Un ostrakon en cada escaño
||por MARCOS ORDÁS, del PARTIDO LIBERTARIO en Cantabria||
De la Atenas de Solón, Clístenes y Pericles tenemos la democracia participativa, con sus vicios y virtudes; yo lo que echo cada vez mas de menos de aquel entonces es haber perdido por el camino los ostraka para exiliar políticos.
Ya están saliendo estudios sobre las consecuencias económicas que tendrá esta crisis sanitaria a corto y medio plazo. Ninguna es halagüeña, sino todo lo contrario, como era de esperar. Varios de esos estudios hablan de una salida con una curva en “V”, que no es de Vendetta (aunque muchos arrasarán con todo en cuanto pueda salir de casa), sino una fuerte contracción debido al confinamiento, seguida de un fuerte crecimiento a corto plazo. Esto sería lo más deseable: caer, pegarnos el tortazo, levantarnos y a volver a subir. Sin embargo, dudo de que se esté teniendo en cuenta lo duro que está el suelo.
Dada la triste realidad del tejido industrial (sólo hay que recordar la cascada de ERTEs publicados en Cantabria al final del 2019), de los autónomos y las familias después de la crisis anterior es difícil pensar que bajo nuestros pies hay una cama elástica que nos ayude a salir tan rápido como algunos auguran, ya que lo que sí está claro es que salir, saldremos más pobres, y en algunos casos bastante más pobres.
Las pymes y autónomos que no puedan facturar o que apenas lo hagan podrán acogerse (o no, según el ¿último? bandazo televisado) a las ayudas del Gobierno en forma de avales para rescatar a la banca (que no liquidez para salvar a las empresas) y a ahorrarse gran parte de los costes salariales, pero hay otros gastos, en apariencia ineludibles, que van a ahogar a muchos de estos actores productivos durante el confinamiento: alquileres, intereses de deudas, impagos y, cómo no, los “beautiful, lovely, taxes” que decía el príncipe John en el cuento Disney de Robin Hood mientras amasaba las monedas tomadas al pueblo por la fuerza.
Todo pesa cuando no se ingresa y gran parte de esa plomiza carga se va en impuestos (resto de cotizaciones sociales no incluidas en el ERTE, sociedades, cuota de autónomos, tasas, devolución trimestral del IVA, pago trimestral del IRPF, etc.). Lo que tenemos que lograr es que, además de salir vivos de esta crisis, empresas y autónomos salgan con capacidad de arrancar su actividad, esto es, capacidad de comprar a sus proveedores para volver a engrasar la cadena de valor y ofrecer productos y servicios para los consumidores. En definitiva, dejar atrás lo antes posible el shock de oferta que tenemos.
Para eso, lo primero, es dejar de poner el dedo acusador en las empresas y en los autónomos como si fuesen delincuentes en potencia, cuando se está viendo en esta crisis sanitaria que arriman el hombro como el resto de la sociedad civil a la que pertenecen. Lo segundo es que el Gobierno actúe en aquellos gastos sobre los que tiene influencia directa (bajar y/o posponer impuestos) y no aumentar su intervencionismo en lo que no la tiene (“la imposibilidad de propiciar despedidos por causas de fuerza mayor, técnicas, económicas, organizativas y de producción”, que ha dicho la Ministra de Trabajo).
Ah, pero es que para que la oferta sea efectiva, es necesario que exista demanda final por parte de los consumidores. Sí, así es, todo depende en última instancia de todos nosotros, los ciudadanos y nuestra libertad responsable como compradores. Oferta-Demanda, ley que rige los mercados y que nos da poder a los simples curritos. Una ley simple de entender pero que, por desgracia, es la deuda pendiente de parte de la izquierda patria, especialmente de sus representantes políticos.
Siendo una realidad, para poder comprar, lo primero es disponer de dinero, es decir, tener liquidez. Las familias, confinadas o no, deben pasar por el mismo aro mes a mes: hipoteca, alquiler, gastos energéticos, comida, comunidad, otros bienes de consumo y, de nuevo, impuestos. ¡Vaya! Con un elevado paro estructural antes de empezar esta horrible pesadilla y con los ERTEs desfilando por doquier, lo que bajará la capacidad adquisitiva de millones de ciudadanos en, al menos, un 20-30%, alguien tendría que pensar en drenar lo mínimo el bolsillo de las familias.
Ahí lo dejo, rasa y al pie: las facturas energéticas o las de combustible tienen más de un 50% de impuestos; el IVA de muchos alimentos es del 10% y para otros productos puede llegar hasta un 21%; el IRPF se lleva más del 20% de las nóminas de millones de confinados; el IBI; impuesto de circulación; patrimonio; impuestos a la liquidación de Planes de Pensiones y a dividendos; etc. Todos reducibles.
Esto también es no dejar a nadie atrás, que es la principal responsabilidad que se le pide a todo Gobierno.
Obviamente ello supone una merma importante en la recaudación pública que debe ser balanceada para no disparar el déficit ya que, para los enemigos de la austeridad y el equilibrio presupuestario (guiño, guiño), los intereses de deuda pagados anualmente por nuestra enorme deuda son cerca de la mitad del gasto total en Sanidad. Ahí es nada.
Por tanto, si no queremos ahorcarnos aún más con una enorme deuda que menoscabe todavía más las partidas presupuestarias clave para la población, lo lógico es una reducción drástica del gasto público de aquello que no afecte a la lucha contra el COVID-19 (Sanidad y Seguridad, principalmente), incluyendo en esos gastos no imprescindibles las subvenciones a partidos políticos, patronal, sindicatos, asociaciones políticas, empresas públicas, etc., así como el recorte del salario en el sector público fuera de las mencionadas partidas clave, y que, recordemos, es un 50% de media superior al del sector privado que lo sostiene y que ya hemos dicho que se va a reducir drásticamente. Sí, lo sé, menudo marrón para cualquier político demagogo (valga la redundancia).
Esto justifica aprobar unos presupuestos de emergencia por un Gobierno de concentración, poner en ello a los expertos económicos de cada partido y de la sociedad civil y dejar a un lado el electoralismo partidista que ha pervertido la democracia actual y así afrontar el dificilísimo hoy sin arruinar el mañana. Tengo muchas (todas) dudas de que esto llegue a ocurrir; de lo que no las tengo es de que si se volviese a la práctica ateniense del ostracismo, faltaba arcilla en el país para grabar tanto ostraka con el nombre de nuestros políticos.