El coso blanco: una fiesta con problemas para sobrevivir atacada por la pandemia
Varias personas se sientan alrededor de una mesa para proponer ideas que puedan atraer el turismo y darle un empujón a la economía. Aunque podría tratarse de la Comisión de Reconstrucción del Congreso o una reunión del ejecutivo autonómico, no lo es. Son varios vecinos de Castro-Urdiales, tal vez el alcalde, tal vez algunos concejales, que en la primera mitad del siglo pasado quieren aprovechar el tirón de los baños de ola en Santander para celebrar una fiesta que interese a la gente.
A raíz de estas reuniones se celebra el primer Coso Blanco en 1948, el 8 de agosto, aunque desde entonces se celebra el primer viernes de julio. «Coso» hace referencia al circuito, y «blanco» al color del suelo tras el confeti y al que, junto al amarillo, es el protagonista de esta fiesta. En el primer recorrido, hace 72 años, circularon seis carrozas. El número habitual hoy ha crecido hasta las nueve o diez.
UNA TRADICIÓN DE LA INFANCIA
«Cuando éramos jóvenes, nos metíamos en algunas lonjas que nos dejaban los pescadores y hacíamos piezas del estilo que veíamos en artistas con más recorrido. No había otra cosa que hacer en el pueblo en verano», dice Francisco Fernández.
Junto con su socio — de mismo nombre de pila– y los trabajadores que han podido contratar con los años, mantienen Francis2, una pequeña empresa de proyectos artísticos que nació de la pasión por las carrozas.
Fernández empezó, como era común, ayudando en los talleres en la preadolescencia.
Así fue como conoció a la que luego sería su esposa, Pilar Bernaola, que habla de los grupos de amigos que se formaban mientras echaban una mano con las carrozas: «Llegaba la primavera y deseaba terminar los exámenes para quedar con mis amigas en los locales donde se preparaba todo».
Francis2 es una de las dos empresas presentes en el Coso. Los demás participantes tienen otros trabajos durante el resto del año. Un ejemplo de este caso es la Asociación Peña Colococos, cuyo presidente, Gaizka Antuñano, cuenta cómo funciona: «Dos o tres meses antes del día del desfile nos reunimos en un local que nos deja el Ayuntamiento, hacemos tormenta de ideas y colaboramos todos haciendo de todo».
UNA FIESTA QUE SE MUERE
A pesar de que el número de carrozas presentes año tras año no decae, sí lo hace el interés de los más jóvenes. Estos no se suelen implicar mucho, fuera de quienes participan en el desfile ―hay un premio al mejor vestuario y es común que niños, niñas y adolescentes monten en las carrozas con disfraces acordes a la temática―.
También ha caído la presencia del Coso en la educación castreña. Fernández cuenta cómo cada vez menos profesores se interesan por actividades extraescolares en las que los alumnos puedan visitar los talleres o aprender sobre la fiesta.
Es por esto por lo que asociaciones como Colococos tiene como objetivo fundamental involucrar a la gente joven. Aunque su presidente no se muestra optimista, los números dan algo de esperanza: de los seis colaboradores iniciales en 2016, han pasado a 81.
Los integrantes de Colococos en 2019. Valoran sus carrozas en una media de 6000 euros, que costean según el premio del año anterior, más lo conseguido por patrocinadores y venta de lotería. Fuente: cedida por Gaizka Antuñano.
Antuñano considera esencial la adhesión de las nuevas generaciones. «Tenemos que aportar nuestro granito de arena para que el Coso no muera». En efecto, la vida de la fiesta depende en gran parte de las pequeñas aportaciones y de la voluntad de mantenerla, edición tras edición.
Es esta la filosofía de Francis2. Fernández estima que sus carrozas cuestan entre 20.000 y 30.000 euros, y el premio es de 10.000. «Conseguimos mantenernos en positivo gracias a las decoraciones de locales, belenes, etc. También ayuda la Gala Floral en agosto en Torrelavega, que como es un contrato, y no un concurso, nos permite ir sobre seguro».
EL MAÑANA
El primer sábado de este mes debería haber amanecido en Castro-Urdiales con los restos de la verbena y el confeti del Coso Blanco, pero se ha cancelado por la amenaza de la COVID, como otros tantos eventos multitudinarios e «idiosincrásicos», en palabras de Pilar Bernaola.
Sin embargo, Fernández asegura que tienen esperanza : «salimos adelante en 2011, cuando pensábamos que tendríamos que cerrar, y espero que podamos salir también de esta».
Por su parte, Antuñano cree que la pandemia puede haber servido para que la gente reflexione sobre la importancia del Coso. «Tal vez el año que viene se animen más personas». «Lo importante es que la fiesta no se pierda», añade, «no se pueden perder este tipo de fiestas tan tradicionales de la región».