La fábrica del odio

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Cuenta la Biblia que una vez Jesús fue a visitar a un amigo que estaba gravemente enfermo.  Cuando llegó, Lázaro ya se había muerto y ahí fue cuando Jesús le dijo: Lázaro levántate y anda. Y el muerto volvió a la vida.

Esta semana hablamos de otro Lázaro que volvió a nacer: Lázaro Nates, vecino de Laredo, que no volvió de la muerte pero que sí logró regresar de esa fábrica de muerte, de esa industria del aniquilamiento y de esa fría burocracia del odio que fue el campo de exterminio de Mauthausen.

Lázaro Nates era el último cántabro superviviente de los campos de exterminio que quedaba vivo. Falleció ayer, a los 97 años en ese París donde vivía desde que Mauthausen fue liberado.

Allí se dedicó a recuperar la memoria de lo que pasó a través de una revista y una asociación.

Y a pintar: a dibujar unos cuadros luminosos como la luz de París, y llenos de color, como si quisiera combatir el gris de unos años negros en los que la explotación, la enfermedad, la falta de comida o limpieza les condenaba a esperar la muerte.

Él mismo lo recordaba, porque sí le dio tiempo a dejarnos su voz, en una entrevista en Deportados.es con el periodista Carlos Hernández (al que tuvimos hace poco en Cantabria, en La Vorágine, hablando de su libro sobre los campos de concentración españoles).

Desde su casa en París, evocaba como “te acostumbrabas a la muerte” porque “no valías nada”.  Porque  no sólo era la brutal carga de trabajo, el hacinamiento y las malas condiciones de higiene, las enfermedades, el hambre o las manadas de piojos: si a Eulalio Ferrer le salvó de la locura la historia de nuestro loco más universal, el Quijote, Lázaro también habló de su fortaleza moral como receta para no acabar, como tantas vidas, arrojándose frente a las vallas electrificadas.

Lázaro, o lazarillo, es también, por la influencia de ese clásico del literatura picaresca ambientado en Tormes, como se conoce a los perros que conducen a las personas que no pueden ver.

Lázaro se va en tiempos en que la mezcla de muerte de los testigos de la tragedia y el empeño del negacionismo corren el riesgo de volvernos ciegos al odio más visceral.

Un odio que no deja de ser el final de un camino cuyo primer paso se da poniendo una etiqueta despectiva que niega lo más básico, la condición de seres humanos: menas, feminazis, ratas…

Palabras que nos evocan la despersonalización que precedió al exterminio industrial, a ese ERE masivo de vidas que fue el holocausto. Porque si no se les considera personas, es más fácil acabar con ellos.

Como se recuerda en V de Vendetta: «Recuerdo cómo empezó a cambiar el significado de las palabras, palabras con las que no estábamos familiarizados como colateral y entrega, empezaron a dar miedo. Mientras que otras como fuego nórdico y artículos de lealtad empezaron a cobrar poder. Recuerdo que diferente pasó a significar peligroso, aún no lo entiendo… ¿Por qué nos odian tanto?»

Esa despersonalización, ese ser enemigo de extraños, la comprobó Lázaro nada más bajar del tren que le llevó a Austria y comprobó el “fanatismo” de los jóvenes simpatizantes de Hitler que les recibieron entre insultos y escupitajos.

Así que desde ya convertimos a este paisano, a este pejín que volvió de la fábrica de muerte, en nuestro lazarillo para guiarnos en tiempos de odio.

-Más sobre Mauthausen, en su memorial.

-En librerías como Gil, La Vorágine o Nexux tendréis el cómic: El fotógrafo de Mauthausen

-Y más sobre memoria histórica, en la exposición Contrapunto en el CASYC, o en la expo en el Parlamento de Cantabria

-Sobre migraciones, esta exposición, entre otros proyectos

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