La madriguera LXI: «Anoche hablé con mi tío Ramón»

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ANOCHE HABLÉ CON MI TÍO RAMÓN

Marisa del Campo Larramendi

 

Mi tío Ramón tiene más de setenta años. Hijo de carpintero convertido en contratista a fuerza de cepillar tablones, cursó estudios en colegio de curas donde, según me ha contado en numerosas ocasiones, no aprendió nada salvo que la disciplina oscurantista solo genera dolor y violencia. Adolescente y joven de la recién creada clase media española disfrutó de las ventajas del desarrollismo, las vacaciones en la costa del sol y el seiscientos… que en el caso de su familia fue un 1.500 al ser numerosa. Por supuesto dio su primer beso a una prima en un portal y conoció el sexo en Biarritz en una excursión de fin de curso del PREU. Con una francesa, según cuenta con mezcla de orgullo y pícara melancolía.

Fue un pésimo estudiante a juzgar por los más de diez años que le costó terminar la carrera de Medicina, pero aquella tardanza con los estudios le permitió participar en todas las movidas anti franquistas que se desarrollaron en la Universidad Complutense, desde el 68 hasta la transición. Poseedor de una memoria excepcional muchas veces me contó con pelos y señales los acontecimientos ocurridos en Madrid durante los estertores del franquismo. Militante del PCE, conoció por dentro la DGS y a punto estuvo de conocer personalmente a Billy el Niño. Se salvó de ser presentado al torturador por los pelos y se tuvo que conformar con verle de lejos cuando se paseaba chulo y desafiante por las facultades de la Complutense. Tragó – esa es su expresión – con lo de la ruptura pactada, con lo de la bandera y la monarquía y hasta con los Pactos de la Moncloa, pero como muchísimos militantes comunistas no aguantaría mucho más en el partido de Carrillo y lo dejó en el 80.

A partir de entonces, aprobado ya el MIR y según propio diagnóstico, se dedicó profesionalmente al ejercicio de la Medicina, personalmente a tratar de ajustar su siempre tormentosa vida afectiva y políticamente a pugnar por resistir las tentaciones del desencanto y de la sociedad de consumo que con la recién estrenada democracia se abría para los profesionales hijos de la clase media. Como me dijo en más de una ocasión: “Para los rojos fue una verdadera travesía por el desierto. Solo tuvimos un par de oasis: la lucha contra la OTAN, los movimientos anti globalización, la guerra de Irak, cuando pareció que algo se iba a mover… por lo demás nada: bipartidismo, bipartidismo y bipartidismo”

La crisis del 2008 le entristeció pero el 15M devolvió mucho del brillo perdido a sus grandes ojos de color caramelo, y ya jubilado bajó a las plazas para “escuchar” – eso decía – y para ofrecer sus servicios médicos si era preciso en las acampadas. Poco a poco, su innata lucidez fue atemperando la ilusión inicial y como me solía comentar cuando le llamaba por teléfono para consultarle cosas de política – siempre ha sido mi eminencia gris –: “Marisilla, yo soy un privilegiado y pasaré la crisis sin muchos problemas gobierne el PSOE o gobierne el PP, pero me hierve la sangre cuando veo que gente que lo va a pasar fatal continua votando a esos cabrones que no paran de joderlos” De Podemos siempre dijo que acabarían siendo los eurocomunistas del siglo XXI.

Hace un mes mi tío Ramón cogió el corona virus. Ha pasado diez días boca abajo con respirador. No se ha muerto de milagro… o como él dice porque quiere ver si se reanuda la Champions y si el Atlético de Madrid la gana de una vez – es colchonero desde sus tiempos de estudiante –

Ya está en casa y guarda cuarentena. Ayer le llamé y me dijo:”Marisilla, es una mierda comprobar que ninguna de mis ilusiones políticas de la juventud se han cumplido. Me voy a morir sin ver una sociedad en condiciones. Es más creo que vamos a peor y que se nos avecina una de campeonato. Pero qué quieres, chiquilla, hay que seguir peleando y no rendirse. Después de todo quizás la vida sea solo eso: ser buena persona y luchar por un mundo mejor”

No sé si se habrá notado, pero la verdad es que quiero mucho a mi tío Ramón.

 

Imagen cedida para «La madriguera» por su autor Néstor Revuelta Zarzosa

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