El tigre de Dávila Park
La última vez que pasó por aquí el cometa Halley (36 años hace) había partes de la ciudad que eran bien distintas. Por aquí lo recordamos: en el Paseo del Alta, su nombre de toda la vida, en el entorno de los Salesianos y la Finca de Altamira, había descampados y, hay fotos, y lo recordamos, había vacas.
El caso es que en esas campas crecieron ladrillos y una urbanización de pisos, cuna de muchos grupos de amigos de cuando se jugaba o simplemente se estaba en la calle cuando ya no tenías edad de jugar.
Y ya no hay vacas: lo que hay ahora es un tigre rondando Dávila Park. Amenazando con entrar en un piso al lado de Decroly. En el momento en que des una cabezada, el tigre entrará.
Por eso Gema no sabe lo que es dormir tres horas seguidas desde hace ocho años, cuando empezaron los problemas con su desahucio –una sencilla resta de fechas nos lleva de cabeza a la anterior crisis financiera—que siguen en forma de timbrazos incluso ahora que tiene sentencias judiciales que le dan la razón.
“Mi cuerpo se ha hecho a no dormir. Me recetan pastillas, no las quiero, no me hacen efecto: mi cuerpo no quiere dormir, mi cuerpo está en alerta permanente”, nos explica como se cuentan las cosas en Santander, frente a un café, y regalando otra metáfora: “pienso que si me duermo, bajo los brazos y se rompe la presa”.
Desde Dávila Park se ve lo que era la S-20, en la que, pese a las nuevas urbanizaciones, sigue asomando parte del pasado rural. Ese en el que hizo toda su vida Amparo Pérez, que murió hace 7 años, un 15 de Febrero, el mismo día que se quemó el centro de Santander, uniendo en la misma fecha el mismo significado: los modelos urbanísticos realizadas a espaldas de los ciudadanos. Un modelo de vencedores y vencidos porque se fraguó en una dictadura y lo decidieron, efectivamente, los ganadores. Y los que querían ganar.
Si algo hizo Amparo en su lucha contra la expropiación de su casa, su hurta, sus árboles y sus animales, fue conectar muchas voces. La de la PAH, la de la plataformitis.
Por eso estamos seguros de que no pasa nada por convertir su aniversario y nuestro compromiso de no olvidarlo, de hacer que la historia no se cuente sólo del lado de los vencedores, en una conexión entre varias personas que han pasado por episodios duros de vulnerabilidad y pérdida.
Hablamos, esta vez, no (sólo) de urbanismo, sino que nos sumamos a la inédita, gigantesca, colectiva y necesaria conversación pública sobre la salud mental que ha aflorado porque hace dos años se paró el mundo, perdimos el control, y cuando arrancó, vivimos en la incertidumbre, con normas nuevas que todavía no nos han explicado y tal vez más solitarios. Sumadle a todo eso el peso de un desahucio, de un derrumbe, de una estafa, de una durísima expropiación, situaciones límite por las que han pasado nuestros protagonistas, alumnos destacados del Máster en Adversidad.
“NO ESTAMOS EN NINGUNA ESTADÍSTICA”
A Marco le entra un runrún todos los meses de febrero, llenos, en los días previos, de pequeños aniversarios –porque el aniversario de una pérdida en realidad es la suma de muchos pequeños aniversarios–: “cuando la tuve que llevar a urgencias, cuando derribaron la casa…”, recuerda para EL FARADIO el nieto de Amparo.
“Fue una situación que te marca para toda la vida, psicológicamente no lo olvidas. Sientes mucha impotencia, te preguntas por qué no hicimos esto. No podía dormir, perdí kilos a destajo. Muchas veces prefiero ni pensarlo, es algo que nunca vas a olvidar”, expresa Marco Pérez Santamaría, cuya vida ha cambiado desde entonces en lo familiar y lo laboral y para quien, siete años después, ese duelo ha pasado a la parte más privada, aunque nunca quede en el olvido colectivo.
El tigre que ronda Dávila Park acabó arrasando con el Cabildo. Allí fue de golpe y la lucha vino después de la muerte de la madre, el hermano y un vecino que era como de la familia –vivía con ellos- de Lucía Gómez Colmenero en el maldito derrumbe en la Cuesta del Hospital.
En general, todos echan en falta algo más que “pastillas, pastillas, pastillas y pastillas” para unos casos en los que Lucía (Cabildo) cree que tendría que haber “psicólogos experimentados en estos temas”, tanto cuando pasa como después. “No tenemos grupos de apoyo, no pertenecemos a ninguna estadística”, critica, refiriendo como ha tenido que recurrir a servicios privados, “caros e inviables”.
SOLEDAD ANTE LOS FOCOS: CUANDO EL PROBLEMA ES PÚBLICO
Hay una pregunta inevitable: si a cualquiera que le haya pasado algo duro en su vida, desde pérdidas a vulnerabilidad, son situaciones que les marcan y afectan, ¿qué pasa además cuando lo que te ocurre te sucede, digamos, en público, cuando hay una parte, muchas veces necesaria para la solución del problema, de exposición mediática?
Marco lo entiende. “Mi abuela lo quiso así”. En su caso, la condición de símbolo que adquirió Amparo, hizo que recibiera el “cariño de mucha gente que nos apoyó”, desde vecinos a título particular, asociaciones, colectivos o partidos que respaldaron la lucha y a los que estará “eternamente agradecido”.
No pasó igual en el Cabildo, donde el derrumbe fue antes que lo de Amparo. Hace 14 años, en un ambiente de más soledad en cuanto al sentimiento colectivo y de ciudad. “Nos hemos sentido muy desamparados”, confiesa (más bien lamenta) Lucía, quien sí puede hablar de una red familiar “muy buena”, de familia y amigos, y de gente que “sigue ahí, pensando en nosotros”.
Para Gema (Dávila Park) la exposición pública, ,bien por ejercer de portavoz o porque saliera su caso en medios le ha provocado situaciones desagradables.
La gente le ha tratado como si fuera “una influencer”. “Me dice: Te he visto en la tele, qué guapa has salido, qué bien das en cámara ”. “¿Pero sabéis por qué he salido? No necesito que me digas eso, necesito que me preguntes qué nos pasa. ¿Qué sociedad estamos creando? Se me cae el alma a los pies”, nos dice, con un punto de enfado en la voz.
MÁSTER EN ADVERSIDAD
Antes del Máster en adversidad viene la carrera. La de Héctor Setién fue en 2012, en plena onda expansiva de la anterior crisis, con lección práctica en casa, donde veía que “algo no iba bien” y acabó enterándose de lo que pasaba, de como su familia recurrió a una refinanciación de la casa en Gama que les llevó a los problemas y el préstamo que desembocaron en las distintas órdenes de desahucio con las que lleva luchando desde entonces. Todo en un proceso que ya en su génesis fue traduciéndose en problemas de salud mental.
“Nos pilló un poco por sorpresa, no sabíamos cómo reaccionar”, explica a EL FARADIO Héctor, que no sólo ha sido la voz de la familia ante los medios, sino quien ha estado pendiente de la compleja respuesta judicial o financiera.
El Máster en Adversidad tiene asignaturas muy complejas. Marco y Lucía tuvieron que aprender de Urbanismo. Héctor y Gema, de derecho hipotecario y financiero.
De algún modo, las asignaturas de Derecho –llegar hasta el juicio- y de Urbanismo –buscar soluciones para la rehabilitación del barrio—se convirtieron en una causa por la que trabajar en una primera fase para los Gómez Colmenero. Ella lo veía además como una forma de honrar a su familia. Una misión tan loable como difícil: “tienes que aprender a moverte con este lenguaje, a informarte” de cuestiones complejas que “te suenan a chino”.
Y a la vez muy frustrantes. En el Cabildo hubo un momento en medio de las siglas cambiantes (ARI, ARU, ARCU) en que creyeron ver una solución entre el polvo de los escombros, para ellos todavía recientes.
“Tuvimos planos, tuvimos precios… Pero no nos dieron la modificación del PGOU”, y eso es una “espina clavada” para Lucia, que vio que si la hubo para el Centro Botín –una comparación que también dolió mucho a los propietarios del edifico que ardió en Tetuán, todavía hoy un solar-. “Se suponía que el Plan General iba a salir, pero estaba mal hecho” y “te sientes un poco engañada”.
En activismos como el de la PAH, en el que se ha comprometido Gema, ese “coger el toro por los cuernos” en base a la experiencia colectiva es “clave” porque ayuda a ver que “hay un camino” y que se cuenta con conocimientos compartidos que ayudan.
Y el miedo es lo que pase después de que se acabe el camino de la lucha más concreta: “En el camino te dejas la salud. Yo tengo miedo a enfermas, porque si tienes salud, tiras. Ese es mi miedo, no poder aguantar”, resume Gema, incidiendo en que muchas veces las enfermedades aparecen cuando se arregla el problema, cuando se ha expulsado al tigre. “El cuerpo se contiene, te dice un ‘si estas así, no te digo nada’, pero cuando el cuerpo para, te duele más”.
Hay otro riesgo: a veces se tienen que adoptar decisiones importantes, vitales de verdad, en un estado de preocupación o nervios en el que cuesta tener la claridad para decidir. Gema, por ejemplo, estaba haciendo escritos el día antes de su desahucio para meter en el juzgado, cuando estaba “helada”.
“ESTAMOS HERIDOS”
En la PAH, enumera Gema, tienen problemas de salud mental. “La gente necesita sitios donde contar su historia y cómo se encuentran”, reclama, advirtiendo de que a estos “traumas” se suman problemas más materiales: “la gente no tiene para comer”. “En una situación de estrés, no sé cómo no hemos explotado”, apostilla. El apoyo mutuo que se prestan en lo colectivo ayuda, pero suma otro problema: la continua exposición a historias dramáticas que a aquellos afectados por la vivienda que siguen en un activismo de apoyo a otros les recuerda constantemente su propia historia.
Y a veces el problema que llega no es el primero que llega. En el caso de Héctor Setién, venía precedido del conocimiento de la enfermedad degenerativa de su hermano, que le costó asumir y afectó a su infancia y adolescencia.
“Yo me he podido acostumbrar a esto y tirar para adelante, porque yo venía sufrido de casa pero en esa época me cree una coraza me evadía de los problemas y me sirvió durante un tiempo, pero conforme pasaban los años vi que no era la manera más correcta de afrontar problemas y depurar soluciones”, relata.
El proceso fue largo y en el camino entre una orden de desahucio y otra, una denuncia y otra, falleció su padre.
Un año después, a Héctor le pasó factura todo: “te derrumbes, te sientes como un coche que se cae a pedazos”. “Mi problema fue no hablar de las cosas y eso te va mellando la salud mental y a la larga físicamente”, confiesa.
Desde entonces, Marco mira la ciudad de otro modo: “ahora presto atención a las noticias, me siento muy identificado cuando veo algún caso y pienso que le está pasando a otro”
Para Lucía (Cabildo), “cada vez que ves una obra mal hecha, una zanja, te sientes otra vez en el disparadero”.
Siempre quedará algo: pese a que hubo un juicio con unas condenas a los responsables físicos de la obra, para ellos hay “muchas culpas sin determinar que se quedarán así”. “Y eso a nivel psicológico te machaca”, remarca. Es un fleco suelto, un asunto sin cerrar.
No es lo peor. Lucía se recuerda como una persona que dormía bien y tenía más capacidad para resolver problemas. Ahora “toda la vida es más problemática, cualquier problema me supone no dormir durante varias noches”. Les ha quedado, diagnosticado, un trastorno ansioso depresivo, que les lleva a tener que recurrir a lo que se conoce como medicación de rescate para momentos de crisis. “Estamos heridos”.
Héctor (Gama) recurrió a un psicólogo de la sanidad pública, pero ahora que sigue pendiente de desahucio –hace escasas semanas consiguió su suspensión–, por lo que volvió a pedir cita ante la inminencia de la pérdida de su casa. Tardaron cuatro meses en darle cita, algo que ve “lamentable”. Le han dado cita a finales de mes.
Héctor advierte de que no se piensa que la salud mental puede ser también cuestión de vida o muerte, por lo que reclama mecanismos para poder atender con mayor rapidez, a determinados perfiles con experiencias traumáticas, como la pérdida de una vivienda.
“En mi caso lo sé llevar y me apoyo en amigos, pero me pongo en la piel de una persona que no tenga apoyos, que esté sumida en una depresión, y a lo mejor cuando llega la cita es demasiado tarde y ha cometido una locura, porque estas cosas pasan” (de hecho en Torrelavega se produjo un suicidio hace ocho años)
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