Sin salida
|| Fernando Llorente ||
Que son millones los seres humanos que se saben y se sienten confinados en jaulas con rejas invisibles y se hacen la ilusión de que están fuera, es un hecho constatable, individual y colectivamente, a pesar de lo que se siente y se sabe.
La compañía andaluza ‘Teatro a la plancha’ lleva esa realidad a los escenarios, con la obra ‘Los perros’, de Selu Nieto, con la que se clausuró la 26ª Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo, el pasado 14 de noviembre, en la Sala Medicina.
Lo presenta extremando las condiciones de una condición humana en situación extrema de degradación social. Los personajes están seriamente afectados de anomalías físicas y psíquicas, pero no tanto como para no ser conscientes de la injusticia y abandono de los que son víctimas y como para no querer salir del hondo agujero y ser depositarios de acogida y empatía.
El autor concentra en tres personajes la exposición y denuncia del estado de descomposición de unas instituciones, supuestamente de servicio humano y social, que, con alguna frecuencia, añaden sufrimiento al sufrimiento.
En ‘Teatro a la plancha’ asoma el modo de hacer teatro otra compañía andaluza, ‘La Zaranda’: en la concepción de los personajes, individuos privados de agarraderos existenciales, condenados a la exclusión; en los parlamentos fragmentados, obsesivamente repetidos…Pero también en ‘Los perros’ se ve la sombra del teatro de Samuel Beckett, especialmente de su obra ‘Final de partida’, y no solo: un espacio vital (¿) cerrado y opresivo; un tiempo rabiosamente presente; unos personajes tarados (un ciego en ambos) y desahuciados…y un perro, al que tienen como guía y consejero en el camino de salida hacia una, tan deseada, como improbable liberación.
En la lejanía temporal ladra el perro simbólico, que los de la escuela de la antigua Grecia, la de los cínicos, que adoptaron al perro como modelo de vida, siendo Diógenes de Sínope su miembro más conocido de la escuela. Modelo de vida con el que hacer frente a las normas y costumbres establecidas. La diferencia estriba en que aquellos ‘perros’ eran libres, o eso creían, y escandalizaban con sus vidas, mientras que estos quieren serlo, si el perro les echa una pata. Pero el perro de cartón, y no sé si eso condiciona su simbolismo.
Estos ‘perros’, aspirantes a la liberación esperan la anunciada llegada de quien les saque del hospicio en el que están encerrados, jaula con muros sin vistas al exterior, tras los que no saben, pero sí sospechan que solo hay muerte –otra vez Beckett. Nunca llega ese Godot –otra vez-, que aquí tiene oficio: director general del hospicio, del que se espera abra la puerta de salida. Solo cabe esperar y aferrarse obsesivamente al presente –“hoy es el día”- para mantener, siquiera, un atisbo de esperanza, negándose a admitir que el tiempo pasa….contra ellos. Pero de nada les vale el intento ilusorio de escapar, que solo les lleva a dar vueltas por el interior oscuro de sí mismos, del que no pueden salir. Ni nadie les vendrá a sacar.
En el escenario, un entramado de tablas, que sirve de cama, laberinto, tumba. En él, y en torno a él, los intérpretes desarrollan un trabajo actoral excelente, para encarnar a unos personajes, con toda la carga de anomalías psíquicas y físicas a cuestas, lo que opone dificultades al empeño, a los que solo les cabe esperar el cumplimiento del sueño imposible del amor y la libertad: esperar soñando; soñar esperando.
Los intérpretes trasladan a los espectadores la intensidad de sus emociones, la desesperanza de sus sueños, la inutilidad de sus acciones, mediante unos movimientos precisos en su descontrol, así como en un lenguaje, que no llega a configurarse en diálogos, sino en monólogos a dos y a tres, obsesiones repetidas y repetidas, que abundan en el absurdo y sinsentido de la existencia, en general, de la de algunos –muchos, siempre-, en particular, proclamados por la filosofía existencialista, y de los que se hacen eco, La Zaranda, Teatro a la plancha…y Beckett.
A la intensidad de la emoción contribuyen, como unos protagonistas más, una iluminación, que pone esplendor en la fealdad; en el desamparo, compasión. Y unas músicas, que ponen grandeza en la miseria. Músicas y luces que, al final de la función se abren a un exterior, en forma de telón de fondo, en el que, en lugar de cruces, cuelgan ropas de desgraciados, liberados para siempre por la muerte. Es el destino de millones de seres humano, víctimas de azares desgraciados. Y de criminales acciones y omisiones humanas. El destino de ‘Los perros’.