Clandestinos

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Para los Sateré-Mawé, una tribu del Amazonas el paso a la edad adulta se da a los 13 años con la “Iniciación de las Hormigas Bala” en la que los chicos salen a buscar esta variedad de hormiga, luego el líder de la tribu las sumerge en una solución de hierbas para sedarlas y después poder incrustarlas en guantes con los aguijones apuntando hacia el interior. Más o menos una hora más tarde, las hormigas se despiertan más furiosas que nunca, y es ahí que comienza la iniciación. Cada chico tiene que usar los guantes por diez minutos. Al soportar el dolor, los chicos demuestran estar preparados, de modo que pocos gritan, pues gritar es símbolo de debilidad. Cada chico tendrá que usar los guantes otras 20 veces después de la primera ceremonia en un periodo de varios meses; sólo después de dicho periodo la iniciación llega a su fin. Es cierto que cada ritual puede variar según la cultura, sociedad etc.. pero todos alguna manera marcan como se construye la identidad del individuo en torno a cualidades que son consideradas como “adultas”. En este caso no mostrar dolor, porque el hacerlo será considerado como signo de debilidad.

En nuestras sociedades pos-modernas, contradictorias donde conviven los móviles con la  gangrena, la opulencia con las barrigas infladas , internet con los pies descarnados de tanto caminar, o la televisión con los trampantojos que ella misma provoca, donde la ficción sustituye a la realidad para no enfrentarnos a ella, edulcorarla o, en el peor de los casos banalizarla para evitar la responsabilidad que pudiéramos tener en que las cosa sean como son, no se sabe muy bien cuando ese paso a se da. Infantilizados por un lado, criminalizados por el otro, todo se pierde en una amalgama líquida difícil de digerir. Los rituales se redibujan y los que se mantienen tienden a perder su carácter solemne para convertirse en algo folklórico pasado por la trituradora del consumo.

Quizás te haces mayor cuando la vida te lleva a enfrentarte a ese dolor, como el de los Sateré, aunque  sea más emocional, mas sicológico, pero que, como ellos intentamos no mostrar porque sería considerado una debilidad. Cuando un ser querido enferma o muere, cuando una guerra o una pandemia te arranca esas falsa certidumbres en las que creciste, o cuando el amor te despelleja vivo. Y pasa, que nada vuelve a ser lo mismo.

Y sientes que te has perdido algo, o que hay un “algo” que no alcanzas a entender; un golpe inesperado que te arranca de cuajo de la niñez.

A lo largo de la historia las sociedades han tenido ritos de iniciación, de transición de la niñez a la edad adulta. Pasar diferentes pruebas donde el aspirante será puesto a prueba antes distintos desafíos en los que demostrar que dejó de ser un niño  con lo que eso supone de en  una especie de reconocimiento que hace que por fin te tengan en cuenta, siempre y cuando encajes en el molde predefinido. Por fin te prestan atención, te escuchan y tu palabra por fin ocupará ese espacio tantas veces negado en el Olimpo del reconocimiento: “cállate, que esto son cosas de mayores” habías oído decir desde que tenías uso de razón. Y, de repente, un círculo se cerraba y tú quedabas fuera, solo veías sus espaldas y escuchabas sus voces hablar y debatir con esa solemnidad que atribuyes a quienes hacen algo de lo que tú no formas parte. Y no solo eso, porque además ahí era donde se tomaban las decisiones. Es verdad que podías hacer y deshacer tus cosas sin que nadie te dijera nada, pero lo hacías un poco a escondidas, en la periferia del “que yo no me entere de…”. En el momento que un adulto te decía que NO, no había mas que hablar, era la palabra convertida en ley. Y pasabas a una clandestinidad involuntaria que ahora buscas como refugio de libertad. Una línea roja se dibujaba en el horizonte y delimitaba las fronteras de tu propia voluntad.  Hacerse mayor tenía que ser la solución a tantas normas y prohibiciones. Hacerse mayor tenía que significar que por fin “formarías parte de la pomada”. Te daría el pase de oro para no tener que aguantar  tantos “cuando seas mayor lo entenderás”.

Pero algo pasó y tú ni te enteraste, porque cuanto mayor te haces menos lo entiendes. Descubres que no es un círculo de decisión, sino muchos, y, cuando entras en uno, otros son los que se cierran en una geometría de elipsis y variable que nada tienen que ver con lo que pensabas que sería cuando eras niño. Quizás por eso nos escondemos tras armaduras de diferentes tipos y colores. El ritual no te deja indemne y te rebelas pasando a la clandestinidad. Tal vez esa sea la única forma de protegernos. Porque aún no hemos dejado de ser ese niño al que encima le arrebataron el tiempo. Y por eso, mas que nunca, recurrimos a la clandestinidad como refugio de libertad.

Es difícil separar el grano de la paja, que decía mi abuela. Tendremos que buscar una señal para reconocernos antes de disparar.

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