Hasta la próxima
Su lugar favorito se llamaba recuerdo. Volvía a él, muchas veces de casualidad, como quien sale a caminar y se deja llevar por las calles que habitan su ciudad y cuando quiere darse cuenta acaba ahí, en alguno de esos sitios que, sin saber cómo, te devuelven a ese momento del pasado. No tiene que ser un lugar concreto, puede será una cara conocida, de esas con las que te tropiezas de casualidad tras años sin veros y dudas en si saludar o no. Te quedas dubitativo intentando leer en la otra persona lo que va a hacer. Cuando al fin se decide y te saluda, respondes con esas ganas que la vergüenza o el miedo al desdén habían provocado que te contuvieras. A veces, cuando algo así sucede, sientes que no han pasado los años y que es como si os acabarais de ver hace nada. Esa sensación es lo más parecido a viajar en el tiempo que conoces.
Otras, el encuentro, es más un choque entre el pasado y un presente irreconocible y por eso solo ves en la otra persona, no a quien es ahora, sino a quien conociste hace años. Como si hubiera sucedido algo y, en un punto concreto del pasado, vuestras líneas de vida hubiesen cogido caminos diferentes hacia realidades alternativas. Por eso esos encuentros no suelen durar demasiado. El presente no deja espacio para nada más e impone su rostro mientras sientes que es estás hablando con un desconocido. Al despedirte te preguntas si le habrá pasado lo mismo. La próxima vez que os veáis haréis como que no os conocéis. Y será cierto. Por eso, cuando esa sensación de vacío vuelve, aparece ese lugar donde no tienes que fingir, donde todo sigue igual, pese a vosotros. Pese a ti.
Otros encuentros también pueden ser tan fugaces como efusivos y la intensidad no te deja escuchar, ni entender, pero sientes que sois los mismos, reencarnados en el presente, con la piel y el rostro de los años, pero solo eso, porque la mirada prevalece y se come el tiempo pasado con dentelladas de siempre. Al despediros os juráis no volver a dejar pasar tanto tiempo aunque al alejarte de nuevo la vida te conduce por sus propios vericuetos. Cuando os volváis a encontrar pasará lo mismo y no importará el tiempo que haya pasado. Os reiréis de lo que dijisteis y repetiréis las mismas promesas con la misma convicción que la última vez. Aunque ya no os volváis a ver nunca más.
Con José Ramón, mi profesor de Filosofía en el instituto de Ampuero me pasaba algo parecido. Tras dejar el instituto, e irme, prometí volver a verle pero no lo hice; el libro que me dejó está como fianza en algunas de las mudanzas que me acompañaron, ni siquiera estoy seguro de si lo tengo. La segunda vez que me encontré con Jose Ramón me lo recordó con la sonrisa de esos bibliotecarios que no te multan por retrasarte en devolver el libro, de esos, de los que no abundan, que se fían de ti porque conocen esa parte que tú mismo descuidas. Y al despedirte te dice “no te preocupes, la próxima vez me lo traes pero, no te olvides, por favor”. Y tú le contestas “prometido, de esta vez no pasa”. Pero siempre pasa algo que hace que lo fíes todo a esa “próxima vez” de la que no dudamos, que creemos que siempre va a estar ahí para nosotros. Es lo más parecido a creernos eternos que conozco.
No te olvidas del libro y te comprometes a devolvérselo, incluso acompañado de algo más con lo que puedas redimirte por el tiempo pasado y por ese nuevo olvido. Y eso hace que te acabes enfadando un poco contigo mismo por ser así, prometiéndote no dejar al azar esa “próxima vez”, visitarle y devolverle el libro como excusa para poder contarle todo lo que llevas escrito en el diario del tiempo que ha pasado desde la última vez.
Muchas veces desde entonces le recuerdas cuando pasas por delante del instituto de camino al pueblo, cuando te encuentras con un antiguo compañero o cuando nombras una cita, o un fragmento de su libro. Hay veces en los que los lugares nuevos llevan consigo una especie de “deja vu” donde, sin venir a cuento, algo o alguien, te traen un recuerdo de la forma más inesperada. Otras es como si no pudieras evitarlo y eres tú quien lo trae porque es justo la parte que falta para que ese recuerdo pueda cobrar vida de nuevo. Por eso al reencontrarme con Juan Car preguntarle por José Ramón era lo más natural. Esa “próxima vez” con libro y dedicatoria en mano podía por fin hacerse realidad como -para ti- “Marx, en lugar de dios, manda» (aunque ahora para sobrevivir ya sea más de Groucho).
Esa “próxima vez” ya no podrá ser, por lo menos no como yo imaginaba. Y no sabes cuánto lo siento querido amigo. No sé si servirá de algo pero aquí te dejo el libro.
Que la tierra te sea leve Joserra.