Quieto todo el mundo: pequeños golpes de Estado
LA SOCIEDAD CIVIL COMO INDICADOR DE DEMOCRACIA
Por ejemplo: tenemos claro que un indicador de democracia es la existencia de sociedad civil organizada.
Y esto se canaliza a través de asociaciones, organizaciones, ONGs, sindicatos…
Los países más avanzados son aquellos en los que la sociedad civil es rica, diversa, y puede desde hablar con las instituciones hasta protestar contra ellas.
Eso pasa por formas entre las que se incluyen los comunicados a los medios, las recogidas de firmas, la organización de mesas redondas o eventos, y también, las manifestaciones.
Ahora hay quien descalifica la mayor por la existencia de incidentes (como si todos los manifestantes los protagonizaran: francamente, si eso estuviera pasando, tendríamos más presencia policial ya que se habrían desatado todas las alarmas al detectarse un problema grave de convivencia y de rechazo a las instituciones).
Pero es que siempre hay alguien dispuesto a cargar contra este derecho: desde las quejas por cortar el tráfico, que nos quedan ya lejanas, hasta la crítica por quienes convocan o con quien se coincide: recordamos que no hace tanto se usaba pancartero como insulto.
Se descalifica los motivos o las intenciones cuando son muchos, se insulta cuando son pocos (¿si tan pocos son, por qué te sientes tan amenazado?)
Y ahora la técnica es que se acusa a sectores de contagiar la covid.
Se hace una constante enmienda a la totalidad, de forma que una vez negada la legitimidad total, ya directamente no se puede hacer nada.
Como siempre, hay colectivos contra los que se mira especialmente dentro de las asociaciones: nosotros nos queremos detener específicamente en el feminismo, el ecologismo o el sindicalismo.
El voto de las mujeres o la lucha contra la violencia, contra que los maridos peguen a sus esposas; las sentencias de derribo en la costa de Cantabria, aplicación directa de una ley que quienes vulneraron fueron las instituciones; o cosas tan interiorizadas como las jornadas laborales, los convenios o las vacaciones, y todavía hoy, que el mundo de la empresa cumpla la legislación laboral y contrate a sus empleados ‘riders’… nada de eso sería posible hoy sin este tipo de representantes de la sociedad civil.
¿Alguien se imagina que se atacara a las asociaciones que trabajan por la discapacidad, o que fomentan el deporte?
Igual de aberrante nos parece hacerlo con el feminismo, el ecologismo o el sindicalismo.
Si hay foco sobre unas y no sobre otros, en realidad la reacción a la que hay que apuntares a quien les señala y su actitud ante la diferencia de ideas o el papel de la sociedad civil.
Y preguntarse si una sociedad sin defensa de la igualdad, respeto al medio ambiente y defensa de la legislación laboral sería un mundo en el que estaríamos mejor.
Porque se nos ocurren sociedades en las que no hay estos movimientos, y, francamente, no querríamos vivir en ellas. Ya lo probamos, salió fatal, así que cualquier cambio al respecto no es un avance, es un retroceso.
EL TRATO A LA OPOSICIÓN
En una democracia también debe haber un respeto a la oposición, a la que los ciudadanos le encomiendan el control de quién gobierna.
Despreciar a la oposición es despreciar a los ciudadanos, por tanto.
Y hay que tener en cuenta, para los fans del poder absoluto que creen que la presencia en los gobiernos transmite también eficacia y extrema (como si fuera algún premio de un videojuego retro, la estrella que te concede inmunidad), que hoy en día las mayorías son ajustadas y los gobiernos en que se traducen pueden cambiar.
Es decir, que aquellos a los que desprecias podrían estar donde estás tú.
Y no queríamos olvidar la importancia en las democracias del respeto a los medios de comunicación: aceptar las críticas sin creer que participan de la misma cultura conspirativa que se respira en tu partido.
No olvidamos otros factores, como la justicia, los cuerpos de seguridad y militares, o el papel de la educación : la democracia se construye, y sobre todo, se mantiene, de muchas formas.
PEQUEÑO GOLPE DE ESTADO
Hoy, 2021, no tenemos tanques en las calles ni pistolas en las instituciones.
Todo hoy es, en realidad, de baja intensidad, nada comparable a aquello, a ese miedo que tuvieron los que sabían adonde podía regresarse.
Pero cada vez que un político llama irritado a una asociación que ha mandado una nota de prensa crítica contra ellos y les recuerda directa o indirectamente la posible pérdida de una subvención.
Cada ocasión en el debate público en que se insulta al rival en lugar de atacar a sus argumentos (matiz fundamental)
Cuando descalificamos un medio por quién es sin siquiera leer la noticia o decidimos tragarnos un bulo (porque a veces los bulos te los cuelan, pero a veces te los tragas porque te conviene)
Y esos momentos en los que se comete alguna de esas travesuras en la jornada electoral que bueno, tampoco son para tanto.
O cuando se olvida uno que la democracia es el poder cediendo el poder y no concibes la posibilidad de perder una competición o elección, de perder poder. Y para evitarlo haces lo que sea, desde espiar al rival hasta retorcer la norma. Peor: cuando pierdes, casualmente no te vale el juego…
En definitiva, cada vez que damos pie a los ataques, insultos, desprecios e intentos de control a sociedad civil, partidos y medios, en realidad lo que estamos es cediendo a pequeños golpistas que muchos tienen en su interior y protagonizando pequeños golpes de estado de baja intensidad.
Esto hay que mimarlo mucho: como sabe cualquier familia, lanzar o crear algo es difícil, sí, pero el verdadero reto es mantenerlo.
Y lo que algunos pretenden con esas pequeños ataques cotidianos a sociedad civil, rivales o medios es, precisamente, lograr ese “quieto todo el mundo”.