Burbujas
Las pompas se elevaban sobre su cabeza como una figura de Chagall. La imagen de esa flor de infancia que todos soplamos para ver donde lleva el viento sus pistilos blancos le vino de repente a la cabeza. Los cementerios no son precisamente los lugares más divertidos del mundo pensaba mientras contaba el tiempo que tardaba una pompa en explotar. Al hacerlo, su mirada se iba a otra y luego a otra como buscando quedarse con la última superviviente de ese salto al vacío que rompía las reglas de la gravedad. Los terraplanistas estarían encantados con las teorías que se le ocurrían a cada estallido de las esferas de agua y jabón. El sol caía perpendicular y salpicaba de motitas de arco iris las pompas formando pequeños fogonazos improvisados. En su mente eran fuegos artificiales que no necesitaban del ruido para hacerse notar. El ruido, demasiado ruido le hacía perder el equilibrio, por eso buscaba siempre lugares recogidos donde no pasara nada, o donde el silencio tuviera su espacio garantizado sin necesidad de discutir con nadie.
Quizás por eso le gustaban los cementerios, las iglesias y templos, los espacios vacíos y rellenados de silencios en los que el sonido no es ruido, y las campanas rompen sin reventar, y el susurro del salmo o la letanía arrodillada posee una cadencia como si siguiera su propio pentagrama. Así si, pensaba, de esta forma siento la tranquilidad y la armonía. No es que fuera un maniático, no más que quienes no apartan sus orejas del móvil o sus esfinges de una pantalla táctil convertida en una extremidad más o en el refugio virtual de quienes sienten el vacío también, quizás tanto como él, pero necesitan ese ancla de lo inmediato que les impida caer en el intervalo de un pensamiento y otro. Para Él esa ancla era el silencio, ese equilibrio que encontraba en ese tipo de lugares, como las salas de espera del médico. La espera fijada a la silla de quienes esperan ser llamados de un momento a otro ponía el centro de atención en un lugar común libre de ruidos. Era como una llamada al orden al ruido que solo se rompía con ese que pase el siguiente. Sabía que su búsqueda, su necesidad, obedecía al caos interno que le habitaba y que, la única forma de compensar ese grito interno, ese ruido ensordecedor que le acompañaba, era buscar refugio en esos lugares. Las madrugadas de pie frente a la ventana de la galería donde podía ver el puerto y ver pasar los trenes era otro de esos lugares. Entonces el ruido interno se calmaba, le daba una tregua, encontraba su sitio en el mundo.
Las pompas de jabón explotaban casi todas al tiempo, pero siempre quedaba alguna que tardaba un poco más y que incluso se perdía ese vacío vertical con dirección a la estratosfera. Cuando ya no podía seguirla con la vista se imaginaba que había logrado ir ese poco más allá que hace de lo desconocido una oportunidad para poder soñar por encima de la ciencia y la razón. Aquí los terraplanistas también sacarían partido y arrimarían el ascua a su sardina. Pero la gravedad era quien le fijaba al suelo. Al cerciorarse de que ya no quedaba nadie y que ya nadie vendría, en caso de hacerlo lo oiría, además tener las llaves del cementerio tendría que tener alguna ventaja, aunque solo fuera esa, nadie entraría pues sin que él lo advirtiera, buscó la esquina, donde Él siempre se sentaba a descansar un rato, y empezó a cavar.
El clon, clon, de las campanas amortiguó los primeros golpes sobre una tierra que ya había perdido la costumbre de ser sepultura de nadie. Hace ya muchos años que las tumbas fueron sustituidas por los nichos en forma de colmena. La verdad es que nunca le gustaron demasiado, un cubículo, el hormigón armado, era como una ciudad dormitorio donde pasar las horas muertas. La tierra era otra cosa, en ella germinaban las semillas, brotaba vida, sentía que no se rompía el ciclo. Además creaba un espacio diferenciado, una pequeña península donde habitar los silencios del duelo y la ausencia. La muerte es la muerte al fin y al cabo, pero bueno cada uno decide como le gustaría vivirla.
Ahora ya solo se escuchaba el sonido seco de cada palada y el golpe de la tierra al acumularse en un montón. Yo creo que con esto será más que suficiente, dijo para sí mientras se paraba, más por el cansancio que por la certeza de sus pensamientos. Las nubes continuaban su particular migración a lo largo del cielo como si de aves frías se trataran en un viaje a ninguna parte. Esa pompa tiene que haber llegado ya por lo menos a una de ellas. Se quedó unos instantes eligiendo la forma de la nube que mejor encajara con la imagen que tenía en mente. Iba señalando con el dedo y descartando como si de una pantalla virtual se tratara. ¡Esa! Esa es. Y ahí colocó su recuerdo.
-Ahora ya puedo enterrar su pompero. Descansa en paz mi vida.