Los orígenes de San Tiburcio, la fiesta obrera de Astillero
Inés González || Vecina
Hace unos 70 años, los vecinos y vecinas de un barrio obrero decidieron que, en mitad del hambre y la penuria, tenía que haber hueco para la alegría, para celebrar y olvidar, al menos por un día. Así, sin más excusa que la de homenajear a un panadero y vecino del pueblo, montaron San Tiburcio.
Hoy, a pesar del parón que sufrió esta celebración durante varios décadas, podemos decir con orgullo que en Astillero llevamos 20 años recordando la ilusión de celebrar de quienes nos precedieron.
Hay quienes pasan todo el año esperando con ansia esta fecha, quienes se olvidan de lo mucho que disfrutan esta fiesta hasta que vuelve a llegar e incluso quienes la tienen marcada en el calendario como importante pero no prioritaria. Pero, lo que está claro, es que no hay día del año en el que las vecinas y vecinos de Astillero salgan a la calle con el mismo espíritu que en San Tiburcio.
Las peñas unen de nuevo a quienes el resto del año no tienen la suerte de compartir tanto tiempo, las traineras nos acercan a algo que es tan del pueblo pero tan ajeno a tantos habitantes, el calor de la marmita nos protege de toda climatología adversa, la charanga nos pone a bailar cara a cara con gente a la que en otros momentos ni miramos cuando nos la cruzamos, los juegos tradicionales nos recuerdan de donde venimos… La plaza se llena a rebosar y el pueblo es más nuestro que nunca.
Ahí es donde reside el valor de las fiestas tradicionales, en su capacidad de generar sentimiento de pertenencia, de hacer que nos reconozcamos en quienes tenemos al lado, de hacernos volver y darnos motivos para no irnos. Es en la calle, cuando estamos codo a codo con quienes cuentan con la voz de la experiencia y cuando quienes organizan también bailan, donde aprendemos y disfrutamos de la historia viva de nuestras plazas.
Porque lo que se hace del pueblo para el pueblo, siempre nos hará crecer.