Et recordarem sempre, Ana Alba
Cuando en un par de meses tenemos solo en España más de 26.000 muertes extra, no es fácil encontrar hueco para una de ellas. No va a despertar interés subrayar una muerte entre tantas. Pero me siento en la obligación de intentarlo. Tu muerte, Ana, no se ha debido al virus. Tu muerte, Ana, es una de las casi diez millones de vidas que cada año se llevan los distintos tipos de tumores malignos. 112.000 en España en 2018. Último dato de la Sociedad de Oncología médica.
Antes de conocer que padecías la enfermedad, habías visto de cerca, por tu magnífico trabajo, cómo la padecían y las dificultades para su tratamiento, las mujeres, sobre todo las mujeres, palestinas de Gaza. Te viste tan metida en ese torbellino, que es una de las herencias que nos dejas, ese documental que algunos de tus amigos presentaremos también aquí, en Cantabria, más pronto que tarde. En cuanto se pueda.
He decidido que tenía que hacer mi aportación a tanto recuerdo como has despertado, fundamentalmente entre compañeros de profesión. Ayer, comentando con mi hijo tu carácter, pregunté de manera retórica y pensando que la respuesta tenía que ser negativa ¿Puede tener enemigos Ana Alba? En todo caso, alguien muy ligado a las causas más oscuras del Poder. Quizá entre la derecha más fundamentalista de Israel, no fueras muy querida. No creo que se pueda encontrar mucho filón más.
Palestina ha sido tu última entrega. Los Balcanes, la primera. En medio, todo el arco que va del Levante mediterráneo al Golfo Pérsico. Un cuarto de siglo escribiendo, haciendo llegar a tus lectores de occidente las realidades que veías/vivías… Pero mi recuerdo no puede ir por la vía profesional. Ya he visto muchos, mucho más autorizados que el mío. Mi pérdida es equivalente a la de una sobrina, porque sin ser su hija, eres la hija de mi amiga Teresa, que no tiene hijos biológicos y que hace muchos años alcanzó la posición de una hermana postiza para mí.
Así, mi primer encuentro contigo fue en la casa de Teresa y Joan en Espinoy, cuando estabas en EGB y el último, el año pasado en Segovia, en aquel homenaje que te rindieron tus compañeros de trabajo. Estaba pendiente el próximo, en Córdoba, y ya no va poder ser. Al menos con tu presencia física. Finalista en el premio Cirilo Rodríguez, ganadora del Julio Anguita. Tus dos últimos galardones. Por medio, Campanet en Mallorca, o Torredembarra, las recomendaciones para mi primera visita a Berlín,… o aquí mismo, en la casa que habías visitado por primera vez con tu abuela, tu madre y tu hermana, cuatro mosqueteras, que en esa ocasión no disfrutasteis mucho por un accidente de la abuela. Mi antigua casa. La casa de mis nietos.
Y yo, cobarde disfrazado de bravo, que no acepté ir a verte a Jerusalén porque no me fiaba de mi reacción ante las posibles provocaciones del Tsahal. A principios de marzo te felicité por el premio Julio Anguita y el 28 lo hiciste tú por mi cumpleaños. Eso era estar en todo. Todavía el 12 de abril te escuché una crónica en la SER y te lo dije. Empezabas a contestar con iconos. Los últimos, del jueves pasado, día 30.
¿Y ahora? Otra pieza de orfandad para cargar a la espalda. Otro plomo en unas alas que ya se van cansando. Pero este jueves, a las 24 horas de tu fallecimiento, escuchando El Faradio, donde desinteresadamente habías intervenido más de una vez, qué lujo para un programa local una corresponsal en Jerusalén como tú, lo decidí. Tenía que escribir algo. Intervenían los tres con sus recuerdos de Ana. Guillem y Óscar han perdido sus madres respectivas por esa enfermedad y José Carlos, a su padre. No se trata de reivindicar nada, no es mi intento. Pero, el virus tendría que portarse mucho peor, y mira que nos ha trastornado la vida, para alcanzar el balance anual siniestro del cáncer. Y no quiero acostumbrarme.