Todo por la patria
El patriotismo es una pandemia para la que no hay vacuna. Entre sus síntomas más frecuentes destaca la contradicción que afecta a los sujetos infectados. Esto explica que se califique de golpistas a los representantes políticos elegidos por la mayoría y ,al mismo tiempo, se proponga o justifique el uso de la violencia institucional para desplazarlos del gobierno. Por supuesto, todo en defensa de la Patria.
Tampoco es fácil entender la postura de quienes luchan contra una patria y pretenden sustituirla por otra. Cambian las banderas pero permanece la misma intolerancia y agresividad hacia cualquiera que cuestione su supuesta unidad o identidad. En función del lado de la frontera de donde proceda el diagnóstico, los afectados reúnen la doble condición de patriotas-antipatriotas.
Cuando la pandemia afecta a un número suficiente de sujetos, produce caos, conflictos y muerte al por mayor. La enfermedad es recurrente y la inmunidad, por lo visto, transitoria. Generación tras generación se producen nuevas oleadas de contagio.
Sin embargo, si nos abrimos paso entre la omnipresente simbología patriótica y la cobertura mediática, bastará con observar de cerca el concepto de patria, el patógeno original, para dejar al descubierto su naturaleza inconsistente.
En su aspecto psicológico es intermitente. Requiere de un esfuerzo activo por parte del enfermo para manifestarse, y desaparece tan pronto como este se ocupa en otro asunto. Su existencia está subordinada a la necesidad del paciente de identificarse con algo más grande que sí mismo y, por si esto fuera poco, su supervivencia depende de la convicción colectiva y simultánea de un grupo de afectados en un momento y lugar determinados.
Si nos centramos en el aspecto material, la futilidad de la patria resulta aún más evidente. Es un hecho incontestable que las fronteras de los territorios que distintos colectivos han considerado en un momento de su devenir como su patria están en constante cambio. Lo estaban antes de la aparición de ésta y lo estarán después de su desaparición.
La materialidad de la patria implicaría la existencia de un mundo objetivo común a todos y distinto del mundo mental, que es, con sus miedos y sus deseos, el que construye la experiencia personal e intransferible de la patria.
Quedan así expuestos la naturaleza ilusoria de la patria y el hermanamiento de las posturas de patriotas y antipatriotas. Opuestas en apariencia pero idénticas en su esencia, las dos brotan de la misma incomprensión: tomar lo falso como verdadero.