La sinfonía del Kaos

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Los contenedores quemados, el olor a gasolina, y en sus bocas mascarillas colgando de sus barbillas, para poder gritar. A primera vista todo es Kaos. Y quizás lo sea, pero tiene que haber un hilo del que tirar en esta madeja.

Arden las calles, las calles incendiadas, un grupo de jóvenes corren en desbandada, huyen de las placas  tras arremeter gritando algo así como Libertad. Pero, ¿a qué libertad se refieren? ¿Aquella en la que interiorizamos los valores de una sociedad que les aboca al fracaso y a la frustración?:

“El yo como empresa, la búsqueda de beneficio como motor de los comportamientos, la competencia como principio de relación con el otro, la propiedad y el consumo como medidas de la riqueza y la buena vida, el mundo como conjunto de oportunidades a rentabilizar» (Fernández Savater, 2014)”

Si, como menciona Savater, esa es la lógica identitaria sobre la que se construye cada individuo y desde la que habla y reivindica palabras con tanta carga simbólica como Libertad, quizás debamos interrogarnos, como sociedad, en cuanto a los valores que rigen la forma de pensar el mundo en el que vivimos, de relacionarnos y de pensarnos.

En “Tu futuro empieza aquí” la novela gráfica de Isaak Rosa y Mikko ¿Tú que quieres ser de mayor? es la pregunta con la que da comienzo la historia. Unos jóvenes que mediante sus acciones acaban rompiendo el estereotipo que les aboca ser etiquetados como NINIS (ni estudio, ni trabajo); como si no existiera nada más a su alrededor, como si la sociedad de consumo y el propio sistema no les interrogara constantemente acerca de lo que se espera de ellos y a la vez no les ofrece más herramienta para enfrentarlo  que una educación en precario y un sistema de valores desestructurado cuya alternativa es “búscate la vida” como si de un nuevo juego virtual se tratara. Eso sí, cada vez más desconectados de la realidad real que les rodea (no todos, como también se ha hecho evidente), y cada vez más frágiles y lejanos los puentes que deberían conectarlos a ella. El contexto de la pandemia y de crisis económica y social que la acompaña lleva a que muchos jóvenes salgan de ese particular “confinamiento”, en el que desde hace tiempo estaban metidos, preguntando ¿Y qué hay de lo mío? y viendo en la violencia su forma de expresión natural. Una de las preguntas es ¿Por qué?

Pero ¿a qué libertad se refieren?; ¿aquella que nace de elegir entre  varios modelos de móvil? Una identidad basada en un consumo cuyo acceso se ve cada vez más restringido o incluso imposible. Un “modelo ideal” de un “Yo” cada vez más inalcanzable, o inalcanzable desde siempre cuya evidencia se constata ahora. Privados de sus formas de socialización habituales, de sus espacios,  expulsados del modelo educativo que ha delegado sus competencias en internet como pozo de sabiduría al que recurrir para asimilar las más extravagantes teorías negacionistas y hacerla pasar por pensamiento crítico e independiente, o alentados por quienes ven en ellos la oportunidad para capilarizar el pensamiento más totalitario, se convierten en las notas perfectas para una “sinfonía del kaos” en la que lo más fácil es ver en ellos el problema, en lugar de la consecuencia. ¿Y dónde están sus padres se preguntan algunos? Unos murieron por el camino, otros victimas del propio sistema y su frustración, otros triunfadores que sustituyen afecto por consumo, otros encadenando trabajos de mierda sin tiempo para más, otros intentándolo, otros dejándose llevar (y así…). Y todos formando parte de esta sinfonía del kaos.

Una indignación con causas multifactoriales cuyos vacíos intentan ser ocupados por el pensamiento más  reduccionista y en muchos casos totalitario. Y que, a la vez marca un déficit en la gobernanza  y confianza de ciudadano vs representantes vs instituciones cuya brecha no hace sino  agrandarse. Demasiados escalones hacia el mismo precipicio.

Mientras, un piano no para de tocar como si quisiera rebelarse contra una violencia que no entiende, si es que alguna violencia se pudiera entender. El pianista se refugia en cada nota atrincherándose en el arte como el último bastión de la raza humana. Quizás el arte se erige así como nuevo lugar de combate, aun sin saberlo, en su lógica de supervivencia. Y quizás cada tecla, con cada nota, cambie la dirección del viento de quienes no sabemos dónde nos pega el aire. Sabes que si te quedas en medio te llamarán equidistante lo peor que te pueden decir cuando los polos se tensionan. Pero sabes que tu sitio es ese, tu piano, o lo que sea que haces para huir de tanto ruido e intolerancia. Cada nota, cada verso nace insumiso ante quienes hablan de conmigo o contra mí. Y tu música está de parte de quienes han elegido cuidarse.

Porque mientras las calles arden, un virus las recorre sin preguntar a quién votas, sin preguntar de qué bando eres, le da igual. Parece el comienzo de una novela distópica en la que pase lo que pase volverán a perder los de siempre.

Ha llovido desde Marzo, la primavera no encuentra su lugar desde entonces, por más que lo intenta todo parece secarse a su paso. ¿También las lágrimas por quienes lloramos?

 

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