Aproximación a un poeta
Hay poetas, la mayoría, cuya obra no intriga al lector acerca de la personalidad y avatares existenciales de sus autores. Se supone que sus biografías, no importa si relevantes o menesterosas, transcurren por los cauces de la normalidad, menesterosa o relevante. Hay poetas, los menos, de los que quienes se sumergen en la lectura de su obra sienten, cuando menos, la curiosidad de indagar en las vidas de sus autores, tan atrapadas en sus versos. Mientras aquellos dejan abierto un margen transitable entre vida y obra, estos cierran espacios, propiciando la tentación de abrirlos con instrumentos de su misma índole, existencial y artística.
El oficinista-poeta portugués Fernando Pessoa pertenece al grupo minoritario de los segundos. La espesura, por la que transita su identidad, profusamente ramificada, y la lobreguez vital, que ensombrece su alma, rezuma en su obra, pozo sin fondo de obsesiones recurrentes, que flotan en un nihilismo universal.
En cualquier caso, no es infrecuente que con las obras de unos y otros se aborden empeños escénicos, que suelen consistir en recitales con atrezzo y modos teatrales.
Es lo que ha hecho Pablo Viar, de Producciones Come y Calla, poniendo en escena una selección de poemas de Fernando Pessoa, sin intención de resolver el “Enigma Pessoa”, que es el título del espectáculo, representado en el inicio de la 30ª edición de la Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo UC -¡FELICIDADES!-, el día 18 de octubre en Sala Medicina.
Pero sí con la intención de articular una oferta escénica, por la que aproximarse/nos a la complejidad humana de un poeta, convirtiéndolo en personaje de sí mismo.
En uno de ellos, que ya se encargó él, el poeta, de incorporar a su vida y a su obra unos cuantos más, con nombres y apellidos, oficios y visiones poéticas de la realidad, siendo así que todos confluyen en él, y que por/con él hablan como ventrílocuos, tal como se muestra en un momento de la función, lo que dice de la complicación de espíritu de alguien que no quiere ser quien es, sin dejar de serlo, y que no quiere estar en el mundo, por muy íntima que sea su relación con la ciudad de Lisboa. O eso parece, pues escribe: “…mi biografía tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra todos los días son míos”, cerrando así todo paso a su vida, es decir, incitando a entrar en ella. Pero es que él abre la puerta en su obra.
Esa multiplicidad identitaria, que se reduce a una; ese enigma, que si resuelto, dejaría de serlo; esa mística de un existir emocionalmente necesitado llena hasta los resquicios la obra de Pessoa. Y es lo que Pablo Viar sube a escena.
Y es esa representación la que toca comentar aquí, no tanto en condición de crítico, como en la de espectador con su criterio. Si me atengo a la ambientación, que envuelve el desarrollo de la acción ralentizada, me cabe considerar positivamente el diseño de un amplio espacio escénico, en el que se disponen geométricamente elementos, que acompaña, la vida cotidiana del poeta, tanto en su ámbito profesional, como en su lugar de descanso, y también en el exterior de la ciudad de Lisboa, con las ofertas culturales y artísticas del momento.
Entre los objetos, en el proscenio, el baúl, con toda su carga simbólica, sagrario de gran parte poemas, con decenas de firmas, del que António Tabucchi, devoto de Pessoa, dijo que “estaba lleno de gentes”. Con los objetos, el espacio sonoro y algunos efectos visuales proyectados, estéticamente admirables, definen, embelleciéndolos, los lugares de la cotidianidad pessoana.
En lo que se refiere a la iluminación, con predominio del oscuro, y raros fogonazos de luz, quizá se ha querido expresar el espíritu sombrío de Pessoa, por otro lado, y paradójicamente, tan transparente en sus pesares, en sus contradicciones, en sus obsesiones. Es en esa presentación del personaje donde este espectador tiene sus reticencias: lentitud en el movimiento y en el recitado, hasta el tedio, que no se corresponde con momentos de ebullición febril en el espíritu del poeta, capaz de escribir decenas de poemas de una tacada, como así se dice en un momento del espectáculo.
La obra de Pessoa es extensa y con muchas voces. Eso dificulta la selección de textos con sus voces representativas, si bien es verdad que alguien tiene que hacerla, y hay que darla por buena, porque han sido elegidos. Pero si con ello se quiere abarcar momentos de la biografía del poeta, con sus circunstancias concomitantes, son más de una las que quedan en el limbo del proyecto teatral. Se incide en la dificultad identitaria, en la angustia existencial, trufada de nihilismo, y en la incapacidad para amar y dejarse amar. No es poco, claro, son los grandes temas de interés literario.
Pero nada se dice de las actitudes y comportamientos inherentes a todo ello. Habría sido otra obra, sí, pero más acorde con la intención de indagar en una vida, si perjuicio del soporte literario.
Se escuchan tres voces sonoras en el escenario: la del poeta, que dice sus versos; la de un replicante, alter ego, otro, que viene a decir lo mismo, y una voz en off, a modo de “voz interior del Poeta”, según el director de la obra.
Los actores, David Luque y Emilio Gavira, dicen con más parsimonia que solemnidad, cumpliendo adecuadamente con la misión de encarnar la tristeza y pesadumbre, que se desprende de la palabra del poeta, con la que en algún momento entablan una falsa dialéctica. Y hay una cuarta voz, callada: la de una imagen inquietante de mujer, al fondo del escenario desde su aparición en escena, a la que el personaje de Pessoa se acerca dos o tres veces, y le aparta el velo que cubre su rostro. Quizá sea la depositaria, no solo de los fracasos amorosos del poeta, síntesis del sentimiento de fracaso existencial, sino, además, guardiana de su enigma. Dicho sea por aquello de buscarle significados a los símbolos.
La vida y la obra de Fernando Pessoa son mucho enigma. Pablo Viar y los de Producciones Come y Calla nos han puesto en su pista. Bastante.