Un monstruo absoluto
Al precio de infinitos sufrimientos, muertes y matanzas de inocentes que pronto se convirtieron en actos rutinarios, moneda corriente aceptada por los USA y el conjunto de los países occidentales.
Al precio de años y años de muertos inocentes, matanzas dispersas, desastres sin número que hundieron Oriente Próximo en una terrible ciénaga de despropósitos todavía embarrada.
Al precio de políticas genocidas que llevaron a la región a los peores momentos de su historia y empujó la vida de miles y miles de ciudadanos a un abismo casi pre-histórico generosamente financiado por el contribuyente americano pero sobre todo, al término de una humillación y engaño constante de la comunidad internacional parece que todos – menos él mismo y Aznar – se han puesto de acuerdo para reconocer aunque sea con todas las reservas posibles, que el maldito Rumsfeld – muerto por fin – era un psicópata genocida.
Conocido como el carnicero de Bagdad, sus actividades no se redujeron a Iraq sino que alcanzaron también a Afganistán y otros países del Oriente Próximo aprovechando el desconcierto causado por los ataques del 11 de septiembre de 2001.
¡400.000 – dicen- fueron los muertos! sin contar por supuesto a las víctimas colaterales o ni siquiera los caídos por torturas y otras eventualidades dado que el mismo Rumsfeld ordenó que no se guardaran registros de las torturas y abusos ejercidos sobre los prisioneros bajo su custodia. Así pues, este monstruo absoluto se ha ido de nanitas y de una sola vez, él, que tendría que haber muerto, por lo menos, un millón de muertes – dolorosas a ser posible – para empezar a pagar una parte de sus desmanes.
Pero no, me temo, que nada de eso habrá: ni juicio, ni responsabilidades, ni arrepentimiento y, por supuesto, nada parecido al propósito de enmienda. Por otra parte, que quede meridianamente claro, este reconocimiento puramente platónico de que el tal Rumsfeld además de psicópata era un genocida, no conlleva en absoluto el reconocimiento de las víctimas como víctimas. Visto lo visto y para equivocarse a este respecto, haría falta todo el idealismo evangélico (que no es el caso) de quienes juzgan que se ha llegado al fondo de lo inhumano y confían en una reacción de las potencias internacionales (o mas concretamente, de una Europa infecta)
De hecho, ni la gesticulación grotesca de las fuerzas internacionales ni los lamentos indignados de los voceros de las causas justas serán capaces ahora ni nunca de tener un efecto real pues lo cierto es que nunca llegaron a dar el paso decisivo, el paso final para analizar la situación y, lo que es peor, a día de hoy siguen sin atreverse ni querer darlo.
Y ese paso sería el de reconocer que no solo Rumsfeld, los USA y sus aliados fueron los agresores (cosa a estas alturas más que evidente) sino el de averiguar – y dar a conocer de una vez por todas – quien ha sido y quién es – el verdadero beneficiario de este inconmensurable desastre. Porque lo que esta en juego en todo esto es nuestra verdadera valoración del Mal. Al denunciar a Rumsfeld como un psicópata peligroso creemos que lo tenemos hecho todo, creemos que con llamarle “malo” ( y no “enemigo”) es suficiente. Pero no. Porque la verdad es que de siempre la tolerancia vergonzosa de Occidente se ha aprovechado de estos “malos” para echarles la culpa de hacer lo que – en dosis homeopáticas- el mismo hace también.
Resumiendo, las así llamadas democracias, podrán denunciar de boquilla las actividades de este – y otros- monstruos pero jamás intervendrán en serio pues a la hora de la verdad, hacen el mismo trabajo que ellas. Las víctimas, ya se sabe, son mucho más incómodas que los verdugos cuando parecen dispuestas a defenderse. ¿No es cierto?