Kaiser: el «falso 9″… más falso, que 9
Recopilando información para un futuro libro de anécdotas futbolísticas que estoy redactando junto con mi padre, Laureano Ruiz – y dentro de un capítulo dedicado a las trampas y corrupciones que asolan al «deporte-rey»- tuve conocimiento del curioso caso del del brasileño Carlos Raposo (apodado «Kaiser»), quien parece salido de una película de Santiago Segura:
De hecho, acaban de dedicarle un film y un libro a la historia de su vida, una vida de fraude y estafa, ya que este jugador consiguió vivir del fútbol durante más de 20 años, sin apenas jugar más que unos cuantos partidos amistosos.
Su modus operandi era el siguiente: dado su don de gentes – y su tremenda «cara-dura»- se hacía amigo de los grandes cracks brasileños del momento, quienes recomendaban a los presidentes que le ficharan, o incluso imponían el fichaje del Kaiser, al negociar los suyos propios.
De ese modo consiguió militar en los principales clubs de Brasil, e incluso viajar a Francia, USA o Argentina, donde iba concatenando contratos breves, hasta que el club de turno acababa deshaciéndose de él, debido a la gran cantidad de lesiones – fingidas- que iba acumulando.
En efecto, su truco más utilizado consistía en fingir lesiones (en los años 70-80 no había resonancias magnéticas e incluso contaba con amigos médicos que le falsificaban informes), pero su repertorio de engaños y capacidad de improvisación iban mucho más allá, como aquella ocasión en que, tras fichar por el Ajaccio francés, le trajeron una bolsa de balones para que mostrara sus habilidades ante el público que se había desplazado a conocer al nuevo fichaje brasileño.
Ni corto ni perezoso, el Kaiser empezó a chutar todos los balones a la grada, mientras gritaba «¡un regalo, regalos para la afición!» y besaba repetidamente el escudo de su nueva camiseta.
En otra ocasión, militando en el Bangú, el presidente – Castor de Andrade, rey del juego clandestino en Brasil- exigió al entrenador que sacara a su flamante fichaje, por lo que el Kaiser tuvo que calentar para salir. En ese momento se le encendió la bombilla: al ver al público local meterse con su equipo, se encaró con ellos y subiéndose a la grada se lió a tortas, por lo que fue expulsado antes de salir al campo.
Cuando el presidente bajó al vestuario, furioso, el Kaiser desató todo su arsenal escénico: «Antes de que me diga nada, deje que me explique: Dios me dio un padre biológico y luego me dio a usted, que es como un segundo padre para mí. Por eso cuando escuché al público insultarle y llamarle mafioso no pude contenerme. Sé que he cometido un grave error y he empañado la imagen del club, por lo que aceptaré cualquier castigo y en cualquier caso, no se preocupe, porque mi contrato de 6 meses expira en 15 días y me iré pidiendo perdón y agradeciendo la suerte que ha sido pertenecer a este gran club».
El presidente, emocionado, le abrazó y mandó que le renovasen otros 6 meses con una mejora en el sueldo.
Aún hoy en día, lejos de mostrarse arrepentido, el propio Carlos se auto-justifica: «bueno, sí, engañé a los clubs pero éstos siempre se han dedicado a engañar a los jugadores, alguien tenía que vengarse».
Aunque su mayor justificación se resumiría en el dicho «que me quiten lo bailao», porque – como él mismo afirma- «si el sexo fuese fútbol, yo sería Pelé». Y es que, el compartir tantas noches con las estrellas del momento, no sólo le produjo réditos en cuanto a fichajes futbolísticos, sino también en cuestión de mujeres. De hecho, en las concentraciones solía ir unas noches antes al hotel, donde alojaba a varias chicas en los pisos de debajo del de su equipo, de modo que por la noche organizaba fiestas y «encuentros» secretos con varios jugadores, sin que nadie del club se enterase.
En fin, en la historia del fútbol existen muchos casos de destacados jugadores que también adquirieron fama por sus decadentes actitudes extra-deportivas ( ahí tenemos el caso de Maradona, tan en boga en la actualidad), pero el caso del Kaiser es único, porque se trata de un jugador de fútbol que ha acabado haciéndose famoso por sus comportamientos… ¡sin siquiera destacar – más bien lo contrario- en lo futbolístico!