VOZ
20Tal vez pueda ser un oxímoron cuando nos referimos a las ciencias sociales como disciplinas que intentan trasladar el método científico a la hora de analizar la realidad en la que vivimos. La necesidad de hacerlo viene marcada por la urgencia de anticipar situaciones futuras interpretando de forma adecuada situaciones presentes y pasadas. Probablemente sea imposible objetivar al ser humano, en sus aspectos más emocionales ¿Cuánto pesa la tristeza? ¿Cómo se mide el alcance de una mirada? El margen de error se presenta inasumible; la historia nos lo demuestra, la más inmediata actualidad nos lo muestra.
Y es que estamos hechos de contradicciones que demasiadas veces nos hacen transitar por el filo de la cordura y quizás por eso buscamos refugio en las verdades absolutas, en el discurso cerrado, en ese que no se note que dudo porque entonces estaré perdido. Descartes nos miraría estupefacto si de verdad la razón fuera el motor de nuestra existencia, pero también llegamos a dudar de eso. La necesidad de una razón absoluta se convierte así en el espejo del totalitarismo. Y quien intenta imponer su verdad en la expresión del mismo. Es ahí precisamente donde encuentra espacio la democracia. Un espacio en construcción lleno de sus propias contradicciones, pero el único espacio que nos ofrece una salida a las miradas únicas, vengan de donde vengan y se miren como se miren.
El estudio, análisis y comprensión de lo que sucedió en el pasado debería darnos las claves para afrontar el presente en el que nos movemos. Si conocemos el fascismo(s), no deberíamos repetirlo, deberíamos tener las herramientas para detectar cómo surge, por qué, sus causas, sus rasgos comunes, sus peculiaridades adaptadas a las realidades en las que se desarrollan, y así encontrar la forma de desactivarlo, o aún mejor de vacunarnos frente a ello. Y de repente (o no tanto) irrumpe una VoX que parece decir lo de siempre como si fuera algo nuevo. Que ofrece certezas, algo concreto a lo que aferrarnos en esta posmodernidad de arenas movedizas por la que nos movemos. Y utiliza algo tan viejo como nuestra propia existencia: La identidad, lo que somos, con lo que nos identificamos, esa que sentimos cuestionada y sojuzgada constantemente. No necesitamos más razones que encontrar ese espacio en el que podemos sentirnos bien, protegidos y que nos devuelve una imagen fuerte, orgullosa, diferente a esa que cuestiona lo que hacemos, lo que somos, en lo que creemos, o como nos sentimos, y que nos juzga constantemente.
El filósofo alemán Jürgen Habermas en su Teoría de la acción comunicativa intentaba explicarnos las dificultades de entendernos que, llevadas al extremo, provocaría lo que él definía como “fallo comunicativo”. En el caso de las identidades que se construyen “en contra de…” el fallo comunicativo ya es de origen por lo que el choque parece inevitable. Algo así como “No me grites que no te veo”. Quizás por miedo a vernos demasiado pequeños, y con un tiempo muy corto en el trazo de la historia, necesitamos ubicarnos, demasiado pronto, en un relato heredado, de esos que llegan tan cerrados y llenos de certezas que creemos que estamos en el bando de “los buenos”. Y mejor no pensarlo demasiado no vaya a ser que nos equivoquemos y tanto tiempo invertido no sirva para nada.
La necesidad de pertenecer a algo más grande que nosotros mismos para no ser olvidados, para darle un sentido a nuestra existencia, que vaya más allá del tiempo que dura, hace que nos envolvamos en himnos, y banderas, tras símbolos y narrativas de las que tenemos poco más que la visión sesgada de una emocionalidad heredada. Y cuando nos negamos a ver al otro, a escuchar su VoZ es entonces cuando queremos que solo se escuche nuestra VoX. Una VoX que se alimenta de los “peros”. Yo no soy racista pero, yo no soy violento pero, yo no soy intolerante pero, no tengo nada contra quienes piensan diferente a mí pero…y así el pero se convierte en el primer disparo a la democracia, a los derechos humanos, ese espacio “en construcción” que nos empeñamos en destruir.
Tal vez por eso a veces tenemos la sensación de que, según donde pongamos el foco, nada ha cambiado. Desapareció la esclavitud y vemos cada día como millones de personas son explotadas en minas de coltán para que yo pueda escribir este artículo, para que pueda llamar a mis seres queridos en Navidad, para hacer una foto de lo bonito que nos ha quedado el árbol y enviársela a todos nuestros grupos de wasap, el de la familia, el del trabajo, el de los caminos del cole y la infancia, el de los cursos de….tantos como notificaciones que acabamos por no leer. Y cada uno de ellos con su correspondiente “estado” de felicitación de estas fechas de buenos deseos para el mundo entero, de paz y amor. Al mismo tiempo que una niña cose en un taller clandestino un pijama de Harry Potter, mi hijo de 6 años se llena de alegría al ponerse el que yo le acabo de comprar en la cadena de tiendas donde más baratos los venden porque no tengo dinero para más. ¿Quién escucha su VOZ?