La maldita primavera
Salir a la calle es toda una aventura. Primero de todo, suspiras. Baja y la nueva normalidad está ya en la puerta de uno de los pisos de la comunidad de propietarios. “Ánimo vecino”, me dicen unas letras de colores. Parecen de niños. No sé quien vive ahí. Ayer le pedí a alguien que no sé dónde vive el teléfono de mi vecino de al lado.
Escribía por Whatsapp a los tertulianos (cada uno, una historia) del programa de radio que, en la nueva normalidad, intervienen por Skype. Nuestras últimas conversaciones eran de 12 de marzo, finales de febrero. Nos parecían años.
Todo parece de otra época: el caseto de la ONCE de Puerto Chico, cerrado, mantiene un anuncio en el que dice que “Ganamos todos”. Tan extemporáneo como el turrón que todavía quedaba en las estanterías de Lupa, uno de los sitios por los que nos esquivamos en medio del silencio.
La cartera del barrio sonreía triste al cruzarnos. Tampoco le había puesto cara nunca. En el mercado del Doctor Madrazo, al que tampoco recuerdo haber entrado nunca, señores con buzos desinfectando.
En el Banco Santander hay un cartel de alguien que pone un número de teléfono y la palabra ayuda, y no sé si la pide o la ofrece.
Pasa una mujer con pañuelo, con gafas, con gorro. La clásica imagen que tenemos de las actrices de Hollywood en la icónica escena de copiloto en el coche. Hace una pregunta, su acento suena a chino y ya no tengo claro si el atuendo es para protegerse o para que no se lo noten.
Como veis, no tengo más que dudas. (No la responden)
Circulan algunos coches y la paloma de siempre ha venido a despertarme a primera hora antes de oír en la radio que ya es primavera y lo sabemos porque, efectivamente, algo ha cambiado