Un armario en el pueblo
Ya no quedan muchas casas de pueblo de las de antes; es cierto, es demasiado impreciso ese de las de antes, difícil de ubicar en el tiempo. Sin embargo ocupa un espacio en nuestro imaginario personal y colectivo. Cuando nos referimos a los de antes, en seguida evocamos algo diferente a lo que ahora tenemos, algo que no lleva a echar de menos esa parte de nosotros que creemos haber perdido, o que nunca tuvimos porque esa modernidad de máquinas que nos convierten en máquinas nos la arrebató.
El camino que hemos andado desde que dimos el primer paso es tan largo que desdibuja la huella original que nos conectaba a la tierra con la que un día nos relacionamos sin intermediarios. En esa evocación creemos que en algún lugar de ese camino hemos perdido la parte de lo que somos que nos permite Ser. Y el Tiempo que nos invita a conjugar el “ahí” que diría Heidegger con su complicado “Dasein” -algo así como lo que somos en el momento que nos toca vivirlo-, nuestra existencia y sus límites, la forma que tenemos de vivir, de Ser, de Existir, de buscarle un sentido
¿Quiénes somos de dónde venimos, a dónde vamos? sería la versión punk de esta complicada filosofía que no necesitaría de Sartre y Su “Ser y la Nada” para darle sentido a ese nihilismo Heideriano. Y es que en el armario de esas casas del pueblo y desempolvando viejos libros de filosofía, que solo los lee el polvo que los cubre, junto con vinilos de un punk un tanto peculiar para quitarle un poco de intensidad a la cosa, queda como muy potente ese “ya no quedan casas de pueblo como las de antes”.
Y en ese “antes” en el que nos perdíamos creemos ver un espacio confortable y acogedor para nuestras desencajadas identidades posmodernas que necesitan de referentes fijos y estables para evitar, o por lo menos aplazar, el vértigo que supone enfrentarnos ante ese “No somos Nada” que dirían otros filósofos del punk capaces de reducir el pensamiento a poco más de dos minutos de patada en el estómago con forma de gran titular a la entrada de un Paraíso con candado en la puerta y nada más que la verja que la sostiene. No me imagino a Evaristo, de la Polla, sentado analizando a Nietzsche y su “más allá del bien y del Mal” a la hora de escribir sus letras.
Y es que con el punk pasa algo parecido a con los pueblos; tendemos a idealizar algo atribuyéndole una épica o un fondo del que carecían en su momento. Las casas de los pueblos de antes, eran frías porque no tenían calefacción y quienes las habitaban las pasaban canutas. Y eso de que en los pueblos se vivía mucho mejor porque primaba un principio de solidaridad que se ha perdido en estas urbes, donde cada cual va a lo suyo, puede que tenga un punto de verdad, pero esa solidaridad también, en esa misma época, la podíamos encontrar en barrios, y comunidades de vecinos de las ciudades, en las fábricas y los trabajadores etc…
Porque eso de que la vida de antes sí que era vida, cuando nos referimos a los pueblos, tal vez lo fuera para quien encajase, para quien estuviese hecho bajo el patrón de unas costumbres y formas de ver el mundo. El sentido de comunidad demasiadas veces se confundía con el de uniformidad, en la forma de ser, estar, de mostrarte hacia los demás.
En las casas de los pueblos también había armarios y en ellos se guardaban las mismas ropas, las mismas morales que te marcaban el camino de lo que hacer, como sentir, por quien tenías que sentirlo y como expresarlo. Todo ello en un riguroso orden donde el principio que articulada ese todo era HOMBRE vs mujer. Cualquier otra forma de sentir o sentirse carecía de espacio y de tiempo para ser expresada y reivindicada.
Tu “Yo en el mundo” haciendo una derivada del Heidegger, estaba tan fijado que no quedaba, ni aún hoy queda, espacio fuera del armario para nada más. Y da igual que escuches a la Polla o a Siniestro Total, o a las Punsetes, Ladilla Rusa u Ojete Calor. La vida en los pueblos, en las zonas rurales, antes y ahora, las guarda en el armario de esa comunidad idealizada donde muchas veces nos refugiamos para huir de tanto ruido y deshumanización cubiertos de coltán y de cemento.
Recuerdo cuando era peque en el cole, aún hoy no quiero dar el nombre porque no sé cómo vivirá. Le recuerdo siendo ella misma y estando marcada por las risas y las burlas tener que defenderse solo por ser quien era. Conozco a día de hoy a quienes Son en este Tiempo y se ubican en este “estar aquí” con el disfraz de una heterosexualidad impuesta que como mucho les deja presentar como amigo a una pareja o al amor de su vida. Y todo porque no es el Lugar ni el Momento. Una filosofía de supervivencia frente al tabú que aún existe en nuestros pueblos. Aunque como decían Los Platero “Juliet, oh Juliet, yo sé que te llamas Andrés”.
Por una visibilización y normalización del movimiento LGTBI en el mundo rural.