Lobo
No era capaz de reconocer sus huellas en la nieve, bien podrían ser la de un perro grande pensaba a poner sus manos sobre las marcas recientes. Nevaba “a trapos” como se dice por la zona, y en pocos minutos se perdería el rastro. Aunque había salido bien abrigado, no iba preparado para una ventisca así. Cuanto más conoces el monte más te confías le había oído decir tantas veces a su padre y cuando eso pasa y te pilla desprevenido solo queda intentar no ponerse nervioso y no ir contra lo que se te viene encima. Más fácil decirlo que hacerlo, además ¿Qué es eso de no ir contra lo que se te viene encima? ¿Qué hago entonces? ¿Me dejo llevar por el temporal monte abajo? Si salgo de esta le diré a mi padre que concrete un poco más a que se refería.
No paraba de nevar, cada pisada se hundía más en la nieve acumulada que le mordía hasta las rodillas. No era como esos montañeros experimentados o visitantes casuales que no reparaban en gastos y vaciaban el centro comercial o las tiendas especializadas con todo lo necesario para un día en la montaña. Que si pantalones aislantes, que si botas de no sé qué material impermeable, guantes, incluso raquetas para caminar por la nieve, eso siempre le había hecho gracia. Y así todo un inventario que sería lo más adecuado para una travesía así, no lo ponía en duda pero, la verdad es que a él le parecía que para esos viajes no hacían falta tantas alforjas. Probablemente fueran sus prejuicios y ahí cobraba sentido algunas de las palabras de su padre, las de confiarse demasiado. Quizás sí que habría necesitado de algunas de esas alforjas. No todo lo que viene de fuera tiene que ser malo, se dijo en una breve reflexión metida a calzador entre tanta ceremonia de la confusión.
Tampoco lo que estaba haciendo era precisamente una travesía; al ver la que venía, había salido a buscar las yeguas que andaban por el alto. Sabía que eran fuertes y que estaban acostumbradas, pero también era consciente de los riesgos que corrían y no sería la primera vez que habían desaparecido, o incluso encontradas muertas. Siempre que algo así pasaba era habitual ver como los telediarios o televisiones locales abrían sus informativos con imágenes aéreas de un helicóptero rescatando a algún animal o llevándoles tacos de alfalfa o hierba para que pudieran aguantar hasta que escampara. Muy mal se tenía que dar para que los propios animales no encontraran una forma de subsistir o buscar refugio, pero la alta montaña es así y por más que sepas cómo funcionan las cosas siempre existe ese margen donde todo sucede sin que te dé tiempo a preverlo. Solo quien lo ha vivido, quien vive de ello, lo entiende.
Envuelto en la ventisca, al escucharlo, no supo diferenciar de quien era el aullido. Quizás del viento, quizás no…No había otra señal por la que guiarse y decidió caminar en esa dirección. Sabía que era una lotería, pues ni siquiera podía asegurarse de que era la dirección correcta. En el monte y en una situación así, todo resulta engañoso pero, llegados ahí, quedarse quieto y esperar a que todo pasara no era una opción. Además, no podía dejar de pensar en sus yeguas. Ni siquiera se había parado a pensar en que haría si las encontraba. Cada pisada se hundía un poco más y se tapaba antes. Quien me manda a mí…
Mientras, el viento azotaba la parte de su rostro que quedaba a la vista, sus ojos y la parte superior de sus mejillas, cortadas por las bofetadas de frío que no paraba de recibir. Las mejillas rojizas son un rasgo característico de la mayoría de quienes viven por estos lares. La huella del entorno pegada a la piel de quien lo habita, que se va fijando a medida que va formando parte de él como uno más. Es como si le dijera algo así como “no es fácil ser de los nuestros pero, cuando lo eres, ya no podrás dejar de serlo nunca, y ahí te dejo esos coloretes, por si lo olvidas”. Incluso cuando te vas permanece como esa marca de nacimiento que te recordará siempre de dónde eres. Imagino que cada lugar tiene su propia épica a la que recurrir cuando no hay lugar donde ir y necesitas un lugar donde volver, o cuando has ido a todos los lugares, pero necesitas volver al principio, aunque sea recordándolo.
Quien me mandaría a mi…estas palabras se revelaban como profecía auto cumplida de quien simplemente hacía lo mismo que otros antes que él habían hecho y que se encontraba en una situación que más de uno había padecido. Eso hay que vivirlo para entenderlo…que dicen por aquí. Imagino también que en todos los lugares dirán algo parecido…
A lo lejos la silueta recortada del lobo aullando a la montaña, a la nieve, a la indómita soledad de la manada, le mostró el lugar donde sus yeguas se guarecían, bajo la visera de la montaña. Quizás él también las buscaba…y al verlo, escopeta en mano, siguió su camino perdiéndose entre la nieve.
Qué curioso, si no fuera por él…Y, sin embargo…si no fuera por él.