Una sentencia que avanza junto a la sociedad

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Era violación. La calle lo sabía; lo sabía la sociedad y, también, clamaban por ello muchos juristas que fueron atacados por no unirse a un malentendido corporativismo que, sin motivo, tiende a afectar a la mayoría de profesiones. Hoy, el Tribunal Supremo ha avanzado en igualdad junto a esa sociedad.

La cultura de la violación, cuando la víctima es juzgada en lugar del verdugo

Ha sido duro llegar a este punto. Esta chica, no víctima ya más, sino heroína de todas, se embarcó en un proceso duro, en el que se ha visto juzgada y señalada, donde sus datos se han recopilado y han sido publicados para acosarla y revictimizarla por aquellos que aclamaban y aplaudían a sus violadores cuando se los encontraban en la Feria.

Un proceso en el que, para defender a los acusados –que derecho a ello tenían como cualquier criminal-, se ha analizado su vida y hasta se llegó a ponerle un detective privado para asegurarse de que no pudiera superar ese trauma.

Eso es lo que la hizo tan especial, para su propia desgracia. Afortunadamente, ha ganado esta batalla que sienta jurisprudencia. Y, con ella, hemos ganado un poco todas y todos. Porque no ha estado sola, ya que ha encontrado a muchas hermanas que se vieron en ella, en su misma piel. Ella vivió la realidad de la pesadilla que nos han vendido desde que nos hicimos mujeres.

hemos sido generaciones enteras de mujeres que, supuestamente ya en una sociedad moderna, nos hemos criado con ese discurso, de que hay que tener cuidado, de no divertirte demasiado, no enseñar demasiado y no confiar demasiado si no quieres dar una mala interpretación.

Y es que, incluso hoy, se ha intentado usar el argumento de que si accedes a dar un beso a un chico, tienes que recalcar desde el principio que no quieres sexo con él y sus amigos porque se puede interpretar que sí. Como en las malas películas, cualquier movimiento puede ser usado en tu contra.

Es un pensamiento enfermo, producto de lo que se llama la cultura de la violación. Algo que nos gustaría que no existiera pero que está presente en la sociedad, los discursos y hasta en la pornografía que ven chicos y chicas cada vez más jóvenes y que, si no tomamos medidas, seguirá siendo su gran enseñanza sobre sexualidad.

Pero la sociedad ha cambiado y ha sido una verdadera manada quienes han salido a la calle a reclamar que se dejen de extender esos hábitos dañinos. Esa cultura en la que la mujer que se salía de la norma intachable de los que dictaban la moral se merecía un castigo y que, además, defendía que los hombres no son capaces de distinguir cuándo una mujer está consintiendo y cuándo no.

La sociedad ha cambiado y ya no cuelan discursos que denigran tanto a ambos sexos. Las mujeres no tenemos que pedir perdón ni somos menos víctimas si nos viola alguien a quien creíamos inofensivo o en quien confiábamos. Y los hombres no son animales sin raciocinio incapaces de distinguir entre una relación consentida y una violación.

Lo ha defendido la Fiscal, de una manera brillante, que un “jolgorio” –palabra que se nos quedará grabada en la mente para siempre, me temo- no puede acabar con una mujer tirada en la calle, medio desnuda, llorando, en shock y habiendo sido robada para dejarla incomunicada. Ninguna relación consentida acaba así.

Es una sentencia y crea jurisprudencia. Pero también es una realidad de que los nuevos tiempos parece que llegan a algunas instancias judiciales. Es la calle, la propia sociedad quien marca el ritmo y, por ello, es nuestra obligación asegurarse de que los pocos que quieren regresar a tiempos más oscuros no lo consigan.

Hoy se ha dado un paso más, gracias a la resistencia de una joven que ha ganado una batalla por todas nosotras.

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