Una vida en fragmentos
Durante la presentación de uno de sus libros, “El arte de estar solo”, en el año 2017, José Luis García Martín, a una pregunta de la Directora de la Fundación Princesa de Asturias sobre los premios literarios, respondió: “creo que no hay que recibir ninguno y merecer todos”- Son pocos los premios que ha recibido José Luis García Martín, y no sé si considera que los merece todos, o casi, en cada una de sus especialidades literarias, que son todas, o casi, pues no sé de aproximaciones a la literatura dramática, aunque quizá haya estado cerca.
Premios, quizá no, pero en los últimos cercanos tiempos, su poesía y sus diarios han sido objeto de atención especial. El poeta y editor, y amigo de García Martín, ha propiciado dos publicaciones. Primero fue “Alrededores de José Luis García Martín” (2020), obra para la que convocó a 30 escritores, cercanos, para bien o no tan bien, al círculo de influencia del homenajeado, y les pidió que glosaran su hacer poético, previa elección, cada uno, de un poema.
Después, hace pocas semanas, Hilario Barrero ha reunido, esta vez, a 31 escritores, incluido él mismo, con el encargo de glosar los diarios de García Martín, tras haberse decidido, cada uno de ellos, por uno de los 24 tomos, de los que constan hasta el momento, pues promete más, cantidad, digo. Algunos de los títulos se repiten, claro, pues son 24 para 31.
En su momento, comenté en este periódico “Alrededores de José Luis García Martín”, después de una placentera lectura a poetas que escriben sobre la poesía de otro poeta, quien, más allá de diarios, críticas, haikus, aforismos, relatos y otras incursiones literarias, es, ante todo, poeta, por más que su poesía parece brillar menos, que sus implacables críticas, que ya no lo son tanto, implacables; o que sus diarios-ríos, tan entretenidos; o que sus ristras de haikus; o sus relatos.
Sus críticas me interesan tanto, como las de los demás críticos, más bien poco, quizá porque de mí no ha tenido nunca nada que criticar, todo lo mas he recibido de él alguna opinión puntual, siempre amable, -es sabido que, si toda crítica es una opinión analizada, toda opinión no es necesariamente una crítica. También he recibido algún silencio, que los silencios también tienen presencia, y que he interpretado como si fueran silencios administrativos, o sea, a favor. No he leído “El lector impertinente”, pero cada viernes leo su crítica de la semana.
Los haikus de García Martín, de los que en alguna ocasión ha dicho -y escrito- que le alivian del aburrimiento en presentaciones de libros -de otros, claro-, o son tiros de gracia para rematar tiempos ya muertos o que, simplemente van pasando. Los tengo, en su mayoría, como espurios, como casi todos los escritos por poetas occidentales, incluidos los pocos que yo he escrito,sin ser poeta. Suelen estar llenos de “yo”, o sea, puede que contengan mucha alma, pero expiran poco espíritu. 5-7-5 sílabas métricas no es requisito suficiente para componer un haiku. Ni siquiera necesario. Sus relatos me interesan tan poco como a él los de los demás, según declaración propia. Con una excepción, por mi parte, “Las aventuras de Martín”, por toda su carga poética entre sus páginas, en las que el autor se erige en personaje (también comenté “Las aventuras de Martín” en este periódico)
¿Y los diarios? He leído solo una parte de ellos. Me entretienen, incluso a ratos me divierten, y es ahí donde radica para este lector su mayor interés. Sin embargo, me ha aburrido los 31 escritores, convocados por Hilario Barrero, reunidos en el libro “Leer la vida”, que mejor hubiera tenido por título “Leer una vida”, la que García Martín deja ver en sus diarios, y que los 31 glosan, citando algunas de las entradas del diario elegido. El resultado es el de una lectura pesada por reiterativa. Algún glosador se alarga en una teoría de los diarios, y en su clasificación, mostrando sus preferencias entre unos y otros, como también lo ha hecho García Martín, en más de una ocasión.
Resulta tediosa la repetición de las características que concurren en la persona y personalidad de García Martín, sus ideas, sus sentimientos, sus gustos, etc., que el mismo se encarga de airear, y no solo en los diarios, y allí donde haya un medio para decirlo, entre la ficción, que últimamente llama sueños, y la realidad: que si es amante de la rutina, lo más monótona posible, por más variadas que sean sus ocupaciones; que si es impenitente viajero, ansioso por regresar, alma sedentaria en cuerpo viajero; que si su querencia declarada por la amistad, sin perjuicio de generar enemigos, sin querer, eso sí; que si la ciudad -las ciudades-, con sus librerías, cafés y tertulias, alimentan su espíritu, aunque, a lo que parece, ha descubierto los beneficios de la naturaleza, siempre que quede cerca de las tertulias, los cafés y las librerías.
Pero el aspecto, el más interesante, tanto en lo existencial, como en lo literario, y en el inciden la mayor parte de los 31, pero que en mi opinión, que es la que estoy dando aquí, no han visto todo su alcance: su dominio de la paradoja, que atraviesa buena parte de su obra, incluida su poesía. Hay una inflación de paradoja en la obra de García Martín, quizá con la excepción de su trabajo crítico. Es su principal atractivo, pues se diría que García Martín vive y escribe sabiendo que en todo habita una parte de su contrario. Eso requiere un complemento a lo paradójico: la ironía, de la que García Martín es depositario y practicante, como señalan también sus glosadores, pero quedándose a medias.
Ninguno ve en la vida manifestada, y en la obra conocida de García Martín el cinismo, sin el cual la ironía se quedaría sin gracia. Un cinismo de ascendencia socrática, que tampoco muchos profesores han sabido apreciar en el Sócrates del “solo sé que no sé nada”. Un Sócrates llamado a ser miembro de la Escuela Cínica, de Antístenes y Diógenes, pero echado a perder a perder en la obra de Platón, que le convierte en el Sócrates del “conócete a ti mismo”, máxima compartida por más filósofos, y más tarde adoptada por San Agustín. La ironía, trufada del cinismo bien entendido, sube de grado, cuando ironiza sobre sí mismo. En la presentación de su libro “El arte de estar solo”, referida al comienzo de estas líneas, cuando declaró “no ser ambicioso”, no sería extravagante suponer que no se conformaría con menos que todo. Como el Sócrates que por no saber que no sabía nada, resultó que lo sabía todo.
Pero hay algo más de socrático en García Martín. Los comentaristas de sus diarios, y él mismo, resaltan su gusto por la discusión, por el conflicto dialéctico, que satisface su tendencia a llevar la contraria, y “querer tener razón”, aunque no la tenga, y lo sepa, eterno adolescente aplicado. Ese afán puede llevar a utilizar argumentos, disfrazados de la ironía y cinismo precisos, de los propios adversarios dialécticos, texitura en la que Platón pone a Sócrates en los diálogos con los sofistas, sin empacho alguno de echar mano de sofismas, como argumentos.
¿Reunirá, Hilario Barrero, nuevos equipos literarios, que se dediquen a los haikus y los aforismos de García Martín, aunque no faltan en sus diarios? Lo importante es que hablan de uno…aunque sea bien.
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