La COVID-19 y el Primer Mundo
Una de las afirmaciones más repetidas de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus es que era imprevisible. Ni los organismos internacionales, ni ningún país, estaban preparados para hacer frente a una pandemia. Sin embargo, no se trata de la primera epidemia generalizada que se produce en el mundo. Sin necesidad de retrotraernos a la gripe de 1918, que mató a más de 50 millones de personas, en lo que llevamos de siglo, tan solo en los últimos 20 años, hemos sufrido cuatro epidemias importantes de las que hemos aprendido muy poco.
Los coronavirus son una familia de virus que no es la primera vez que afectan a los seres humanos. En marzo de 2003 la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó una alerta mundial por una epidemia de coronavirus a la que se denominó “Síndrome Respiratorio Agudo Severo” (SARS-CoV) que surgió en China y se extendió por el sureste asiático especialmente y causó oficialmente 916 fallecidos y 8.422 afectados, aunque se sospecha que fueron bastantes más ya que los datos de China, el país con más casos, son muy poco fiables.
En 2012 se propagó otro coronavirus, denominado “Síndrome Respiratorio de Oriente Medio” (MERS-CoV), que afectó a Arabia Saudí y países de su entorno y según la OMS se han contabilizado más de 2.000 casos con una tasa de letalidad (mortalidad por número de afectados) muy alta, de más del 30%.
Más conocida es la pandemia de la gripe A (H1H1) decretada por la OMS en 2009 que confirmó 18.449 muertes, una cifra considerada baja e inexacta ya que sólo tuvo en consideración a las personas con casos confirmados en laboratorio. Estudios recientes de universidades norteamericanas aseguran que este virus ha causado 203.000 muertes en todo el mundo. Afectó especialmente a personas jóvenes y se concentró sobre todo en México, Argentina y Brasil.
Antes de la conmoción causada por la actual pandemia de coronavirus, el mundo nuevamente entró en crisis por la enfermedad causada por el virus de ébola, que se originó en África Occidental entre 2014 y 2016, afectando principalmente a Guinea, Sierra Leona, Liberia yNigeria. Según la OMS, el total de casos fue de 28.652, con 11.325 muertes.
Después de estos precedentes tan recientes, resulta sorprendente la tardía respuesta, la improvisación y la falta de medios para hacer frente al coronavirus SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad COVID-19. La razón es que las anteriores pandemias, aunque se han extendido mucho por el planeta, sus efectos más mortíferos se han producido fuera del Primer Mundo. Los países ricos nos hemos acostumbrado a ver estas epidemias como algo propio de los países de los “Otros Mundos”, es decir, de lo que se llamaba el Segundo Mundo (caso de China) o del Tercer Mundo (países con economías precarias y sistemas sanitarios muy pobres). Cuando conocimos la epidemia de Wuhan, en una lejana provincia china, pensamos que aquí no iba a llegar y por ello se tardó en reaccionar.
Al contrario de las epidemias señaladas más arriba, que han afectado especialmente a países del Tercer Mundo, la epidemia COVID-19 se ha convertido en una pandemia que se ha expandido por los cinco continentes y, si nos fijamos en los datos que vemos cada día en los medios de comunicación, parece que está afectando más a los países ricos, al Primer Mundo. Las zonas con mayor número de afectados y de fallecidos son Estados Unidos y Europa Occidental.
La COVID-19 ha provocado hasta ahora, más de 3 millones de casos en todo el mundo y 215.000 fallecidos, de los cuales más del 60% de los afectados y el 76% de los decesos corresponden a Estados Unidos, Italia, España, Francia, Gran Bretaña y Alemania. Seis países con buenos sistemas sanitarios, que concentran más del 37% de la riqueza del planeta, aunque solo suponen el 8% de la población mundial. Estos datos son muy sorprendentes, salvo que este coronavirus sea una especie de virus justiciero que lucha contra la desigualdad del mundo castigando a los
países ricos, no son unos datos creíbles.
Dada la facilidad de contagio del actual coronavirus, es seguro que su propagación por zonas tan densamente pobladas como el sur de Asia, Latinoamérica y África será mucho mayor que las cifras que proporcionan los medios. Si bien el hecho de constituir poblaciones jóvenes y las mayores temperaturas pueden ser factores favorables, la malnutrición, las patologías previas y sus condiciones higiénico-sanitarias no auguran nada bueno para el desarrollo de la epidemia en el Tercer Mundo.
Según la Comisión Económica de Naciones Unidas para África (UNECA), «más de 300.000 africanos podrían morir por la Covid-19 en un continente donde el 56% de la población urbana se concentra en barrios marginales o viviendas informales y sólo el 34% de los hogares tiene acceso a instalaciones básicas para lavarse las manos”.
En África, India o Latinoamérica, las medidas de confinamiento, que estamos siguiendo en Europa como único medio de reducir el contagio, son muy difíciles de llevar a cabo. El hacinamiento de sus ciudades, los enormes suburbios de infraviviendas, los escasos servicios sociales y el hecho de que allí lo de “vivir al día” es literal, hace que el control de la pandemia mediante el distanciamiento sea prácticamente imposible.
Ante la falta de solidaridad demostrada entre los países ricos, que ni siquiera en la UE se ponen de acuerdo en ayudarse entre ellos, ¿qué sucederá con los necesarios programas de cooperación y ayuda a los países del Tercer Mundo? Estamos preocupados con la crisis económica que se avecina en nuestros países, y es lógico, pero no debemos olvidar que estamos en un mundo globalizado donde, cada vez más, los problemas son generales y requieren soluciones globales.
Estos días se habla mucho de solidaridad, pero la solidaridad debe ser global. Es fácil ser solidario con la familia y con los amigos, también podemos ser solidarios con los vecinos, los paisanos o incluso los nacionales, pero lo que debemos desarrollar es la solidaridad como especie. Este tipo de solidaridad es fundamental porque no se trata de apoyar intereses ajenos, sino que se trata de asegurar nuestra propia supervivencia. Habrá nuevas crisis en forma de pandemias o de desastres naturales derivados del cambio climático y la desertización. Ni los virus, ni los efectos
del calentamiento global saben de fronteras. Vayámonos preparando, nos va en ello la supervivencia