“Una democracia sustentada en el olvido tiene los pies de barro”
A los pies de los siempre presentes Picos de Europa está el cementerio de Potes. Y allí una placa que reconoce la lucha de los guerrilleros antifranquistas y la tumba de Juanín (Juan Fernández Ayala, junto a Bedoya, Paco Bedoya, los últimos guerrilleros).
La tumba de Juanín, comentaban los asistentes al acto de recuerdo de su asesinato, siempre está cuidada, sin que sepan quién se encarga de ella.
De algún modo, la historia de los que se echaron al monte siempre ha sido un poco así, una red de alianzas, unas veces anónimas, otras veces más o menos conocidas, que les ayudaron en vida y que extendieron su leyenda a su muerte.
Como esa vecina (Valeriana Allés) que cedió parte de su terreno para que se levantara en él un monumento a los guerrilleros, en Bejes, o como recordaba Sergio Tamayo, de Interpueblos, la red de mujeres que servían de enlace para surtir de comida o información a las distintas Brigadas que operaban en los Picos de Europa.
Son muchísimas historias más o menos anónimas, y muy dolorosas, como la del maestro apartado de la docencia, mientras que su padre fue asesinado y arrastrado por todo el pueblo después, o al matrimonio que ayudaba a los guerrilleros y les quemaron la casa, en lo que era una práctica habitual contra ellos o sus personas cercanas.
A lo que se suma el silencio que se quiso imponer, ese miedo al olvido de su lucha contra la dictadura.
Contaba Marisol González, al frente de AGE (Archivo, Guerra y Exilio) que cuando instalaron la placa en el cementerio, Eugenia, la hija de una de las familias que les ayudaba se emocionó porque era la primera vez que se le hacía un reconocimiento.
Una placa que, por cierto, tendrá que cambiarse: En ella figuraba como fallecido un guerrillero que no había muerto. En su momento dijeron su nombre para que dejaran de perseguirle y pudiera huir. Dándole por muerte, le salvaron de la vida.
Ante esa placa, ante su tumba, en el acto de reconocimiento a Juanín ante el aniversario de su asesinato (1957), organizado por AGE, Interpueblos, Republicanos, Izquierda Unida Cantabria, PCE y PCPE, González advertía de que “una democracia sustentada en el olvido tiene los pies de barro”, y también de que una democracia “no se puede fundar en la injusticia y en impunidad”.
Medio centenar de asistentes participaron en el evento, en el que se recordó su compromiso con la legalidad republicano, las palizas que sufrió Juanín después, durante la dictadura, y como, “harto de las palizas que le daban”, acabó echándose al monte, además del miedo que el fascismo de entonces vuelva a avanzar.
El homenaje era también para el resto de víctimas de Tama, con el abatimiento en octubre de 1952 de Gildo el Tresvisano y Pin el Asturiano, y la posterior represión.
“Lo que no imaginaba Juanín es que 64 años más tarde le seguiríamos recordando como ejemplo de resistencia a la dictadura franquista, que se escribirían libros sobre él y que se convertiría en un mito, en un referente de la lucha contra el fascismo. Es evidente que nadie muere del todo mientras se le siga recordando”, remarcaba Marisol González..
Hay más citas con la memoria en el horizonte. El mes que viene se inaugurará el monumento a su compañero Bedoya en Islares, justo donde le mataron cuando trataba de ponerse a salvo, rumbo a Francia: el pasado mes de marzo descubrieron que el que ya existía había desaparecido e impulsaron una captación de fondos para sufragar uno nuevo. Fue cuestión de semanas.
Décadas después, se ha conseguido cuidar la llama de la memoria. Como la tumba de Juanín.
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