‘2020, el año sin primavera’
El año 1816 ha pasado a la Historia como “el año sin verano”. La erupción del volcán Tambora en el archipiélago indonesio fue tan importante que las partículas en suspensión expulsadas por el volcán formaron una capa en la atmósfera que redujo la cantidad de energía solar que llegaba a la superficie terrestre dando lugar a un descenso de las temperaturas en todo el planeta.
Este 2020, aunque por distintas razones, bien podríamos denominarle como el “año sin primavera”. En este caso un virus mantiene a gran parte de la población mundial, confinada en sus viviendas durante la primavera.
En ambos casos, una causa inesperada, cambia el desarrollo normal o habitual de la vida de las personas a nivel mundial y en ambos casos con numerosas pérdidas humanas y graves consecuencias sociales y económicas.
El descenso de varios grados en las temperaturas del verano de 1816 provocó la ruina de las cosechas, grandes hambrunas, epidemias y revueltas sociales. En 2020, aunque todavía no ha pasado la primavera, nos aproximamos a las 100.000 víctimas y ya se comienzan a notar las primeras consecuencias económicas: cierre de empresas
y gran aumento del paro.
Para algunos autores los efectos del “año sin verano” fueron tan importantes que cambiaron el mundo, (Gillen D’Arcy Wood “Tambora: la erupción que cambió el mundo”). La miseria provocó importantes migraciones desde Europa y Asia hacia el continente americano y se sentaron las bases de tímidas políticas sociales para hacer frente a la penuria de los más débiles.
Están por ver los cambios que traerá la actual crisis del coronavirus para el mundo actual, pero parece evidente que después de esta crisis el mundo no va a ser igual. Reflexionemos sobre algunos de los posibles cambios, aún a riego, en algún caso, de confundir deseos con realidad.
En primer lugar, debe cambiar la coordinación internacional. Si algo está demostrando esta crisis es que, a pesar de ser global, de afectar a todo el mundo, las soluciones se plantean de forma individual, cada país hace lo que puede, incluso dándose codazos con los demás en el mercado internacional para conseguir los equipos básicos de protección sanitaria.
Ningún organismo internacional ha sido capaz de aunar esfuerzos para dar soluciones globales y solidarias. El G-20,la ONU o la UE no están a la altura de las circunstancias. Si queremos enfrentarnos con éxito a problemas globales, ya sean pandemias o desastres medioambientales, las soluciones deberán estar coordinadas a nivel internacional con organismos supranacionales eficaces.
Un segundo cambio es el control de la población a través de nuestros dispositivos móviles. Distintos países, no solo los asiáticos, están utilizando la telefonía móvil para controlar los movimientos de la población y así poder atajar la expansión de la epidemia. No puedo dejar de pensar en la sociedad controlada y manipulada que nos presentaba George Orwell en “1984”, el “Gran Hermano” que todo lo ve. A nadie se le escapa que estos medios de control pueden
servir para algo más que controlar una pandemia, puede utilizarse como mecanismo de control
social, político e ideológico.
En tercer lugar, deberá cambiar la política económica que ha predominado las últimas décadas en el mundo, el llamado neoliberalismo económico. La receta neoliberal se ha reflejado en políticas que adelgazaban el Estado para incentivar lo privado en los servicios públicos.
Especialmente después de la crisis de 2008, la austeridad se tradujo en recortes en educación, sanidad, pensiones, investigación, … Los partidos políticos rivalizaban en cada convocatoria electoral en ser los campeones en rebajar los impuestos. Después de lo que estamos sufriendo, espero que nadie dude de la necesidad de unos servicios públicos bien dotados que deben financiarse con impuestos no con donaciones.
Y, por último, un cambio que deseo especialmente, que el reconocimiento que la población está teniendo con las personas que se dedican a los servicios públicos se mantenga en el tiempo.
Nos estamos dando cuenta que todos los trabajos son importantes, incluso transcendentales. Que los grandes héroes a los que debemos admirar no son los ídolos del deporte, ni los cantantes de moda o los famosillos de los programas de telerrealidad, son el personal sanitario, el personal de limpieza, las cuidadoras de mayores ya sea en sus domicilios o en residencias, el profesorado, las fuerzas del orden, el personal de los supermercados y tiendas de alimentación, los camioneros y camioneras, … Muchos de estos trabajos, poco valorados y mal remunerados.
A pesar de las similitudes entre los desastres del verano de 1816 y de la primavera de 2020, las diferencias son notables. Entonces, la población que sufrió “el año sin verano” no tenía ni idea de la causa de sus desgracias. Para la mayoría sería un castigo divino, e incluso que se aproximaba el fin del mundo. Hoy, en cambio, sabemos la causa de nuestro encierro y podemos prever las consecuencias e intentar hacerlas frente. De algo nos debería servir estos dos siglos de progreso y desarrollo tecnológico.