Dejar a una madre para marcharte lejos a cuidar a otra
Una de las personas que interviene en el webinar es Mirian Brazzan Gonzales. Es colombiana. Ahora, además de todo lo que ocupa su vida habitualmente, tiene más de un ojo puesto en su país, porque la situación lleva ya varios días más preocupante de lo normal.
Participa para dar su punto de vista. Es una profesional de un sector muy especial. Sobre los hombros de mujeres como ella recae un peso que es el de encargarse del cuidado de personas que están en el final de su vida, pero lo hacen desde dentro de su casa. Hay muchas formas de establecer una relación en ese ámbito, pero es importante tener claro que para una de las partes, es el lugar de trabajo. Para la otra, no.
El camino demográfico de nuestra sociedad hace que cada vez haya más personas que necesiten de una atención de este tipo. Atención personalizada durante un rato cada día, o durante toda la mañana, o a veces la necesidad puede ser para el día entero y que la mujer contratada para ello tenga que quedarse interna.
Cuando las actividades se llevan a cabo en un ámbito doméstico, es más fácil que se flexibilicen los límites y que las condiciones fluctúen según el día y no según lo que refleje un contrato de trabajo. Eso cuando existe un contrato. Marta Sánchez Tazón, responsable del área de inserción sociolaboral de Cantabria Acoge, dice en uno de sus turnos que en un trabajo «de ámbito doméstico se facilita el abuso».
Mirian consiguió venir a España con papeles. Situación legal. Apta para trabajar. Pero reconoce que vino «con el corazón destrozado». En Colombia está su madre, que necesita de su hija. Seguro que nadie puede cuidarla mejor que ella. Pero las cosas se le pusieron difíciles y por eso tuvo que emigrar. Tuvo que dejar a su madre y ponerse a cuidar a otra mujer, a otra madre, también mayor, que tenía esa misma necesidad.
Un cambio de país que supone muchas cosas, aunque en este caso haya un idioma común. Incluso teniendo unos papeles que dicen que tu situación es legal. Pero hay muchas cosas a las que acostumbrarse y que conocer. Comportamientos, olores, modos de vida…
Mirian se refiere a otra cosa muy importante que hay que conocer, pero nadie se lo explicó cuando llegó: sus derechos laborales. Desconocía por completo qué podía pedir y qué no, y añade que son «derechos que se llegan a conocer, pero no se cumplen».
A partir de aquí, la imaginación puede hacerse a la idea muy fácilmente de cómo funcionan trabajos como este en muchos casos. Jornadas que no se cumplen, sueldos que se pagan en negro y personas que se aprovechan de otras para poder tener un servicio que no les cueste muy caro. No funciona siempre así, pero son cosas que ocurren a diario.
También está invitada a la conversación Arancha García del Soto, psicosocióloga, colaboradora de UNATE y Fundación PEN. Recuerda que justo antes de la llegada de la pandemia se constituyó un sindicato de mujeres cuidadoras sin papeles. El asociacionismo puede ser muy valioso, por conocer mejor las condiciones que corresponde tener, por escuchar otras experiencias, parecidas o distintas, y por reconocerse en otras voces que pueden incorporarse a tu propia vida.
Y es que, cuando se cambia de lugar y se viaja a un sitio donde no hay conocidos, estas mujeres arrancan sin una vida propia a la que dedicar el tiempo libre que tienen. No tienen una red de amistades, generalmente. Por eso suelen pasar una especie de «duelo migratorio», como lo llama Marta, porque hay muchas cosas que echar de menos en el tiempo que se tarda en aclimatarse a una nueva realidad.
Por eso, el concepto de ayuda mutua puede resultar muy valioso. Arancha destaca que hay hasta movimientos cooperativos, por ejemplo, para que una baja no se quede sin cubrir. Cuando no hay contrato, no hay derecho a baja, pero igualmente se puede tejer una red para cuando ocurre algún imprevisto.
Arancha no sólo reivindica que es necesario conocer los derechos y que la sociedad se conciencie más sobre la valía que tienen esos derechos, sino que también explica que deben ampliarse en un sector como el de los cuidados y el trabajo doméstico. Haciendo una labor común de un trabajo así, se puede sufrir una caída. Es algo muy simple, pero que debe figurar como un accidente laboral. Pero esto es complicado en un sector tan opaco, donde «no hay inspecciones de trabajo».
También habla de un derecho muy fundamental cuando hablamos de este tipo de actividades laborales: el derecho al descanso. Una jornada no se puede convertir en algo interminable, incluso cuando nos referimos a las necesidades de una persona dependiente que necesita una atención constante. En muchas ocasiones lo llamamos derecho a desconectar, un concepto que cada vez está poniéndose más de moda con el avance del teletrabajo. Para estas personas es un concepto de otra manera, pero igual de lícito. «La esclavitud ya se acabó, decía Mirian, pero a veces parece que no», sostiene.
Por eso Marta pone el acento en el cambio necesario que debemos llevar a cabo como sociedad y «tratar de equiparar la vulnerabilidad, la de personas mayores que necesitan de cuidados, y también la de las cuidadoras». Es preciso, cree, caminar hacia un modelo en el que «o cuidamos todos, desde lo público y como sociedad, o es difícil».
Mirian cuenta que ha podido encontrar un cierto refugio en Movimiento Por La Paz, una organización que forma parte de la propia Coordinadora Cántabra de ONGDs, porque le ha servido para conocer mejor la realidad en la que vive y qué cosas puede hacer para mejorar, al menos en el aspecto laboral.
«TENEMOS QUE REBELARNOS»
Marta señala que la presión para estas mujeres es constante, y llega hasta el punto de necesitar cotizar para que el permiso de residencia sea renovado. Si no es así, es fácil caer en la ilegalidad por no cumplir con plazos que pueden resultar implacables.
También pone en el debate que, hasta cuando las cosas funcionan bien, las cuidadoras pasan por malos momentos. Por ejemplo, si cogen cariño a las personas a las que cuidan y tienen que vivir el deterioro de sus últimos años, cuando la cabeza va fallando más que de costumbre, o cuando, directamente, enferman. Y, por supuesto, cuando fallecen, que es algo que supone una doble pérdida, por ver marchar a alguien querido, y por quedarse sin trabajo.
Arancha cree que «cuidar a alguien va mucho más allá de barrer o cocinar» y que es necesario que se sigan visibilizando estas situaciones que suelen quedar en un ámbito muy privado. Y la feminización, lo normalizado que sigue estando que estos trabajos los realicen mujeres. «Parece que estamos obligadas, tenemos que rebelarnos», defiende.
Y más tras este año largo de pandemia, donde ha vuelto a ponerse de manifiesto que las mujeres acaban haciéndose cargo de labores que no se consideran trabajos y que forman parte del ámbito doméstico. Mirian recuerda que, incluso en el momento del confinamiento más duro, las cosas no cambiaron para ella como trabajadora. «Hacíamos lo mismo», afirma, con lo difícil que resulta hacer dos trabajos, el de tener limpia una casa y atendida una persona mayor.
«Imaginemos si no hubiese tantas cuidadoras migrantes, todas las personas que hubieran tenido que ir a residencias y cómo hubiera sido la pandemia, aún peor», reflexiona Arancha. Piensa que las administraciones, en general, pueden hacer mucho más, y mira hacia el futuro pensando en que la local tiene mejores posibilidades de volcarse en algo tan necesario como la atención a nuestros mayores y a las personas dependientes. También se queja Marta. » Se nos llena la boca con el Estado de Bienestar, pero no hemos encontrado cauces para mejorar en esto».
Mirian, por su parte, deja en el aire una reflexión para quien la quiera coger, refiriéndose a que la vida también es «aprender a valorar lo que te dan y lo que das». Se llame cariño, conversación, compañía o todas las cosas que engloban la profesión de cuidadora, algo fundamental, pero que necesita mejorar en sus condiciones para que quienes se dedican a ella puedan respirar y sentirse igual que los demás.
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