En memoria de José Manuel López Abiada
|| José Manuel González Herrán, Profesor Emérito de la Universidad de Santiago de Compostela. Director del BBMP ||
Hace unas semanas aparecía en Santander el volumen XCVII-1 (2021) del Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo [BBMP], cuyas páginas de bibliografía recogían un excelente y documentado artículo-reseña firmado por el compurriano José Manuel López de Abiada, catedrático emérito de la Universidad de Berna. En estos días está a punto de entrar en la imprenta el volumen XCVII-2 del BBMP (segunda entrega de ese mismo año), que, en principio, incluía una necrológica del citado profesor, dedicada a su colega y buen amigo, Francisco Caudet; escribo “en principio” porque, lamentablemente, hemos tenido que añadir la del propio José Manuel, fallecido el pasado 16 de enero.
Lo recuerdo aquí y ahora porque fue precisamente la nota que dedicaba a Caudet el motivo principal de la conversación telefónica que mantuvimos hace pocas semanas; aunque, como era frecuente entre nosotros (más de cuarenta años de amistad…), hablamos de otras muchas cosas: él, sobre todo, de sus actividades, de sus lecturas, de su salud… Tan animoso como siempre, esperaba recuperarse, para cumplir su proyecto -largamente demorado, por su situación personal, y también la pandemia que nos amenaza- de viajar a Campoo, a su Abiada natal. Acabo de saber que ya no podrá hacerlo, como tampoco podremos contar con sus sabias colaboraciones en el BBMP, de cuyo Consejo Editorial formaba parte, como uno de sus más valiosos y prestigiosos miembros.
En los estudios de Literatura española e hispanoamericana, el profesor López de Abiada es una autoridad reconocida, por sus aportaciones fundamentales en campos, temas y autores tan diversos como el Lazarillo, Cervantes, Pereda, Unamuno, Valle-Inclán, Sender, Buñuel, Neruda, Alberti, Gamoneda, de Nora, Delibes, Otero, Celaya, Sastre, Marsé, Vázquez Montalbán, Llamazares, Muñoz Molina, Chirbes, Pérez-Reverte, Volpi, la literatura en los años de la segunda república y la guerra civil, los poetas novísimos, la novela colombiana…
Pero aparte de la dimensión académica, docente e investigadora, acaso a los lectores de este periódico les interesen más otras facetas, menos conocidas, de la biografía y personalidad de José Manuel. Interrumpidos sus estudios elementales, que había simultaneado con el trabajo campesino, en 1963 emigra a Suiza, donde trabaja como empleado (en diversas empresas: de ferrocarriles, de banca, de seguros) y en otros oficios, mientras estudia en escuelas nocturnas y por correspondencia, hasta concluir su bachillerato en 1972. En la Universidad de Zurich cursa Filología Románica, Literatura española e italiana, Crítica Literaria, licenciándose en 1977, y doctorándose, en la Universidad de Berna, en 1979. Como había hecho en el bachillerato, también simultanea los estudios de licenciatura y doctorado con otros trabajos: da clases de español e italiano, al tiempo que estudia economía, derecho…. Ya licenciado y doctorado, imparte cursos de traducción, cultura, historia y literatura española e hispanoamericana en diferentes escuelas Universitarias de Zurich, principalmente en su Escuela Politécnica Federal. Cuando en 1989 su maestro Eugenio de Nora, se jubila en la Universidad de Berna, el profesor López de Abiada le sucede como Catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana, hasta 2011, cuando, jubilado a su vez, es nombrado Profesor Emérito.
José Manuel se sentía muy orgulloso de su carrera; pero no solo de sus logros académicos y profesionales, sino también -y acaso más- de haberla hecho en aquellas difíciles condiciones. Porque no solo trabajó en ferrocarriles, bancos y seguros: un texto suyo (parcialmente inédito) evocaba así su etapa estudiantil: “Pude matricularme en la Universidad de Zurich poco antes de cumplir 28 años. Lo logré gracias a una academia que ofrecía por la modesta cifra de 58 francos suizos mensuales un programa que permitía presentarse, tras cuatro años de cursos por correspondencia, a los exámenes de bachillerato superior federal, que era entonces el que abría las puertas de todas las facultades de las universidades cantonales suizas y las dos escuelas politécnicas federales. Un programa que hice por correspondencia, a la par que mi ocupación en humildes menesteres (Haus-und Gartenbursche, es decir ‘muchacho de la vivienda y del jardín’) en la mansión lucernesa de una respetada familia de empresarios y hacendados. Debo anotar que los años de mi primera actividad laboral en Suiza (de comienzos de 1964 a enero de 1968) estuvieron compensados con creces por el trato correcto y la colaboración diaria con mi patrón, un ingeniero nacido en 1901 que administraba por deseos de sus hermanos los cuantiosos haberes y propiedades agrarias de la familia. A fuer de sincero, he de precisar que fui acogido por aquel superior con generosidad y apoyo cultural, y que pronto surgió una amistad que duró mucho tiempo, de manera que la emigración se transformó pronto en enriquecimiento cultural y en un proceso de integración asistida. Así se explica que pudiera preparar el ingreso a la universidad con cierto desahogo y serenidad, mediante un estudio a distancia a la par que cumplía puntualmente con las exigencias y mis jornadas laborales.”
Tal vez por esa experiencia juvenil, el concepto de solidaridad era algo muy arraigado en su personalidad; lo prueba su dedicación, constante siempre e incrementada últimamente, en ayuda de quienes, como él, habían comido el duro pan de la emigración o del exilio. Sea como profesor de idiomas, sea como asesor y consejero en asuntos jurídicos, económicos y laborales, las sociedades y clubs de emigrantes sabían que podían contar con él cuando hiciese falta.
Como también conocíamos su total disponibilidad en la Sociedad Menéndez Pelayo y en su Boletín, desde que, en 1981, tuvimos ocasión de conocernos personalmente, a propósito de José María de Pereda, a quien dedicó, además de algunos valiosos estudios, la espléndida introducción y las ricas notas a Peñas arriba, en las Obras completas de Ediciones Tantín. Quede para otra ocasión y lugar la valoración de lo que López de Abiada ha significado en los estudios peredianos, mientras envío mi más sincera condolencia a Augusta, a Michelangelo y a Pierlauro: permitidme que firme con los adjetivos que ambos solíamos intercambiar en nuestras cartas y mensajes: “paisano, tocayo, colega y amigo…”