Duelo de artistas
Cuando el Purgatorio, ese lugar de paso, donde esperaban veredicto quienes en vida no habían sido ni buenos ni malos, sino todo lo contrario, ya no preocupa a casi nadie, va Fernando Rebanal, de Rebanal Teatro, y transforma, lo que queda de él en el maleducado espiritualmente imaginario colectivo, en un escenario, en el que sitúa a dos personajes históricos ilustres: al arquitecto Juan de Herrera y a Domenico Theotocópulos, El Greco, pintor, 400 años después de haber muerto.
Con ellos, y en ese lugar, Rebanal Teatro ofreció, el pasado 29 de mayo, en el Centro Cultural Madrazo, de Santander, la función “El pincel y el compás”, que forma parte del Programa de Primavera de los Centros Culturales. Chus Samperio dirige la representación, de cuyo texto es coautora con Fernando Rebanal, que interpreta a Juan de Herrera, mientras que Javier Uriarte se ocupa de poner cuerpo y voz a El Greco.
El encuentro de ambos en tan insólito lugar y tan a destiempo sirve para reavivar momentos de sus biografías presididos por las discrepancias artísticas, tanto expresiva como significativamente, y que giran en torno a un personaje, omnipresente en su ausencia, el rey Felipe II, adalid de la cristiandad, azote de herejes, de quien los dos artistas no reciben el mismo trato de favor, pues la obra de uno, el Monasterio de El Escorial, responde al gusto del rey, mientras que “El martirio de San Mauricio”, del pintor, no satisface las expectativas reales, siendo ambas obras encargos de Su Majestad.
Vestidos de época, la de sus personajes, los actores entablan una dialéctica, de notas y tonos elevados, en ese extraño espacio, que es un escenario-purgatorio, o al revés, decorado con grandes cajas de cartón, y en el que lo rancio se aviene con lo nuevo, pues también al Purgatorio, por más que en desuso, ha llegado el siglo XXI.
Este anacronismo propicia que la intensidad de los diálogos se distienda con esporádicas ráfagas de humor, sin distraer del grueso de la función, que supone un cuerpo a cuerpo, un voz a voz entre dos actores, que polemizan desde la lejanía del tiempo de sus personajes y, sobre todo, desde sus diferencias personales respecto a asuntos existenciales decisivos, como sus posiciones morales y religiosas, o sus concepciones estéticas y la función del arte, o entrado en confidencias, sus vicisitudes familiares y sociales, en las que comparten sus debilidades, que la condición humana es la misma. No así en las otras cuestiones, por las que se enfrentan dos actitudes: la de la fidelidad a los cánones estéticos y respeto a las normas, del arquitecto, y la del pintor, celoso de su libertad de espíritu, ajeno a imposiciones, por más que del rey vengan, y dogmas, por más que obligue la religión más verdadera.
El trabajo actoral de Fernando Rebanal y Javier Uriarte, y a pesar de verse en algún momento entorpecida por las pequeñas dimensiones del espacio escénico, es dinámica, a ratos trepidante, verbalmente encendida, sin perjuicio de momentos de calma y buen entendimiento. Fernando Rebanal administra adecuadamente su natural vis cómica, que surte los efectos buscados en un duelo dialéctico de alta intensidad, que se resuelve interpretativamente a los puntos, en lenguaje pugilístico, quizá mejor queda en tablas, en términos ajedrecísticos. Los actores hacen gala de buen hacer en las tablas, sin privarse de entonar, en alguna ocasión, sus réplicas y contrarréplicas con el acento característico del hablar santanderino, que para eso el escenario está ubicado en Puerto Chico, cuna de tal acento.
Llega el momento de abandonar el Purgatorio, y enfrentarse, los personajes, con su suerte para toda la eternidad. Un tercer personaje, una encargada por el Altísimo, que interpreta Chus Samperio, ha atendido puntualmente a tan singulares huéspedes, y ahora les marca el camino a su destino definitivo. La desconfianza en sí mismos respecto a sus méritos les lleva a despedirse, más que como insigne arquitecto y celebrado pintor, como dos pícaros, esos personajes de noveles de su tiempo. Lo verán cuando lo vean.
Con los personajes saliendo del Purgatorio, los actores hacen mutis por el foro, en busca del aplauso del público, que se lo dispensa largo. Merecidamente.