#pueblerino (s)
Hay historias de esas tan pequeñas que casi ni las vemos aunque pasemos junto a ellas, aunque las tengamos ante nuestras mismas narices. Quizás sea porque tenemos la mirada domesticada para ver solo lo que queremos ver, para mirar hacia donde nos han enseñado que tenemos que mirar y hacerlo como nos han dicho que teníamos que hacerlo. Nada de retinas rasgadas a lo perro andaluz, nada de rebelarse contra la autoridad, contra quien te encadena al pupitre, luego al mando a distancia, luego al teléfono móvil y así a las facturas, a las rebajas, al que dirán, al ego facturado, a un tipo de vida, el que sea; a todos esos micro-totalitarismos que nos rodean. Como si desde que nacemos nos fueran poniendo unas orejeras.
En mi pueblo cuando quieres meter una vaca o un animal al redil o llevarle por un camino le ponemos orejeras. Antes, a las mulas que tiraban de los carros se las ponían. No es muy difícil creer que solo existe lo que tienes en frente cuando te han cerrado el campo de visión y crees que no hay nada a los lados, incluso lo que ves de frente solo lo ves de una manera, la del bocado que te aprieta y las riendas que te dicen que vayas más rápido o mas despacio, que gires a la derecha o a la izquierda. Y que si vas demasiado rápido te dicen ¡soooooooo! y cuando te paras, obediente, creyendo que lo has hecho bien, descansas un rato y le das un mordisco a la zanahoria, te azuzan con un golpe, al grito de ¡Arreeeeee!
Y así entre “sos” y “arres” andaban las mulas de mi pueblo. Cuando no conoces nada más crees que lo que tienes es lo único que hay oigo decir a uno de mis vecinos mientras se lía un cigarro de esos mismos que ahora se lía todo el mundo por moda o porque la crisis aprieta y el tabaco liado cuesta demasiado. Ahora incluso la pose de mi vecino, que es la que tenía su padre y la que tenía su abuelo, hay quien la recubre de un barniz neo-costumbrista actualizado que hace que lo que antes era considerado como “pueblerino” , con lo que de menosprecio tenía la palabra, por considerarlo vulgar o atrasado, ahora inspira a jóvenes publicitarios ansiosos de encontrar algo auténtico para pasarlo por la máquina expendedora de una modernidad tan fotocopiada que ya no se reconoce a sí misma, si es que algún día supo realmente quién era o lo que quería.
Quizás mi vecino sirva como imagen para una campaña publicitaria o electoral, o ambas, pues solo tendrían que cambiar el logo del producto por el del partido, en la que a golpe de instagram le presenten como líder ludista del s XXI, último reducto que se rebela, sin siquiera saberlo, ante la avalancha tecnológica que coloca un paisaje de salvapantallas mientras, al otro lado, hay un bosque quemado que sigue ardiendo. Si el Ludismo del s.XIX surgió como respuesta y protesta contra las nuevas máquinas que destruían el empleo y el trabajo manual del artesano y convirtiendo al ser humano en una pieza más de la maquinaria, mi vecino podría ser la punta de lanza de la respuesta ante el proceso de deshumanización tecnológica que hace que cada vez nos cueste más diferenciar entre una ejecución en Ecuador y una batalla del Fortnite.
Algo así como Paco Rabal en ‘El disputado voto del señor Cayo’, la novela de Delibes que magistralmente llevara a la gran pantalla Antonio Giménez Rico de la mano de Paco Rabal. El Sr. Cayo no se rebelaba realmente contra nadie, solo quería que le dejaran en paz con su vida, no necesitaba que nadie lo convirtiera en bandera de nada, en ejemplo de nada, ni de pasado, ni de futuro. Solo quería que le dejaran vivir su presente. Creo que a los personajes de las novelas de Delibes les pasa lo mismo. Se convierten en protagonistas muy a su pesar. Son antihéroes en una época donde querer vivir de una manera diferente, la que sea, acaba siendo un acto heroico o suicida, o las dos cosas a la vez.
Mientras tanto, ahí sigue mi vecino liándose su cigarro, haciendo que el tiempo transcurra al ritmo de cada pliego, sin querer prestar demasiada atención al turista que de forma cada vez menos disimulada le graba como si de un animal del zoo de Cabárceno se tratara. Le hacen un par de fotos, incluso le piden que si puede fotografiarse con él, ante lo que mi vecino, sin levantar la mirada de su cigarro al que le da el último repaso de saliva antes de ponerlo en la boca y encenderlo, les dice, tras una profunda calada: Porque no se va a tomar por….y, sin levantar la vista, sigue fumándose su cigarro. Los turistas se van asustados llamándole “pueblerino” y comentando, entre ellos, lo maleducado que es. Eso sí, casi al tiempo que comparten el vídeo y las imágenes de mi vecino a ver cuántos comentarios y “me gusta” reciben. Ya tienen algo que contar…
Ay que joderse, masculla Juan entre dientes Vaya “ganao”….