Por un desarrollo eólico sostenible
por Agustín Valcarce. Presidente de la Asociación Eólica de Cantabria
La necesidad de una transición energética desde los combustibles fósiles a las fuentes de energía renovable ya no admite más debate. No hay discusión. Todos estamos convencidos. Cada país y cada región de la Unión Europea deben hacer su aportación a este nuevo paradigma y asumir su responsabilidad frente al cambio climático. Incluso la pandemia que empezamos a doblegar nos enseña que cualquier desarrollo futuro solo puede estar basado en la sostenibilidad. Y eso atañe también a Cantabria. Nosotros también somos responsables de contribuir al desarrollo sostenible. Muchas pequeñas personas haciendo pequeñas cosas en muchos pequeños lugares pueden cambiar la cara del planeta.
Sin embargo, Cantabria apenas participa de esta transición energética. El 80 % de la electricidad que consumimos es de origen fósil; somos tremendamente deficitarios porque producimos muy poca energía. Nuestras industrias demandan electricidad y la que encuentran es muy cara. Eso les hace ser menos competitivas. ¿Qué podríamos hacer al respecto? Las posibilidades de albergar grandes plantas fotovoltaicas y nuevas centrales hidroeléctricas son limitadas, mientras que la eólica terrestre es el recurso disponible más viable a corto plazo.
El sector eólico español es puntero a nivel mundial, es una de las industrias más innovadoras y de mayor capacidad para transformar la economía española en la postpandemia. Sin embargo, a pesar de su capacidad tractora en términos de empleo y desarrollo o su contribución a la reducción de emisiones para el año 2030, Cantabria sigue estando a la cola del desarrollo eólico de España. El objetivo del último Plan de Sostenibilidad Energética 2014-2020 establecía un objetivo de más de 700 MW eólicos y no se ha instalado ninguno, lo cual supone un absoluto fracaso.
El rechazo a los parques eólicos puede ser entendible y es totalmente respetable. Cada persona puede tener una sensibilidad determinada respecto al impacto visual de los aerogeneradores. Hay quienes pueden considerarlos “feos” o “espantosos” y hay quienes ven en ellos desarrollo económico y energía limpia. En Soba está el parque de Cañoneras, el único situado sobre suelo cántabro. Este municipio es un ejemplo en toda España de la convivencia sostenible entre un parque eólico y las actividades ganaderas y turísticas del valle.
Evidentemente la implantación de energía eólica también debe tener un impacto positivo en aquellas zonas donde se asienta. Desarrollo eólico debe ser lo mismo que desarrollo rural. Los parques de aerogeneradores son contribuyentes de primer orden en los municipios donde se encuentran. Pagan impuestos locales y alquileres de montes públicos que generan importantes beneficios en los ayuntamientos y juntas vecinales. El parque es un activo para todos.
En la actualidad el debate debería estar en el uso que se da a ese dinero en beneficio de la población local. Si los recursos generados a través de tributos y alquileres se destinan a políticas de desarrollo del territorio y reto demográfico, se podrá completar un círculo virtuoso de progreso social y económico. La mejor vía para ello ha de ser la participación. En primer lugar la de los habitantes del territorio a través de sus representantes legítimos; en segundo lugar las administraciones con competencias en desarrollo rural; y también, por qué no, las empresas a través de su responsabilidad social y su propósito.
La demonización de los parques que practican pequeños grupos de activistas resulta pueril frente a los retos sociales y económicos a los que nos enfrentamos. Las leyes que enmarcan las declaraciones de impacto ambiental son suficientemente garantistas para el interés general y las empresas capaces de desarrollar un parque eólico son equipos humanos especializados, altamente cualificados y multidisciplinares.
En Cantabria no caben todos los parques eólicos propuestos y poco a poco veremos cómo sólo irán cumpliendo hitos los proyectos mejor ubicados y más trabajados. Son tiempos para confiar en la ley y en la profesionalidad de quienes deben decidir sobre el futuro de nuestros valles. Centremos la discusión sobre cómo desarrollar el territorio con el impulso del viento. Ese es el debate.