El último viaje de Raúl Monzón, el argentino del Cabildo: “Esperábamos recibirlo en el aeropuerto unos días después con ansia y alegría, pero nos tocó recibir un féretro”
Es un día frío y lluvioso en Santander. Hemos llegado. Estamos frente al mural de recuerdo que protege el solar abandonado fruto del derrumbe, aquel 8 de diciembre de 2007, del número 14 de la Cuesta del Hospital. La lluvia golpea enérgicamente la superficie del paraguas. Resuena mientras nos planteamos cómo pudo ocurrir.
Lucía Gómez Colmenero también se lo pregunta. Y es firme: “No me explico cómo pudo pasar algo así en pleno centro de una ciudad europea”. Su madre, Gumersinda, y su hermano, Jesús, Chuchi, como le llamaban, fallecieron aquel día atrapados por los escombros. También perdió la vida Raúl, que convivía con ellos en el domicilio.
Continuamos caminando. Hay muchos solares abandonados, edificios apuntalados y carteles de venta de inmuebles. Para Lucía retroceder en el tiempo es recordar el horror de la pérdida repentina. Así todo, asegura que pudo evitarse. Y es que los vecinos del Cabildo de Arriba llevaban años reclamando mejoras y ayuda a las instituciones ante el enorme deterioro del barrio.
En las palabras de Lucía aún se puede detectar su dolor, el del recuerdo; el de la pérdida prematura y, como dice, injusta. Pero también revelan afecto hacia Raúl, al que no le unía un vínculo de sangre, pero sí una gran amistad: “Era uno más de la familia, una persona tremendamente educada y agradable”.
Raúl Teodoro Monzón nació en la provincia argentina del Chaco. Un hombre de familia que se enamoró de España, tal y como describe su hija Claudia, en palabras para El Faradio. Era navegante, “formado incansablemente”, asegura, y los últimos años de su vida laboral decidió pasarlos trabajando embarcado en una compañía naviera española. El destino le condujo hasta Astillero, donde vivió unos años junto a un amigo. Después se trasladó a una habitación en el barrio del Cabildo de Arriba, cerca del domicilio de Gumersinda.
Viviendo allí la conoció a ella y a su familia. “Fue una casualidad. Él era un hombre muy trabajador y hacía reparaciones. Un día fue a casa a arreglar algo y desde aquel momento comenzó una amistad que perduró durante años”. En el mural del solar figura su nombre junto al de Gumersinda y Chuchi. “Todos los años llevamos flores para los tres. Siento que ese acto va perdiendo con el paso del tiempo, pero es importante para nosotros”, asegura Lucía.
Y es que el movimiento vecinal que durante tanto tiempo reclamó y peleó por la mejora de las condiciones del Cabildo de Arriba va perdiendo fuerza aceleradamente. “Muchos vecinos mayores han fallecido y el paso de los años ha hecho que la robustez de la reclamación haya disminuido, es inevitable”, asegura Lucía.
Pese a todo, el espíritu del vecindario perdura en el recuerdo de Lucía y sus hermanos, pero también en el de Claudia y los suyos, Nancy y Fernando, que coinciden en señalar que la actitud “negligente” de las autoridades e instituciones fue uno de los motivos que provocaron el accidente.
Los tres hermanos muestran su agradecimiento por la agilidad en el proceso de repatriación de los restos mortales de su padre, que 19 días después del accidente descansaban ya en su ciudad natal. Raúl tenía un billete para pasar esa Navidad junto a su familia. “Esperábamos recibirlo en el aeropuerto unos días después con ansia y alegría, pero nos tocó recibir un féretro. La forma en que mi padre se marchó fue traumática para todos nosotros, fue un absurdo”, recuerda Nancy.
El afecto por la familia de Lucía es enorme y el recuerdo de su padre, constante e inevitable. “Agradezco a mi padre el amor que siempre nos dio”, afirma emocionado Fernando. Herminia, la mujer de Raúl, falleció en 2020 víctima de un cáncer fulminante: “Sabemos que la muerte de mi padre fue el principio del fin para ella. Fundaron una familia llena de amor y su pérdida fue irreparable para todos”, coinciden los tres.
Los hijos de Raúl, al igual que Lucía y su familia, reivindican en este decimocuarto aniversario del accidente que se trabaje para que no vuelva a ocurrir algo así porque “ningún dinero del mundo ni ninguna otra compensación puede apagar el dolor por la pérdida que hemos sufrido y trabajar por evitarlo es una obligación de todos”.