Leonora Carrington: de la tortura a la libertad
La pintora Leonora Carrington, adscrita al movimiento surrealista, atesora una brillante producción, alejada de cualquier norma e imposición, haciendo de la libertad una máxima en su obra y en su propia vida.
¿Por qué incluirla en esta serie sobre mujeres desde el Cantábrico? ¿Qué tiene ella qué ver con Cantabria? Esta embajadora del otro lado, como la describe André Bretón, permaneció encerrada durante casi medio año en la clínica del Dr. Morales, ubicada en la finca del mismo nombre en Santander (dudoso honor para una persona que utilizó métodos verdaderamente terribles, inspirados en los empleados en la Alemania nazi).
Podcast de la sección Mujeres desde el Cantábrico, con Cristina Arce, autora de ‘Bravas’, y Lorena San Miguel
Leonora no estaba enferma, no tenía ningún problema mental: simplemente había sido testigo del apresamiento y posterior ingreso en un campo de concentración de su pareja, el pintor Max Ernst; y además estaba asistiendo horrorizada al avance del nazismo en Europa y a una cruenta guerra que llevaba a que todo oliese a sangre.
Viaja a España con la intención de lograr un salvoconducto para su pareja y termina siendo internada, tras la confabulación entre el cónsul británico, su padre y las propias autoridades españolas.
Su llegada a Santander la realiza en un coche privado siendo entregada en la clínica como un auténtico cadáver, tras haberle administrado Luminal, un anticonvulsivo con propiedades sedantes e hipnóticas.
Allí recibe un trato humillante para cualquier ser humano, viviendo durante días en plena suciedad, comida por los mosquitos y en un estado de semiinconsciencia provocado por la administración de fármacos como el Cardiozol, equivalente a recibir electrochoque.
Pero esta cazadora de sueños terminó manejando la situación con una prodigiosa inteligencia, convirtiendo el escenario de su encierro en una rampa de salida hacia su mágico mundo.
Un frío día de invierno abandonó la ciudad rumbo a nuevas tierras, resurgiendo de sus cenizas y construyendo una carrera profesional basada en la creencia de que la pintura la había elegido a ella y no a la inversa y no teniendo que dejar sus convicciones en la camino, revindicando su papel de pintora por encima del de musa, título que muchos han insistido en mantener frente a la desaprobación de Carrington.
Nunca dejó de lado su vestimenta gris y su taza de té inglés, ejerciendo como matriarca de un clan que adoraba, formado por la familia dada y por la elegida, pudiendo mantener su independencia económica gracias a su trabajo y conquistando la verdadera libertad en su casa de la Colonia Roma hasta su fallecimiento en 2011.