Las manos de Ángel leen música. Sus dotes y constancia hacen el resto
Hay quien nace en una familia de aficionados al fútbol, hay quien nace en una familia viajera, hay quien nace en una familia pequeña y quien nace en una familia grande. A Ángel le tocó nacer en una familia grande, muy grande, de aficionados a la música, concretamente, al canto. Recuerda a su madre siempre cantando y a sus hermanos mayores haciendo lo mismo. «Salimos todos cantarines, menos uno o dos», me cuenta. Menos uno o dos tampoco es tanto en una familia donde eran nueve hermanos, Ángel, mellizo de otro, hacía el número seis. Por eso a todo el mundo le pareció normal que el niño cantase y que, además, lo hiciese bien prácticamente desde que aprendió a hablar.
«En Navidades, recuerdo que iban los vecinos de visita a casa para escucharnos cantar. Era una fiesta aquello. Vivíamos en Cueto, un pueblo entonces, y cuando mi madre me mandaba a hacer algún recado al bar tienda del barrio, me pedían que cantara y siempre me aplaudían», recuerda.
-«Y, ¿qué cantabas?, le pregunto
-«Yo cuando aquello cantaba las de Manolo Escobar, pero no pienses en la del carro, porque de eso hace más tiempo del que piensas. Tanto que todavía no existía la del carro. Entonces yo cantaba el Porompompero y otra que no sé como se llama, pero que habla sobre el día en que tú me conociste. Por supuesto, el repertorio incluía la de Virgencita, María del Carmen y todo eso. Era también muy fan del Coro Ronda Garcilaso, pero el de entonces, que yo tengo ya 67 años», responde.
APRENDIÓ LOS RÍOS CANTANDO
Ángel se ríe al recordar esas anécdotas y reconoce que era un poco «calamidad». Hasta los 10 años fue a la escuela con sus hermanos. Allí aprendió las tablas de multiplicar, los ríos y todo lo que se estudiaba entonces. El hecho de que fuese habitual memorizar todos estos conceptos cantando fue una gran ventaja para este chaval que nunca vio el mundo que le rodeaba. Ángel tiene craneoencefalitis. Su fontanela, explica, se cerró antes de tiempo y, aunque sus ojos están perfectos, el nervio óptico no, por lo que su vista está atrofiada, un pequeño detalle que nunca le ha impedido llevar una vida totalmente autónoma y hacer todo lo que se ha propuesto.
«Mira, yo era bien pequeño y me cogía el bus de Pancho en la curva de Mataleñas y me iba cantando y sacando dinero hasta La Nuncia. Tendría ocho años o así. También cantaba por la zona del camping de Bellavista, que había franceses que siempre me daban unas monedas y, en verano, me iba a buscar un amigo mío al que llamaban ‘el Cachas’ y nos subíamos hasta el Faro, donde había un chiringuito con mesas de madera y allí cantábamos y nos sacábamos un dinero. Además, nos invitaban a unas aceitunas y unos refrescos. Yo no tenía problemas, era libre. Entonces la vida era de otra forma y es que tampoco había casi coches», sigue contando Ángel.
EL COLEGIO DE LA ONCE
Fue a los 10 años cuando comenzó a estudiar en un colegio que la ONCE tenía en Pontevedra y allí estuvo hasta los 15. Antes, en la sede que la organización tenía en la calle Juan de la Cosa, aprendió a leer y escribir braille.
En el colegio de Pontevedra, Ángel se apuntó a todas las actividades artísticas que le ofrecieron. Participó en el coro, en el cuadro escénico, en el conjunto musical y también en la rondalla. Siempre cantando, a pesar de las advertencias del profesor de música que le pedía que no forzara tanto por miedo a que se quedara afónico. «A mí siempre me ha gustado hacer cosas».
De Pontevedra fue a Madrid donde terminó la educación obligatoria y después estudió ‘granja’ que era una especie de módulo de formación que tenía la ONCE y que incluía apoyo posterior para montar, precisamente, una granja.
Ese era su plan de vida: volver a Cueto y poner en marcha una granja, pero todo se truncó cuando su padre tuvo un accidente de coche y dejaron de entrar ingresos en casa. En septiembre de 1972, poco después de ese suceso, comenzó a vender cupones en Santander «porque había que ayudar en casa». Ese fue su trabajo hasta que hace 16 años se jubiló.
TODA LA FAMILIA EN EL CONSERVATORIO
Durante todo ese tiempo, dio algunas clases de música, pero fue cuando su hijo pequeño tenía 7 años cuando se reencontró de verdad con la Música en mayúsculas.
En aquel momento, su mujer, Maime, su compañera desde hace más de 35 años, fue al conservatorio para apuntar al niño que entonces resultó ser demasiado pequeño para comenzar. En ese momento, decidió apuntarse ella y eligió contrabajo que, según recuerda Ángel entre risas «no tenía muy claro ni lo que era, pensaba que sería un guitarrón o algo así, fíjate. Pero ella es muy constante. Estudiaba a todas horas y le ha gustado mucho. Cuando terminó el grado elemental siguió con el profesional hasta terminarlo también. Un año después, entró mi hijo pequeño en el Ataúlfo Argenta y ahora acaba de terminar el grado superior de Saxofón en Oviedo y está haciendo un máster en pedagogía musical».
Al principio, Ángel, que de niño en Pontevedra había estudiado solfeo y violín, ayudaba a Maime a hacer las tareas del conservatorio y los profesores le animaron a presentarse a las pruebas de acceso.
Él pretendía estudiar violín, pero no quedaban plazas y terminó matriculándose en canto. «Los profesores estaban preocupados, porque no sabían cómo se iban a arreglar para enseñar música a un ciego, pero yo siempre les dije que no iba a ser ningún problema. Yo soy muy constante. Estudio mucho. Las partituras, si no eran muy largas las pasaba yo mismo a braille y, si eran extensas, las llevaba, y las sigo llevando, a la delegación de la ONCE donde tengo una profesora de apoyo que las manda a Madrid y me las envían en Braille. Los exámenes me los hacían orales. Mi ceguera nunca fue un problema para aprender música. No lo fue para mí y tampoco lo fue para mis profesores», cuenta.
«MIS OJOS SON MIS MANOS»
No puedo evitar preguntarle a Ángel cómo se lee música en braille y me explica que con la mano izquierda se lee el solfeo y con la derecha se mide. La dificultad comienza, añade, cuando en el compás se meten notas rápidas y además hay que leer las anotaciones sobre interpretación: si es fuerte, si es débil, picado, ligado…porque como todo hay que leerlo solo con una mano, a veces lleva un poco más de tiempo y cuesta seguir el ritmo, pero «con estudio y constancia, todo se soluciona», me explica.
«Los compases complicados me llevan más tiempo y me los aprendo uno a uno para ir sumando después. Así hago también con las canciones nuevas. Las aprendo con la música del piano y, poco a poco, voy juntando compases. La única diferencia es que vosotros veis las partituras y yo las toco. Mis ojos son mis manos», concluye.
Y así, en la jubilación, al igual que durante su infancia, cantar se ha convertido en uno de los pilares de su vida.
La voz del niño que se subía en el autobús de Pancho hace 60 años, se ha convertido en una voz de tenor «o barítono alto, no sé», con la que ha participado ya en un montón de audiciones, recitales y conciertos varios por escenarios de Cantabria, pero también de Bélgica, Holanda, Portugal o Francia.
«En La Rochelle por ejemplo, canté el Dúo de la Creación con una soprano maravillosa de allí y fue una experiencia muy bonita», recuerda.
Ahora canta en el Coro Ronda Altamira y en el grupo Retales, dirigido por Javier Canduela, donde también está Maime tocando el contrabajo. El resto de integrantes de la agrupación son, en su mayoría, estudiantes del conservatorio, pero a Ángel nunca le ha preocupado ser un poco el bicho raro en todas partes «es que los dos somos como los abuelos del grupo, casi bisabuelos, pero lo llevamos todos fenomenal», aclara.
LA LUCHA CON EL INGLÉS
En cuanto al repertorio que trabaja, explica que a él siempre le ha gustado la zarzuela, y también se encuentra bien entonando canciones napolitanas. Eso sí, reconoce que todo lo que tiene letra en inglés se le hace muy cuesta arriba.
«Es que no me gusta nada el inglés y mira que lo he intentado, pero nada». Se ríe al recordar que, a pesar de las dificultades con la pronunciación, llegó a protagonizar la ópera Dido y Eneas de Purcell. Fue en el Teatro Casyc, «recuerdo al profesor de inglés, Ildefonso, que era muy majo, desviviéndose para que yo pronunciara algo parecido a lo que estaba escrito. Venga, otra vez, venga. «Lo tienes niquelado», me decía para animarme, pero es que soy un desastre con el inglés. Una pena, porque mira que me gusta la canción My Way, pero no la canto por eso. Es que ni escribiéndolo tal y como se pronuncia».
El Covid ha paralizado mucho los conciertos, pero eso no parece desanimar a Ángel que, antes de despedirse, me cuenta que le gustaría preparar un recital ‘familiar’, con su querida Maime al contrabajo, su hijo al saxofón, él cantando y algún pianista para completar el cuadro. «Yo ya lo veo, un pequeño concierto con canciones de las que a mí me gustan».
Sinceramente, yo también lo veo. Habrá que estar pendiente de las carteleras….
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