Dialéctica del amor
Tengo para mí que un poema debe leerse como se mira un cuadro, y un cuadro, ser mirado como se lee un poema. Y, si de un poemario se trata, entrar en él como se asiste a una exposición de pintura, y en una exposición de pintura seguir sus cuadros como si leyendo poemas sucesivos, reunidos en un libro. Las formas y los colores son las palabras de un cuadro, que el artista combina y articula en el lienzo, como las palabras de un poema son las voces y los significados que el poeta dispone sobre el papel, algo que no se percibe, si no se mira el poema. Uno y otro, poeta y pintor, según unas situaciones, que hacen suyas, y unas intenciones, que son suyas (Ángel González). Por ello, de poco vale que nos lean o glosen un poema o un poemario o nos describan un cuadro a una exposición, si cada quien no mira -lee- el poema o no lee -mira- el cuadro.
Y sigo teniendo para mí que lo dicho es a tener en cuenta especialmente, cuando el poemario mantiene una unidad formal y temática, y la exposición de pintura, en una diversidad de motivos, es fiel a un estilo. Forma y estilo son las señas de identidad de ambas expresiones estéticas.
Si lo que tengo para mí, tiene, además, algún sentido, se lo da el poemario “Rompiendo el redondo sol de la tarde”, el primero publicado por Karen Amorrortu. Cincuenta poemas, titulados con numeración romana, se distribuyen en cinco apartados, en los que el sujeto poético despliega una dialéctica amorosa: el amor -tesis-, el desamor, que tanta carga de amor lleva, al menos durante un tiempo, -antítesis-, y cuya síntesis, antes de llegar a la superación feliz de la oposición tesis-antítesis, y poder comer “perdices”, ha de pasar por los momentos, no felices -rabia, incomprensión, zozobra…-, de comer “sardinas”. Tal se podría decir que se trata de un proceso, poéticamente recorrido, que va exorcizando fantasmas, que tuvieron cuerpo -carne y sangre-, con un efecto catártico, al menos según la letra.
Y según la música, que hace bailar a las palabras, y que quizá a algún lector le pudiera parecer que no saben bailar, pero a las que la poeta les marca el ritmo, dotándolas de unos pasos de baile inesperados, con el instrumento de un humor, en el que la nota predominante es la de una ironía, que acerca al sujeto lírico a sí mismo, que siente tanto, como reflexiona, y un punteo de surrealismo, que declara, tan delicada, como contundentemente, la deriva deformada de una vivencia amorosa, que se quiere comprender, mediante un diálogo poético, que si la poesía se hace con palabras, las palabras expresan emociones y. también, ideas.
Pensamientos transidos de emoción, emociones trufadas de pensamiento dan lugar a un diálogo del sujeto poético consigo mismo, opuesta en él la tesis y la antítesis, oposición que en él mismo busca la superación: amor que deja cicatrices; oídos cerrados a la risa y el llanto; el amor, proyecto, que no se cumple; el castigo de la incertidumbre y la necesidad de entender; la sorpresa del encuentro y, al tiempo, el temor al desencuentro; la dificultad del olvido; la caducidad del amor, como la de los “yogures”, que obliga a adquirir otros frescos; encontrar el amor perdido, atrapado en el interior de uno mismo; la oportunidad del amor, de otro amor, desde posiciones personales de seguridad y serenidad; victoria del amor y su belleza; el lugar de la mujer en el amor; revelación del sujeto poético a si mismo, oyendo su voz, que casi grita; disponibilidad para amar de nuevo, que el amor se vive de muchas maneras; sensibilidad, sensualidad, sexualidad; la hiel da paso a la miel, las “sardinas”, a las “perdices”, por más que no se trate de un cuento…son algunos de los aspectos del amor-desamor, que toman forma poética en los poemas, del I al L, que componen “Rompiendo el redondo…”, y que el lector -este lector, no puede hablar por otro- ha seguido poema a poema, estrofa a estrofa, verso a verso, palabra a palabra, por más que alguna palabra está tan suelta, que parece que se descuelga y cae en el papel, aparentemente sin red, pero que, releída, cae en la cuenta de que la poeta la tiene controlada para que no se desprenda del verso, y le dote de un humor subyacente, que desdramatice; de una ironía, que procure distancia para sentir mejor lo que se vive cerca -dentro-; de un surrealismo, remedo de una experiencia inesperada, por más que no inesperable.
Hay libros, en su materialidad, que invitan a ser mirados, tocados, y, en última instancia, leídos. Esta es la condición de “Rompiendo el redondo…”: la blancura, la limpieza, la sobriedad, la sencillez del diseño son las virtudes editoriales, que este lector le pide a un libro de poemas, y que concurren en la obra de Karen Amorrortu. La edición, en la Colección Otras Voces, ha salido de la histórica imprenta Bedia Artes Gráficas, que repite el diseño de aquellos poemarios de la Colección La Sirena del Pisueña, en la que se publicó mi primer poemario, a la misma edad con la que Karen Amorrortu publica su primera obra.
¿Tardíamente?, se diría que la poeta ha estado modulando su voz hasta encontrarla propia, antes de pronunciarla -escribirla- en público. Entre tantos poemarios intercambiables, “Rompiendo el redondo…”, título y verso del poema XVI, no admite fácil imitación.
Si, al decir de Ángel González, todo poema responde a una situación dada al poeta, y una intención, que el poeta pone, tengo para mí que el lector también se sitúa en esas coordenadas. Y, si la escritura es, en este caso, de la poeta, las lecturas son nuestras, cada uno es responsable de la suya. Y este lector no puede, sino animar a que “Rompiendo el redondo sol de la tarde”, de Karen Amorrortu, tenga muchas más lecturas. Con el convencimiento de que es una sugerencia para agradecer.