constituir un repertorio de actos, personales e intransferibles, por más que puedan ser intercambiables, por cuanto todos ellos responden a una condición, la humana, que, a falta de una naturaleza humana de piñón fijo, ofrecen variantes, aparentemente accidentales, “casi insensibles”, dice el filósofo citado, quien, junto con otra cita de J. Guillén, introducen el poemario . Sin reparos, insensibles, dice la poeta Elda Lavín, que así titula su último poemario publicado, “Las variaciones insensibles”. Insensibles, por cuanto pueden no ser notados por los otros. Precisamente por eso, objeto de atención a la sensibilidad de la poeta.
Vivir es un andar caminos, que la poeta, después de haberlos conocido, recorre de nuevo, con minuciosidad, y por los que lleva a sus lectores, bueno, al menos a este, sabedora de que partimos de una encrucijada, a la que siempre volvemos, como si no diéramos nunca con la senda deseada. Cada poema de “Las variaciones…” es una trocha, que la poeta transita de la mano de la memoria, que no se entretiene tanto en describir espacios, sino en contar el tiempo que, a su paso, ha ido configurando y desconfigurando, hasta dejarlos, más que escritos en una página en blanco, inscritos en los márgenes de su espíritu, que nunca parte de cero. Es ahí, y entonces, donde las variaciones las siente, y las hace sentir, Elda Lavín, por más insensibles que se quieran.
La memoria es la responsable de las variaciones, no tanto porque las invente, como porque las descubre, unas veces como testigo que declara que las ruinas de la belleza también son bellas; otras veces, como chispa, que brilla sin convicción, sin generar llama de hoguera, porque el tiempo, a su paso, gusta de soplar, que el tiempo es como el viento, igual en su fugacidad, y sopla brisa, que en un verso aviva el rescoldo del recuerdo, o sopla vendaval, que en otro verso reduce el recuerdo a cenizas.
Así, en los versos de Elda Lavín, se trate de la piedra de una catedral, del mármol de una estatua en el espejo de la memoria, o de la piel de su propio cuerpo en el azogue de un espejo.
Y también en la Naturaleza, que no es tanto realidad que “está ahí”, como el reflejo, y las consecuencias de sus variaciones “en mí”, como origen y destino, que es, y el trayecto temporal del uno al otro, con el azar por medio. Natura sive tempus.
No le exalta a la poeta, tanto la belleza de una catedral, de una estatua, de un cuerpo humano, de la naturaleza, como la conmueve su brevedad, por más que libre la batalla de la poesía para redimirla. De ahí que los versos de “Las variaciones…” estén informados por un tono contenidamente elegiaco, que deja resquicios para algo así como la esperanza, al menos la ilusión, cuando la mirada poética se posa con dulzura en la inocencia de su hija, y en ella cree reconocerse, a salvo de batallas libradas, y no ganadas, en las que han quedado los despojos de tantas carencias. Las del amor, por ejemplo, si bien las ausencias acaban siendo irrelevantes para el seguir de la vida. Cada ausencia es un compendio de variaciones.
Uno no hace un poema con ideas, sino con palabras, dejó dicho Mallarmé. Supongo que quiso decir que en la palabra poética la función expresiva se impone a la significativa, mientras que, en el ensayo, por ejemplo, ocurre al revés.
Y así, en “Las variaciones…”, poemario, en el que el componente reflexivo ocupa un lugar, y no solo porque un poema se titule “Reflexión”, la carga emocional se expresa con palabras que cumplen con las exigencias que la poesía impone, buscando entre ellas relaciones, que no establecerían en otro formato literario. Elda Lavín divide la treintena de poemas en tres partes, sin perjuicio para la unidad del conjunto, que indaga en los pormenores de un vivir, con distintos motivos como pretextos poéticos, para transmitir, no tanto la idea, como la vivencia de que todo el pasado es carencia.
(No he pretendido en estas líneas, sino transmitir mi lectura de “Las variaciones insensibles”, con todo su acopio de subjetividad. Por ello, siempre que comento un poemario, nunca cito y gloso versos del mismo, por un lado, porque se cercena el poema, y, por otro, porque podría condicionar otras lecturas. Otras lecturas son posibles. Sobre todo, tratándose de poesía)