“Es una pena, pero los pueblos están desapareciendo”
Cada día, Santi se levanta a las cinco de la mañana para limpiar y preparar el pescado que compra en la lonja de San Vicente o Santander. Lo coloca en su pequeña furgoneta refrigerada y sale de ruta para vender su mercancía por los rincones más alejados de la zona de Liébana y Polaciones.
Los miércoles y sábados toca Potes, los martes y viernes, el valle de Polaciones y los jueves, ruta desde más allá de Camaleño hasta el valle de Bedoya. Siempre el mismo recorrido y siempre, más o menos, el mismo horario para que los vecinos puedan abastecerse de pescado.
Pueblos cada vez más solitarios, algunos donde sólo vive una familia: “Yo de pequeño, cuando tenía ocho y nueve años, ya venía por aquí con mi padre, que se dedicaba también a vender pescado y el panorama no tenía nada que ver. Los pueblos estaban llenos de gente: había niños, había familias y, en cada parada, se tardaba en despachar. Ahora ya solo se ve gente mayor y poquita. Alguno más joven que se ha quedado a criar ganado pero, en general, los pueblos están casi vacíos”, explica Santi para EL FARADIO.
«RICO NO TE VAS A HACER…
Santi, que se llama Santiago Franco, no siempre se ha dedicado a esto. Hasta 2012 trabajó de transportista, pero, al final, ha seguido la tradición familiar y, al igual que su padre y, antes que él su abuelo, vende pescado por los pueblos. “Yo estoy contento. Antes con el camión estaba todos los días fuera de casa y ahora, por lo menos, estoy en casa cada noche, que es lo que quería. Rico no te vas a hacer con este negocio, pero puedes ir tirando y es lo que hay”, explica.
PAN, FRUTA Y PESCADO
Recuerda cómo hace años por Liébana iban ocho o nueve pescaderos desde San Vicente, pero actualmente sólo hacen la ruta él y otro compañero de Potes. Tampoco va por los pueblos ya el carnicero. Sí que salen or las carreteras rurales los fruteros y, como no, los panaderos. “No sé que sería de estos pueblos sin nosotros, la verdad. Hay poco mercado. Es gente mayor que si no pudiese comprar lo que nosotros llevamos, probablemente se tendría que ir también de sus casas. Es muy triste que no se haga nada para retener población en estos sitios. Por ejemplo, durante la pandemia, dentro de que fue algo muy malo para todos, pues se veía mucha más vida por aquí, porque la gente que tenía una casa, se vino y los pueblos recuperaron esa alegría que tenían antes. Había niños, familias, jóvenes, pero después otra vez a la tristeza de los pueblos vacíos”, cuenta Santi.
UN POCO DE TODO
Hoy en la furgoneta lleva bocarte, sardina, chicharrillo, lirios o bacaladitas, lubina, salmón, machote, calamar grande, san martines, lenguado, filetes de merluza que preparó antes de salir, bonito de temporada, bacalao, langostinos, almejas, mejillón…. Un rico surtido para abastecer a los habitantes que quedan por la zona y, también, dejar algo de género en unos cuantos bares y restaurantes del recorrido.
A las once de la mañana, despedimos en Camaleño a Santi, que sigue su ruta carretera abajo.