Una vuelta más
Lucas ya lleva cinco vueltas. Salió corriendo sin pensar en nada más que correr y correr, una vuelta para dar la siguiente, un paso para dar otro paso. No salió solo, sus compañeros iban con él, incluso algunos de sus profesores. Mientras corre, Lucas no piensa en nada más que correr, no tiene más objetivo que la sensación de dejar todo atrás, los nervios y la excitación del comienzo le acompañan las primeras vueltas. No siente aún las piernas cansadas, ni los calambres, aún no le han dado ganas de parar, ni siquiera piensa en la sed, o en cómo su garganta se le puede secar tanto que sea como masticar la arena de la playa, la misma arena con la que juega en verano huyendo del calor.
Aún no nota a su cuerpo reclamarle un trago de agua con esa sensación de ¨me falta algo´ que se tiene cuando el calor aprieta y las gotas de sudor no tienen su homólogas desalinizadas (es increíble como algo que se parece tanto te puede dar la vida y te la puede quitar).
Esa sensación de sed que te ahoga, que te traspasa, Lucas nunca la ha tenido, no tanto como para que una mano le apriete el cuello hasta dejarle sin respiración. No tanto que tenga que buscar saciarla con cualquier cosa sin preguntar de dónde viene. No tanto que pueda enfermar y morir de diarrea, no tanto que pueda volverse loco y sufrir alucinaciones, no tanto que acabe bebiéndose el agua del mar para acabar vomitando, solo porque la razón ya no escucha y necesitas convencerte de que hay un “ojalá” tras ese trago de cualquier cosa que te pueda salvar la vida. Aunque sabes que es imposible.
Como si quisieras soñar que el sonido de una bomba son fuegos artificiales y los destellos de colores no te dejan ver los cadáveres y cuerpos descuartizados, como si te quisieras convencer de que el silbido de una bala es el viento de la era una tarde de otoño, como si te repitieras una y otra vez mientras te balanceas compulsivamente de adelante atrás, golpeando tu pecho con su cabecita muerta, de que está dormida y le cantas una nana para que no despierte y vea las atrocidades que están pasando a su alrededor, lo que le están haciendo a su tierra, a sus amigos a sus seres queridos, a todo lo que conocía y le hacía soñar con un presente cargado de futuro, algo que parecía tan fácil como respiras, como beber si tienes sed o comer algo cuando te entra el hambre.
Lucas ya lleva 11 vueltas y empieza a notar el cansancio en sus piernas. Se pone contento porque aún aguanta y puede seguir corriendo aunque ahora sí necesita parar un poco para recuperar fuerzas. La ropa que llevaba por la mañana está bastante sudada pero Lucas tampoco es muy consciente; cada día cuando se levanta tiene ropa de cambio seca y limpia sobre la cama.
Hasta hoy Lucas siempre ha vivido rodeado de esas certezas: el agua, la comida, un techo bajo el que dormir y unas personas a su alrededor que le cuidaban y le daban cariño. No siempre ha sido fácil pero esas certezas le ayudaban a incorporar a su vida los cambios que a su alrededor se iban dando. No lo entiende todo y no todo le sale exactamente como a él le gustaría, pero esas certezas hacen que incluso lo que a Luca le parece la mayor de las catástrofes no le quite las ganas de sonreír, de vivir.
Ya lleva casi 15 vueltas y Luca empieza a plantearse la posibilidad de parar. Alguno de sus compañeros llevan varias vueltas caminando, incluso hay quien ha decidido desistir. Cuando salieron todos juntos, les dijeron que tenían 9 minutos para dar tantas vueltas al patio como pudieran.
Era una carrera solidaria por los niños que no tienen nada les dijeron. Santi logró dar 17, su amiga Génesis 16 y su amigo Adrián 14. Cada uno lo que podía, a Luca no le importa demasiado, sabe que en esta carrera no gana quien llega el primero sino que lo importante es que todos puedan llegar. No dejar a nadie atrás, ni joven ni viejo. Le han dicho que es la verdadera victoria.
Sabe que corre por una buena causa, por niños a quienes obligan a salir corriendo de sus casas sin poder llevarse poco más que lo puesto. Niños que transitan las huellas de otro antes que ellos, desde muchos lugares del mundo, desde hace mucho tiempo, demasiado y siempre por las mismas causas, siempre huyendo de lo mismo.
A Luca le han hablado de la guerra, la solidaridad, pero Luca aún no lo entiende demasiado, aún el dolor no le ha hecho mella, porque vive rodeado de certezas. Las mismas certezas que quizás un día tuvieron Fátima, Nikita, Saúl, Emilio, Muhammad, o cualquiera de los niños y niñas que hoy y ayer han sido reventados por una historia que no les reconoce el derecho a existir, que les convierte en un número, en una estadística, en una vuelta más en el patio de la sinrazón.
Y mientras nosotros le seguimos dando vueltas a lo mismo ¿hasta cuándo?