Plumeros sí… mientras tanto.
|| Andrés Cabezas Ruiz
Yo que he vivido ya más de medio siglo, la memoria me transporta a los juegos infantiles en busca de plumeros en flor para utilizarlos como improvisadas lanzas con los que repeler el avance del enemigo.
Entonces, esta hierba, relegada a escombreras o basureros, no se consideraba amenaza, salvo por los cortes en la piel producidos por el desconocimiento de sus aserradas hojas, y constituía una oportunidad para el desarrollo de nuestra fantasía. Eran los primeros años 60 y la actividad industrial y productiva en general era anecdótica en comparación con la alcanzada en las dos o tres últimas décadas.
Han sido las profundas transformaciones territoriales como la apertura de nuevas infraestructuras de transporte, la puesta en uso de nuevos terrenos para polígonos industriales —no siempre explotados y abandonados a menudo durante muchos años—, la proliferación de vertederos incontrolados o el abandono de explotaciones agropecuarias, entre otros factores, entre los que habría que incluir el nulo tratamiento posterior de esos terrenos y la frecuencia con que se incendian —como fácil pero ineficaz medio de eliminación— los que han favorecido la propagación de esta hierba que, contrariamente a lo que se dice, no invade los terrenos de los bosques maduros, de los bosques en formación u otros seminaturales si no es con la ayuda del hombre, que los aclara, los remueve con excavaciones, deposita allí sus escombros, o provoca incendios.
Esta afirmación, que supongo indignará a la gran mayoría, no es gratuita y resulta de la observación de algunos espacios que se conservan inalterados por el hombre durante años y de la comprobación de que las autoridades en Botánica no definen con claridad la situación.
A este respecto, no siendo más que un mero aficionado al tema, no conozco estudio alguno, y ello no quiere decir que no exista —de existir, ruego se indiquen públicamente— , donde se afirme taxativamente la nocividad de esta hierba, siendo lo más común indicar un probable perjuicio sobre los espacios naturales, una ralentización de la evolución hacia fases preforestales o la reducción de los valores estéticos de las áreas naturales.
En cuanto a lo primero añadiré que no solo el plumero no avanza en esos espacios, si no que aquellos que han logrado prosperar debido a los factores antes apuntados, acaban, tras un prolongado abandono a los solos efectos naturales, ahogados por la vegetación potencial —zarzas, escajos, arbustos o árboles— que los impide recibir la luz necesaria para su crecimiento.
De mi experiencia deduzco que no parece haber perjuicio para los ecosistemas, más aún cuando el aprovechamiento que se pretende sobre la mayoría de los terrenos ocupados por los plumerales no es precisamente el de áreas boscosas naturales, siendo el destino más común, el de áreas ajardinadas marginales en el caso de las infraestructuras o el de futuros aprovechamientos urbanísticos. Por el contrario y debido a lo cortante de las márgenes de sus hojas, resultan molestos para el tránsito humano, lo que facilita el cobijo para la fauna: así hemos podido ver en el interior de sus hojas a los lagartos verdes o anidar a los erizos; también se puede observar en los meses de floración como ciertas especies de pájaros se posan sobre los penachos para comer sus semillas.
Es preciso valorar para las erradicaciones que se pretenden realizar, los perjuicios económicos y sobre todo los naturales —ya que nos importa tanto la naturaleza—; a lo apuntado añadiría los gastos energéticos derivados del empleo de maquinaria manual o pesada, tanto para la extirpación como para el posterior mantenimiento de esos terrenos como espacios ajardinados, o los efectos indeseables sobre el entorno de los herbicidas que se empleen.
Creo que sería más oportuno dedicar los recursos públicos en conocer mejor esta planta: ¿se produce una pérdida de biodiversidad o contribuye a la conservación de la fauna?. Si respetamos los terrenos colonizados no interviniendo en ellos, ¿se mantienen en tal estado o evolucionan permitiendo el crecimiento de otras especies?, y para ésto ¿cuánto tiempo sería preciso?; ¿ cuáles y cuántas especies faunísticas cobija en su interior?…
Palabras como invasor, foráneo y alóctono aplicadas a las especies vegetales o animales, acaso no indiquen siempre algo negativo. Creo que con los plumeros nos encontramos ante una reacción natural al abandono de los terrenos tras las intervenciones humanas que, con gran eficiencia y gratuitamente, revegetan las superficies abandonadas contribuyendo a enriquecer su suelo preparándolo para el crecimiento de otras especies vegetales y proporcionan refugio y alimento a un indeterminado número de animales en las proximidades de las actividades humanas.
Por ello, solicito de las autoridades públicas una moratoria en las campañas de erradicación de esta especie, a la espera de los resultados de los estudios de campo que esclarezcan los interrogantes aquí planteados y otros que sin duda puedan plantear los investigadores cualificados.
Serrón
Sin ir más allá de la mera observación, que es desde donde escribe el autor de esta columna, hay plumeros a simple vista en la colina donde se eleva el centro de datos del Banco Santander, entre los árboles, o en el entorno de la carretera que conduce al palacete que tiene Ana Patricia Botín en el occidente cántabro. Da miedo: entre los árboles autóctonos se extiende un manto blanco.
Serrón
Me recuerda a aquel hombre que perseguía a las autoridades de despacho en despacho para decirles algo súper importante que nadie tenía a bien escuchar hasta que una vez pilló al consejero del ramo en una presentación y le dijo que para evitar el impacto de los molinos bastaba con pintarlos de verde. Pues un poco así.
Andrés Cabezas
Me da usted la razón. Todo el entorno del Centro de datos del Banco de Santander está profundamente transformado por los movimientos de tierras, producto de las excavaciones allí efectuadas. Lo del palacete de la señora Botín no lo conozco.
Hasta donde ha llegado la fama de esta hierba, tan común, que se ha sembrado en la población la idea de una temible amenaza.
Es responsabilidad de las autoridades ambientales revertir esas ideas infundadas.
Y yo, señor, no digo que hay que camuflar nada para intentar solucionarlo; resulta vergonzoso que se pretenda realizar un gasto millonario, con el dinero de todos, cuando la naturaleza sola se encarga de eliminar el problema.
Serrón
Fíjese que la parte de la colina a la que me refiero, la del bosquete, no es antrópica ni se ha visto afectada por las obras de remoción del centro de datos. Del entorno del palacete tendrá que confiar en mí, al menos hasta que tenga oportunidad de verlo con sus propios ojos. He recurrido a estos dos ejemplos en su calidad de hitos territoriales actuales. Pero podrían haber sido otros muchos, infinidad. No creo, de todas formas, que baste con lo que usted y yo veamos o creamos. Es un asunto bastante más serio que eso, me temo.
Dicho lo anterior, no niego que allí donde el ser humano se abandona aparece un plumero: fincas echadas a monte, solares, etc. Pero que sea así, y es fácil de constatar, no quita que también pueda ser de otro modo, como bien se puede comprobar a poco que uno salga de la carretera (que algo no se vea desde la ventanilla del coche no significa que no exista): el plumero es una amenaza real a la que debemos hacer frente sin ambages.
Por favor, no nos despiste.
Andrés Cabezas
De entrada quiero agradecerle su interés en este tema. Quedo a su disposición para que en lo referente al tema estime oportuno.
En absoluto pretendo despistar a nadie, bien al contrario, mi intención es arrojar más luz sobre el tema.
Como la gran mayoría, comencé, a finales de los años ochenta, pensando que el plumero era una planta invasora; en esos años se empezó a extender esa opinión. Aquí es preciso recordar, que según algunas informaciones, la introducción de esta hierba se produjo en los años cuarenta del siglo pasado: resulta paradójico que durante más de cuarenta años no se advirtiera ni ninguna amenaza, ni el más ligero problema.
Sobre la colina que me cita, se trata de un reducto rodeado de profundos movimientos de tierras, véalo usted mismo en “ google maps”. En cuanto a lo del palacete, si usted me facilita más datos para su localización lo comprobaré con mucho gusto. Para su información, y es opinión aceptada por los estudiosos del territorio, no existe un solo metro cuadrado en todo el territorio de Cantabria que no haya sufrido de la transformación de la mano del hombre (a excepción, tal vez, de algún reducto inexpugnable).
Estoy de acuerdo con usted en que es un serio problema, pero yo incido en que, en este tema, la gravedad reside en la pretensión de malgastar el dinero público. Por lo tanto, aquí la única amenaza a la vista es la del despilfarro.
Mis observaciones no son sólo desde la ventanilla del coche. Por ponerle un solo ejemplo, hace unos quince años que observo el abandono de una finca ganadera, en la recta de la Pasiega de Piélagos. Lo que en principio fue un extenso prado con cuatro plumeros marginales, ahora es un extenso bosque en formación y cuatro plumeros marginales que han cambiado de sitio.