Exilios
Da exactamente igual cómo los vayamos a denominar guiados por la buena educación de lo políticamente correcto – emigrantes, migrantes, refugiados, exilados, asilados – todos sabemos, estos días, a quien nos referimos. De repente el concepto se ha convertido en nuestro meme cultural común, como si recién los hubiésemos inventado sin darnos cuenta que esta civilización cristiana europea empezó, mire usted por donde, con la gente que buscaba refugio. Cierta gente.
Y es que somos muchos los que todavía tenemos grabada la imagen del dedo iracundo con el que Dios expulsa a Adán y a Eva del paraíso. Un paraíso que, evidentemente, debía caer por Suecia porque en los cuadros, desnudos como estaban nuestros primeros padres, se les adivina rubio hasta el pelo del pubis. Sí, esa imagen (uva de parra mediante) forma parte de nuestro patrimonio cultural imperecedero.
Y mira que hay migrantes de todos los colores. Pero nada. Seguimos a piñón fijo: lo que nos interesa en esta danza macabra es que los bailarines tengan nuestro mismo cutis, a ser posible la misma religión y procedan del mismo continente por mas que los conceptos “expulsión”, “éxodo”, “exilio” estén entretejidos con los mismísimos mimbres de nuestra civilización y de nuestra vida personal. Con todo somos proclives a olvidar los datos que no nos interesan saber. Y los cerramos también ante los muertos diarios en Palestina o en Colombia; ante los hombres y mujeres cobijados en las jaimas del Sahara -refugiados ellos también – pero, sobre todo, victimas de la traición de un gobierno que ha empezado a darme arcadas; ante las imágenes de los cadáveres que inundan las playas de Italia, España y Grecia, ante las escenas de los guetos de refugiados en Lampedusa y en Lesbos…
Y mientras nosotros cerramos los ojos, los emigrantes siguen abriéndose paso con una fuerza y una tenacidad sobrehumanas. Ojalá esta nueva crisis se resuelva pronto y deje de hacer tanto daño. Entretanto, no es difícil comprobar hasta que punto los refugiados, los migrantes, se han convertido en nuestro espejo, en una llamada a la confrontación con nuestros propios valores, en el principio y el fin, la causa y el efecto de una sociedad que acaba de recibir una larga carta de los dioses contándonos el futuro inminente del mundo. Por la cuenta que nos tiene, creo que haríamos bien en leerla. Pero antes, claro, habría que aprender a leer.