La madriguera LII. «Oscuro»
OSCURO
Ramón Qu
Abrió la puerta y cruzó el umbral. La oscuridad continuaba siendo completa. Avanzó adelantando con cuidado los pies y tendiendo los brazos al aire. Las manos no tardaron en tropezar con una pared. También era húmeda y rugosa. La recorrió palpando con cuidado hasta que encontró otra puerta. El corazón le latió más fuerte. Aspiró hondo y abrió. Del otro lado esperaba la misma negrura. Permaneció quieto un momento, luego apretó los dientes y siguió adelante. Esta vez las manos tardaron un poco más en topar con el límite. También húmedo, también rugoso. Entonces deseó dejarse caer y abandonarse acurrucado en el suelo. Pero armó el cuerpo, tragó saliva y avanzó lateralmente, guiándose por el tacto del ladrillo desnudo. A pesar del frio, sudaba. De pronto los dedos percibieron la superficie más pulida de la madera. El pulso se aceleró. Durante unos segundos se quedó inmóvil, tratando de acompasar la respiración. Cuando las manos dejaron de temblar, buscó el picaporte. Lo apretó con fuerza, inspiró y abrió de golpe la enésima puerta. Todo seguía siendo lóbrego. Sus hombros se hundieron un poco más y la cabeza cayó otro tanto, pero se internó en las tinieblas tanteando con paciente cuidado el aire…
Imagen cedida para «La madriguera» por su autor, Carlos San Vicente.
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