La palabra en tensión

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Hay textos, llevados a la escena, a los que uno -yo- prefiere enfrentarse más como lector, que como espectador. Es el caso de ese monumento poético, que suma casi dos mil versos, en el que Shakespeare dramatiza la fundación de la República en Roma (S.VI a.C.), que es “La violación de Lucrecia”, con la que la actriz, Cristina Iz, de Braman Teatro, clausuró la V Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN, en La Teatrería de Ábrego, los días 22 y 23 de noviembre, vísperas del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, oportuna coincidencia, reveladora de que tal lacra social viene de lejos, incluso de más allá.

El poema entraña serias dificultades interpretativas, que pone a prueba las mejores intenciones de una actriz, y por ello invita a caer en la tentación de representarlo. “La violación…” pasa por ser el más difícil de los textos shakespearianos, a efectos de su puesta en escena.

Por varias razones: por la intensidad dramática de la palabra; por ser más de uno los personajes -Lucio Tarquinio, Colatino, Sexto Tarquinio, Bruto…-, en una sola voz, la de Lucrecia; porque cada uno de esos personajes son depositarios y ejecutores de una amalgama de pasiones, las más innobles -celos, venganza, lujuria, hipocresía, violencia, vergüenza, rabia…-, una constante en la obra dramática y trágica del autor inglés.

Así, el texto exige un tratamiento escénico, capaz de mantener, sin caídas, la atención, es decir, la tensión en el espíritu del espectador, cercado por la palabra tensa e intensa, que en el desarrollo del poema se adentra en el corazón de los personajes. (Quizá, si se hiciera una versión del poema, en la que los nombres que en él respiran fueran otros tantos personajes, con sus propias palabras, disminuyera la dificultad. Sí, pero la palabra, que se encarna en el poema, diversificada en distintas voces, quedaría despojada del espíritu tenso, que la sostiene).

Conocedora de ese espíritu, la actriz, sola en el escenario, despliega una actuación, en la que responde al reto que la palabra le impone, si bien esta se destensa en algunos momentos, no importa la emoción que la mueva, y que se compadece con una expresión del cuerpo, que es esa otra forma que la palabra adopta. No ayuda mucho la silla, que la acompaña, y y que mueve por el escenario, bien para subirse a ella, quizá en un intento de magnificar el discurso, o en ella se acurruca, quizá para resguardar su angustia. Silla, que aporta poco expresiva y significativamente a la palabra, que, si se destensa momentáneamente, en ninguna ocasión se menoscaba su belleza en la voz de Cristina Iz. Eso no.

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