Fidelita Díez, una mujer prodigio
Para muchas culturas, los años bisiestos suponen malos augurios y, en el caso de las muertes como consecuencia de la violencia de género, parece que este 2020 va en esa línea de “mala fortuna”, ya que las mujeres asesinadas superan la cifra de 1 por semana. Nuestra protagonista de este mes sufre también esa violencia ejercida desde el ámbito patriarcal y que considera que a las mujeres como un mero objeto de pertenencia. En una estructura social patriarcal, la mujer no asume liderazgo político, ni autoridad moral, ni privilegio social ni control sobre la propiedad.
Fidelita Diez fue víctima de un ideario puesto al servicio de este mundo y que es alentado por personajes como Queipo de Llanos, el cual emplea su posición privilegiada y su capacidad para dejarse oír para vocear acerca de las mujeres republicanas, cebando los más bajos instintos de las tropas para acometer violaciones múltiples: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
En este contexto, esta niña prodigio nacida en Torrelavega y que ha vivido rodeada de una familia volcada en la cultura y en la defensa de los valores republicanos, se convierte en un víctima inocente. Su padre, Fidel Diez Asenjo, fue uno de los precursores de los ‘Amigos del Arte’, con la creación de actividades como la Biblioteca Popular de Torrelavega. Su pasión por el teatro y la poesía fue recogido por Fidelita que comenzó, con gran éxito, a realizar recitales por diferentes localidades cántabras, asombrando a los asistentes por su capacidad de memorización y por su manera de expresar los textos. Entre los autores de su repertorio estaban Antonio Machado, Federico García Lorca o Jesús Cancio.
En 1937 se produce la incautación del Salón Olimpia, cine propiedad de una familia republicana represaliada y se convierte en una de las prisiones habilitadas en la ciudad. Se encontraba repleta de mujeres, jóvenes y mayores cuyo único delito era haber participado en la vida social, cultural y política de la República.
A todas las presas les cortaban el pelo al cero y a Fidelita, para ridiculizarle, le dejaron un mechón largo en la parte trasera para amarrarle un lazo rojo.
Una noche, sin mediar explicación, la sacaron de su encierro y se la llevaron. Sus compañeras no supieron de ella hasta algunas horas más tarde cuando la devolvieron a su encierro: no podía andar, no se mantenía en pie y casi no podía articular palabra. Muere el 25 de junio de 1938 constando en su certificado que la causa de la defunción era tuberculosis. Fue enterrada en el cementerio de la Llama, no muy lejos del lugar de residencia de su familia.
El lenguaje, la palabra y la comunicación son un arma con tremendo poder que podemos emplear para hacer agradable la vida de aquellas que nos rodean, como lo hacía Fidelita en cada recital, o como aquellos que no merecen ser nombrados y dirigen su odio visceral llenando de destrucción cada uno de los rincones en que resuena su discurso.
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